MANUSCRITOS AUTOBIOGRÂFICOS (HISTORIA DE UN ALMA) MANUSCRITO DEDICADO A LA REVERENDA MADRE INÈS DE JESÛS Manuscrito «A» CAPITULO I ALENÇON (1873 - 1877) [2r°] El cântico de las Misericordias del Serior Rodeada de amor Viaje a Le Mans Mi carâcter Yo lo escojo todo CAPITULO II EN LOS BUISSONNETS (1877-1881) Muerte de mamâ Lisieux Delicadezas de papa Primera confesiôn Fiestas y domingos en familia Vision profética Trouville CAPITULO III ANOS DOLOROSOS (1881 - 1883) Alumna en la Abadia Dias de vacaciôn Primera comuniôn de Celina Paulina en el Carmelo Extrana enfermedad La sonrisa de la Virgen CAPITULO IV PRIMERA COMUNION - EN EL COLEGIO (1883-1886) Estampas y lecturas Primera comuniôn Confirmation Enfermedad de los escrûpulos Senora de Papinau Hija de Maria Nuevas separaciones CAPITULO V DESPUÉS DE LA GRACIA DE NAVIDAD (1886-1887) La sangre de Jesûs Pranzini, mi primer hijo La Imitaciôn y Arminjon Deseos de entrar en el Carmelo Confidencia a mi padre Mi tio cambia de opinion Oposiciôn del superior Viaje a Bayeux CAPITULO VI EL VIAJE A ROMA (1887) Paris: Nuestra Senora de las Victorias Suiza Milan, Venecia, Bolonia, Loreto El coliseo y las catacumbas Audiencia con Leôn XIII Napoles, Asis, regreso a Francia Tres meses de espera CAPITULO VII PRIMEROS ANOS EN EL CARMELO (1888-1890) Confesiôn con el P. Pichon Teresa y sus superioras La Santa Faz Toma de habito Enfermedad de papa Pequehas virtudes CAPITULO VIII DESDE LA PROFESIÔN HASTA LA OFRENDA AL AMOR Toma de vélo Madré Genoveva de Santa Teresa Epidemia de la gripe Retiro del P. Alejo Priorato de la madré Inès Entrada de Celina ESCUDO DE ARMAS Y SU EXPLICACIÔN CARTA A SOR MARIA DEL SAGRADO CORAZON Manuscrito «B» CAPITULO IX Ml VOCACION: EL AMOR (1896) [1 r°] Los secretos de Jesûs La Venerable Ana de Jesûs Todas las vocaciones Arrojar flores El pajarillo El âguila divina MANUSCRITO DIRIGIDO A LA MADRE MARIA DE GONZAGA Manuscrito «C» CAPITULO X LA PRUEBA DE LA FE Teresa y su priora El ascensor divino Primeras hemoptisis La mesa de los pecadores La vocaciôn misionera La caridad CAPITULO XI LOS QUE USTED ME DIO Novicias y hermanos espirituales Instrumentos de Dios El pincelito Poder de la oraciôn y el sacrificio Sor San Pedro Los misioneros Atraeme, y correremos MANUSCRITO DEDICADO A LA REVERENDA MADRE INÈS DE JESÛS Manuscrite «A» CAPITULO I ALENÇON (1873 - 1877) [2r°] J.M.J.T. Jesûs Enero de 1895 Historia primaveral de una Florecita blanca, escrita por ella misma y dedicada a la Reverenda Madré Inès de Jesûs. El cântico de las Misericordias del Senor A ti, Madré querida, a ti que eres doblemente mi madré, quiero confiar la historia de mi aima... El dia que me pediste que lo hiciera, pensé que eso disiparia mi corazôn al ocuparlo de si mismo; pero después Jesûs me hizo comprender que, obedeciendo con total sencillez, le agradaria. Ademâs, solo pretendo una cosa: comenzar a cantar lo que un dia repetiré por toda la eternidad: «j j jLas misericordias del Senor !!!»... Antes de coger la pluma, me he arrodillado ante la imagen de Maria (la que tantas pruebas nos ha dado de las predilecciones maternales de la Reina del cielo por nuestra familia), y le he pedido que guie ella mi mano para que no escriba ni una linea que no sea de su agrado. Luego, abriendo el Evangelio, mis ojos se encontraron con estas palabras: «Subiô Jesûs a una montana y fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él» (San Marcos, cap. Il, v. 13). He ahi el misterio de mi vocaciôn, de mi vida entera, y, sobre todo, el misterio de los privilegios que Jesûs ha querido dispenser a mi aima... El no llama a los que son dignos, sino a los que él quiere, o, como dice san Pablo: «Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré de quien me plazca. No es, pues, cosa del que quiere o del que se afana, sino de Dios que es misericordioso» (Cta. a los Romanos, cap. IX, v. 15 y 16)· Durante mucho tiempo me he preguntado por qué tenia Dios preferencias, por qué no recibian todas las almas las gracias en igual medida. Me extranaba verle prodigar favores extraordinarios a los santos que le habian [2v0] ofendido, como san Pablo o san Agustin, a los que forzaba, por asi decirlo, a recibir sus gracias; y cuando leia la vida de aquellos santos a los que el Senor quiso acariciar desde Ia cuna hasta el sepulcro, retirando de su camino todos los obstâculos que pudieran impedirles elevarse hacia él y previniendo a esas almas con tales favores que no pudiesen empanar el brillo inmaculado de su vestidura bautismal, me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morian en tan gran nûmero sin haber oido ni tan siquiera pronunciar el nombre de Dios... Jesûs ha querido darme luz acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprend! que todas las flores que él ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume ni a la margarita su encantadora sencillez... Comprend! que si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perderia su gala primaveral y los campos ya no se verian esmaltados de florecillas... Eso mismo sucede en el mundo de las aimas, que es el jardin de Jesûs. El ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros mas pequehos, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfection consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos... Comprend! también que el amor de Nuestro Senor se revela lo mismo en el aima mas sencilla que no opone resistentia alguna a su gracia, que en el aima mas sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las aimas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia [3r°] con la luz de su doctrina, pareceria que Dios no tendria que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al nino, que no sabe nada y que solo déjà oir débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que solo tiene para guiarse la ley natural. jY también a sus corazones quiere él descender! Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina... Abajândose de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza. Asi como el sol ilumina a la vez a los cedros y a cada florecilla, como si solo ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa también Nuestro Senor de cada aima personalmente, como si no hubiera mas que ella. Y asi como en la naturaleza todas las estaciones estân ordenadas de tal modo que en el momento preciso se abra hasta Ia mas humilde margarita, de Ia misma manera todo esta ordenado al bien de cada alma. Seguramente, Madré querida, te estés preguntando extrahada adônde quiero ir a parar, pues hasta ahora nada he dicho todavia que se parezca a Ia historia de mi vida. Pero me has pedido que escribiera Io que me viniera al pensamiento, sin trabas de ninguna clase. Asi que Io que voy a escribir no es mi vida propiamente dicha, sino mis pensamientos acerca de las gracias que Dios se ha dignado concederme. Me encuentro en un momento de mi existencia en el que puedo echar una mirada hacia el pasado; mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores. Ahora, como Ia flor fortalecida por Ia tormenta, levanto la cabeza y veo que en mi se hacen realidad las palabras del salmo XXII: «El Serior es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas... Aunque camine por canadas [3v°] oscuras, ningùn mal temeré, jporque tû, Senor, vas conmigo!» Conmigo el Senor ha sido siempre compasivo y misericordioso..., lento a la ira y rico en clemencia... (Salmo CH, v. 8). Por eso, Madré, vengo feliz a cantar a tu lado las misericordias del Serior... Para ti sola voy a escribir la historia de la florecita cortada por Jesûs. Por eso, te hablaré con confianza total, sin preocuparme ni del estilo ni de las numerosas digresiones que pueda hacer. Un corazôn de madré comprende siempre a su hijo, aun cuando no sepa mas que balbucir. Por eso, estoy segura de que voy a ser comprendida y hasta adivinada por ti, que modelaste mi corazôn y que se lo ofreciste a Jesûs... Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diria simplemente lo que Dios ha hecho por ella, sin tratar de ocultar los regalos que él le ha hecho. No diria, so pretexto de falsa humildad, que es fea y sin perfume, que el sol le ha robado su esplendor y que las tormentas han tronchado su tallo, cuando esta intimamente convencida de todo lo contrario. La flor que va a contar su historia se alegra de poder pregonar las delicadezas totalmente gratuitas de Jesûs. Reconoce que en ella no habia nada capaz de atraer sus miradas divinas, y que solo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella... El la hizo nacer en una tierra santa e impregnada toda ella como de un perfume virginal. El hizo que la precedieran ocho lirios deslumbrantes de blancura. El, en su amor, quiso preserver a su florecita del aliento envenenado dei mundo; y apenas empezaba a entreabrirse su corola, este divino Salvador la trasplantô a la montana del Carmelo, donde los dos lirios que la habian rodeado de carino y acunado dulcemente en la primavera de su vida expandian ya [4r°] su suave perfume... Siete anos han pasado desde que la florecilla echo raices en el jardin del Esposo de las virgenes, y ahora très lirios -contândola a ella- cimbrean alli sus corolas perfumadas; un poco mas lejos, otro lirio se esta abriendo bajo la mirada de Jesûs. Y los dos tallos benditos de los que brotaron estas flores estân ya reunidos para siempre en la patria celestial... Alli se han encontrado con los otros cuatro lirios que no llegaron a abrir sus corolas en la tierra... jOjalâ Jesûs tenga a bien no dejar por mucho tiempo en tierra extraria a las flores que aùn quedan el destierro! jOjala que pronto el ramo de lirios se vea completo en el cielo! Rodeada de amor Acabo, Madré, de resumir en pocas palabras Io que Dios ha hecho por mi. Ahora voy a entrar en los detalles de mi vida de niiïa. Sé muy bien que donde cualquier otro no veria mas que un relato aburrido, tu corazôn de madré encontrarâ verdaderas delicias... Ademâs, los recuerdos que voy a evocar son también tuyos, pues a tu lado fue transcurriendo mi ninez y tengo la dicha de haber tenido unos padres incomparables que nos rodearon de los mismos cuidados y dei mismo carino. jQue ellos bendigan a la mas pequena de sus hijas y le ayuden a cantar las misericordias del Serior...! En la historia de mi alma, hasta mi entrada en el Carmelo, distingo très periodos bien definidos. El primera, a pesar de su corta duraciôn, no es el menos fecundo en recuerdos. Se extiende desde el despertar de mi razôn hasta la partida de nuestra madré querida para la patria del cielo. [4v°] Dios me concediô la gracia de despertar mi inteligencia en muy temprana edad y de que los recuerdos de mi infancia se grabasen tan profundamente en mi memoria, que me parece que las cosas que voy a contar ocurrieron ayer. Seguramente que Jesûs, en su amor, queria hacerme conocer a la madré incomparable que me habia dado y que su mano divina tenia prisa por coronar en el cielo... Durante toda mi vida, Dios ha querido rodearme de amor. Mis primeras recuerdos estân impregnados de las mas tiernas sonrisas y caricias... Pero si él puso mucho amor a mi lado, también lo puso en mi corazôn, creândolo carinoso y sensible. Y asi, queria mucho a papa y a marna, y les demostraba de mil maneras mi carino, pues era muy efusiva.. Solo que los medios que empleaba, a veces eran raros, como Io demuestra este pasaje de una carta de marna: «La nina es un verdadero diablillo, que viene a acariciarme deseândome Ia muerte: "jCorno me gustaria que te murieras, mamaita...!" La rinen, y me dice: "jPero si es para que vayas al cielo! <,No dices que tenemos que morirnos para ir alla?" Y cuando esta con estos arrebatos de amor, desea también Ia muerte a su padre». [5r0] Y mira Io que el 25 de junio de 1874, cuando yo tenia apenas 18 meses, decia mama de mi: «Tu padre acaba de instalar un columpio. Celina esta loca de contenta, i pero hay que ver columpiarse a Ia pequena! Es de risa; se sostiene como una jovencita, no hay peligro de que suelte la cuerda, y cuando va demasiado despacio se pone a gritar. La sujetamos por delante con otra cuerda, pero a pesar de todo yo no me siento tranquila cuando Ia veo colgada alia arriba. «Ultimamente me ocurriô una curiosa aventura con la pequena. Tengo costumbre de ir a la Misa de cinco y media. Los primeros dias, no me atrevia a dejarla sola; pero al ver que nunca se despertaba, me decidi a hacerlo. La acuesto en mi cama y arrimo Ia cuna de manera que sea imposible que se caiga. Pero un dia me olvidé de acercar Ia cuna. Llego, y Ia pequena ya no estaba en Ia cama. En ese mismo momento escuché un grito; miro y Ia veo sentada en una silla que habia trente a Ia cabecera de mi cama, con la cabecita apoyada en el respaldo y durmiendo un mal sueno, pues estaba enfadada. No puedo explicarme como pudo caer sentada en aquella silla, pues estaba acostada. Di gracias a Dios de que no le hubiera pasado nada; tue realmente providencial, pues deberia haber caido rodando al suelo. El ângel de la guarda ha velado por ella, y las almas del purgatorio, a las que todos los dias rezo una oraciôn por Ia pequena, Ia protegieron. Asi me explico yo Io sucedido..., tù explicated como quieras...». Al final de la carta mama anadia: «Ahora Ia nina ha venido a pasarme Ia manita por Ia cara y a darme un beso. Esta criatura no quiere dejarme ni un instante y no se aparta de mi lado. Le gusta mucho salir al jardin, [5v°], pero si yo no estoy alii no quiere quedarse y se echa a llorar y no para de hacerlo hasta que me Ia traen...» (Y éste es un pasaje de otra carta): «Teresita me preguntaba el otro dia si iria al cielo. Yo le dije que si, si se portaba bien, y me contesté: "Ya, y si no soy buena, iré al infierno... Pero sé muy bien Io que haré en ese caso: me echaré a volar contigo, que estarâs en el cielo, <,y como se las arreglarâ Dios para cogerme...? Τύ me apretarâs muy fuertemente entre tus brazos." Y lei en sus ojos que estaba firmemente convencida de que Dios no podria hacerle nada mientras estuviese en brazos de su madré... «Maria quiere mucho a su hermanita, y dice que es muy buena. No es extrano, pues esta criatura tiene miedo a darle el menor disgusto. Ayer quise darle una rosa, pues sé que le gustan mucho, pero se puso a suplicarme que no la cortase, porque Maria se lo habia prohibido. Estaba excitadisima. No obstante, le di dos y no se atrevia a aparecer por casa. En vano le decia que las rosas eran mias: "Que no, decia ella, que son de Maria..." «Es un nina que se emociona con gran facilidad. Cuando hace algùn pequeno desaguisado, todo el mundo tiene que saberlo. Ayer rasgé sin querer una esquinita del empapelado y se puso que daba lâstima, habia que decirselo enseguida a su padre. Cuando éste llegé, cuatro horas mas tarde, ya nadie pensaba en Io sucedido, pero ella fue corriendo a decirle a Maria: "Dile enseguida a papa que he rasgado el papel". Y estaba alli como un criminal que espera su condena; pero tiene su teoria de que, si se acusa, la perdonarân mas fâcilmente». [4v° sigue] Queria mucho a mi madrina. Parecia que no, pero me fijaba mucho en todo lo que se hacia y se decia a mi alrededor, y me parece que juzgaba ya las cosas como ahora. Escuchaba muy atentamente lo que Maria enseüaba a Celina, para actuar yo como ella. [6r°] Después que salié de la Visitation, para obtener el favor de ser admitida en su cuarto durante las clases que le daba a Celina, me portaba muy bien y hacia todo lo que me mandaba. Por eso, me colmaban de regalos, que, pese a su escaso valor, me hacian mucha ilusién. Estaba muy orgullosa de mis dos hermanas mayores, pero mi ideal de nina era Paulina... Cuando estaba empezando a hablary marna me preguntaba «<,En qué piensas?», la respuesta era invariable: «jEn Paulina...!» Otras veces pasaba mi dedito por el cristal de la ventana y decia: «Estoy escribiendo: jPaulina...!» Oia decir con frecuencia que seguramente Paulina seria religiosa, y yo enfonces, sin saber lo que era eso, pensaba: Yo también seré religiosa. Es éste uno de mis primeros recuerdos, y desde enfonces ya nunca cambié de intention... Fuiste tù, Madré querida, la persona que Jesûs escogiô para desposarme con él; tù no estabas enfonces a mi lado, pero ya se habia creado un lazo entre nuestras aimas... Tù eras mi ideal, yo queria parecerme a ti, y tu ejemplo fue Io que me arrastro, desde los dos anos de edad, hacia el Esposo de la virgenes. jCuântos hermosos pensamientos quisiera confiarte! Pero tengo que continuar con la historia de la florecilla, con su historia completa y general, pues si quisiera hablar detalladamente de sus relationes con «Paulina», jtendria que dejar de lado todo lo demàs...! Mi querida Leonia ocupaba también un lugar importante en mi corazôn. Me queria mucho. Por las tardes, cuando toda la familia salia a dar un paseo, era ella quien me cuidaba... Aùn me parece estar escuchando las lindas tonadas que me cantaba para dormirme... Buscaba la forma de contentarme en todo; por eso, me habria dolido mucho darle algùn disgusto. [6v°] Me acuerdo muy bien de su primera comuniôn, sobre todo dei momento en que me cogiô en brazos para hacerme entrar con ella en la casa rectoral. jMe parecia tan bonito ser Nevada en brazos por una hermana mayor toda vestida de blanco como yo...! Por la noche, me acostaron temprano, pues yo era muy pequena para quedarme al solemne banqueté; pero aùn estoy viendo a papa trayéndole, a los postres, a su reinecita unos trozos de tarta... Al dia siguiente, o pocos dias después, fuimos con marna a casa de la companerita de Leonia. Creo que fue ese dia cuando nuestra mamaita nos llevô detrâs de una pared para hacernos beber un poco de vino después de la comida (que nos habia servido la pobre senora de Dagorau), pues no queria dejar en mal lugar a la buena mujer pero tampoco queria que nos faltase nada... jQué tierno es el corazôn de una madré! jY cômo expresa su ternura en mil detalles previsores en los que nadie pensaria...! Ahora me falta hablar de mi querida Celina, la companerita de mi infantia, pero son tantos los recuerdos, que no sé cuâles elegir. Voy a extraer algunos pasajes de las cartas que marna te escribia a la Visitation, pero no voy a copiarlo todo, pues séria demasiado largo... El 10 de julio de 1873 (aho de mi nacimiento), te decia: «La nodriza trajo el jueves a Teresita. Se pasô todo el tiempo riendo. La que mas le gustô fue la pequena Celina. Se reia con ella a carcajadas. Se diria que ya tiene ganas de jugar, no tardarâ en hacerlo. Se sostiene sobre las piernecitas, mas tiesa que una estaca. Creo que pronto empezarâ a andar y que tendra buen carâcter. Parece muy inteligente y tiene pinta de predestinada...» [7r°] Pero cuando mostré mi carino a mi querida Celinita, fue sobre todo después de dejar a mi nodriza. Nos entendiamos muy bien; solo que yo era mucho mas vivaracha y mucho menos ingenua que ella. Aunque tenia tres anos y medio menos, me parecia que fuésemos de la misma edad. Este pasaje de una carta de marna te harâ ver lo buena que era Celina y lo mala que era yo: «Mi Celinita esta decididamente inclinada a la virtud. Es ésta una inclinaciôn profunda de su ser. Tiene un aima candorosa y siente horror al pecado. En cuanto al huroncillo, no sabemos lo que saldrà de él. jEs tan pequeno y tan atolondrado! Tiene una inteligencia superior a la de Celina, pero es mucho menos dulce, y, sobre todo, de una terquedad casi indomable. Cuando dice "no", no hay nada que la haga ceder; aunque la metiésemos un dia entero en el cuarto de los trastos, dormiria allî antes que decir "si"... «Sin embargo, tiene un corazôn de oro, es muy carinosa y sincera. Es curioso verla correr iras de mi para acusarse: -Marna, he empujado a Celina, pero solo una vez, la he pegado una vez, pero no lo volveré a hacer. (Y asi, en todo lo que hace). El jueves por la tarde, fuimos a dar un paseo hacia la estaciôn, y se empenô en entrar en la sala de espera para ir a buscar a Paulina. Corria delante con una alegria que daba gloria verla. Pero cuando vio que teniamos que volvernos sin subir al tren para ir a buscar a Paulina, se pasô todo el camino llorando». Esta ùltima parte de la carta me recuerda la dicha que sentia al verte volver de la Visitaciôn. Tù, Madré querida, me cogias en brazos y Maria cogia en los suyos a Celina. Enfonces yo te hacia mil caricias y me echaba [7v°] hacia atrâs para admirar tu larga trenza... Luego me dabas una tableta de chocolate que habias guardado durante tres meses. jImaginate qué reliquia era eso para mi...! Viaje a Le Mans Me acuerdo también del viaje que hice a Le Mans . Era la primera vez que iba en tren. jQué alegria verme viajar sola con mama...! Sin embargo, ya no recuerdo por qué, me eché a llorar, y nuestra pobre mamaita solo pudo presentar a nuestra tia de Le Mans a un feo bichito todo enrojecido por las làgrimas que habia derramado en el camino... No guardo ningùn recuerdo de la visita al locutorio, a no ser del momento en que mi tia me pasô un ratoncito bianco y una cestita de cartulina llena de bombones, sobre los que campeaban dos preciosos anillos de azùcar, justamente del tamano de mi dedo. Inmediatamente exclamé: «jQué bien! jYa tengo un anillo para Celina!» Pero, jay dolor!, cojo la cesta por el asa, doy la otra mano a marna y nos vamos. A los pocos pasos, miro la cesta y veo casi todos los bombones desparramados por la calle, como si fueran los guijarros de Pulgarcito... Miro mas atentamente y veo que uno de los preciosos anillos habia corrido la suerte fatal de los bombones... jYa no tenia nada que llevar a Celina...! Enfonces estalla mi dolor, pido volver sobre mis pasos, pero marna no parece hacerme caso. jAquello era demasiado! A mis lâgrimas siguieron mis gritos... No podia comprender que marna no compartiese mi dolor, y eso acrecentaba todavia mas mi sufrimiento... Mi carâcter Vuelvo ahora a las cartas en las que marna te habia de Celina y de mi. Es el mejor medio que puedo emplear para darte a conocer mi carâcter. He aqui un pasaje en el que mis defectos brillan en todo su esplendor: [8r°] «Celina esta entretenida con la pequena jugando a los dados, y rinen de vez en cuando. Celina cede para anadir una perla a su corona. Yo me veo obligada a reprender a esta pobre nina, que coge unas rabietas terribles cuando las cosas no salen a su gusto y se revuelca por el suelo como una desesperada pensando que todo esta perdido. Hay momentos en que es mas fuerte que ella, y se le corta la respiraciôn. Es una nina muy nerviosa. De todas maneras, es un encanto, y muy inteligente, y se acuerda de todo». jYa ves, Madré mia, qué lejos estaba yo de ser una nina sin defectos! Ni siquiera se podia decir de mi «que fuese buena cuando estaba dormida», pues de noche era todavia mas revoltosa que de dia. Mandaba a paseo todas las mantas, y (dormida y todo) me daba golpes contra los largueras de mi camita; el dolor me despertaba, y enfonces decia: «jMamâ, me he golpeado...! Nuestra pobre mamaita se veia obligada a levantarse y comprobaba que, en efecto, tenia chichones en la frente y me habia golpeado. Me tapaba bien y volvia a acostarse; pero al cabo de un momento yo volvia a golpearme. De suerte que se vieron obligados a atarme en la cama. Todas las noches, la pequena Celina venia a anudar las incontables cuerdas destinadas a evitar que el diablillo se golpease y despertara a su marna. Esta medida dio buen resultado, y desde enfonces ya fui buena mientras dormia... Ténia también otro defecto (estando despierta), del que marna no habia en sus cartas, que era un gran amor propio. No voy a darte mas que dos ejemplos para no alargar demasiado mi narraciôn. Un dia, me dijo marna: «Teresita, si besas el suelo, te doy cinco céntimos». Cinco céntimos eran para mi toda una fortuna, y para ganarlos no tenia que bajar demasiado de mi altura, pues mi exigua estatura no me separaba muchos palmos de suelo. Sin embargo, mi orgullo se rebelô a [8v°] la sola idea de besar el suelo, y poniéndome muy tiesa le dije a mama: -jNo, mamaita, prefiero quedarme sin los cinco céntimos...! En otra ocasiôn teniamos que ir a Grogny, a visitar a la senora de Monnier. Marna le dijo a Maria que me pusiese mi precioso vestido azul celeste, adornado de encajes, pero que no me dejara los brazos al aire, para que el sol no me los tostase. Yo me dejé, con la indiferencia propia de las ninas de mi edad; pero interiormente pensaba que habria estado mucho mas bonita con los bracitos al aire. Con una forma de ser como la mia, si hubiera sido educada por unos padres sin virtud, o incluso si hubiese sido mimada por Luisa como Celina, habria salido muy mala, y tai vez hasta me habria perdido... Pero Jesûs velaba por su pequena prometida y quiso que todo redundase en su bien; incluso sus defectos, que, corregidos a tiempo, le sirvieron para crecer en la perfection... Como tenia amor propio y también amor al bien, en cuanto empecé a pensar seriamente (y lo hice desde muy pequena), bastaba que me dijeran que algo no estaba bien para que se me quitasen las ganas de hacérmelo repetir dos veces... Veo con agrado que en las cartas de marna, a medida que iba creciendo, le daba mayores alegrias. Como no ténia mas que buenos ejemplos a mi alrededor, queria seguirlos como la cosa mas natural del mundo. Esto es lo que escribia en 1876: «Hasta Teresa quiere ponerse a veces a hacer pràcticas... Es una nina encantadora, mas lista que el hambre, muy vivaracha, pero de corazôn sensible. Celina y ella se quieren mucho. Se bastan solas para entretenerse. Todos los dias, en cuanto acaban de comer, Celina va a buscar su gallo y atrapa al primer golpe la gallina de Teresa. Yo no consigo hacerlo, pero ella es tan hàbil que la coge a la primera. Después se van las dos con sus animalitos a sentarse al amor de la [9r°] lumbre, y asi se entretienen un buen rato. (La gallina y el gallo me los habia regalado Rosita, y yo le di el gallo a Celina). «El otro dia Celina durmiô conmigo y Teresa se acostô en el segundo piso en la cama de Celina. Habia pedido a Luisa que la bajase abajo para vestirla, y cuando Luisa subiô a buscarla encontre la cama vacia. Teresa habia oido a Celina y habia bajado con ella. Luisa le dijo: -^O sea, que no quieres bajar a vestirte? -No, Luisa, no, nosotras somos como las dos gallinitas, que no pueden separarse. Y al decir esto, se abrazaban y se estrechaban la una contra la otra... «Luego, por la tarde, Luisa, Celina y Leonia se fueron al Circulo Catôlico y dejaron en casa a la pobre Teresa, que entendia perfectamente que ella era demasiado pequena para ir, y decia: -jSi por lo menos quisieran acostarme en la cama de Celina...! Pero no, no quisieron... Ella no dijo nada y se quedô sola con su lamparita. Al cuarto de hora estaba ya profundamente dormida...» Otro dia, mama escribia también: «Celina y Teresa son inseparables, no es fâcil ver a dos ninas que se quieran tanto. Cuando Maria viene a buscar a Celina para la clase, la pobre Teresa se queda hecha un mar de lâgrimas. jAy, qué va a ser de ella si se va su amiguita...! Maria se compadece y se la lleva también, y la pobre criatura se pasa dos o tres horas sentada en una silla. Le dan unas cuentas para que las ensarte o algùn trapo para que cosa; no se atreve a rebullir y lanza con frecuencia profundos suspiros. Cuando se le desenhebra la aguja, intenta volver a enhebrarla, y es curioso verla cuando no lo consigue y sin atreverse a molestar a Maria. Pronto se ven dos gruesas lâgrimas correr por sus mejillas... Maria [9v°] la consuela inmediatamente y le vuelve a enhebrar la aguja, y el pobre angelito sonne a través de sus lâgrimas...» Recuerdo, en efecto, que no podia vivir sin Celina, y que preferia levantarme de la mesa sin terminar el postre a no irme tras ella. En cuanto se levantaba, me volvia en mi silla alta, pidiendo que me bajasen, y nos ibamos las dos juntas a jugar. A veces nos ibamos con la hija de gobernador, lo cual me gustaba mucho a causa del parque y de los preciosos juguetes que nos ensenaba; pero mâs que nada iba alii por complacer a Celina, ya que preferia quedarme en nuestro jardincito raspando las tapias, pues quitâbamos todas las brillantes lentejuelas que habia en ellas y luego ibamos a vendérsela a papâ que nos las compraba muy serio. Los domingos, como yo era muy pequena para ir a las funciones religiosas, mamâ se quedaba a cuidarme. Yo me portaba muy bien y andaba de puntillas mientras duraba la misa. Pero en cuanto veia abrirse la puerta, se producia una explosion de alegria sin igual: me precipitaba al encuentro de mi preciosa hermanita, que llegaba adornada como una capilla..., y le decia: «jCelina, dame enseguida pan bendito!» A veces no lo traia, porque habia llegado demasiado tarde... jQué hacer enfonces? Yo no podia pasarme sin él, era «mi misa»... Pronto encontre la solution: «ΐ,Νο tienes pan bendito? jPues hazlo!» Dicho y hecho: Celina cogia una silla, abria la alacena, cogia el pan, cortaba una rebanada, y rezaba muy seria un Ave Maria sobre él. Luego me lo ofrecia, y yo, después de hacer con él la serial de la cruz, Io comia con gran devocién, encontrândole exactamente el mismo gusto [10r°] que el del pan bendito... Con frecuencia haciamos juntas conferencias espirituales. He aqui un ejemplo que entresaco de las cartas de marna: «Nuestras dos queridas pequenas, Celina y Teresa, son ângeles de bendicién, tienen una naturaleza verdaderamente angelical. Teresa constituye la alegria y la felicidad de Maria, y su gloria. Es increible lo orgullosa que esta de ella. La verdad es que tiene salidas de lo mas sorprendentes para su edad y le da cien vueltas a Celina, que tiene el doble de anos. El otro dia decia Celina: "^Cémo puede estar Dios en una hostia tan pequena?" Y la pequena contesto: "Pues no es tan extrano, porque Dios es todopoderoso". "<,Y qué quiere decir todopoderoso?" "jPues que hace todo lo que quiere"...» Yo lo escojo todo Un dia, Leonia, creyéndose ya demasiado mayor para jugar a las munecas, vino a nuestro encuentro con una cesta llena de vestiditos y de preciosos retazos para hacer mas. Encima de todo venia acostada su muneca. «Tomad, hermanitas -nos dijo-, escoged, os lo doy todo para vosotras». Celina alargé la mano y cogié un mazo de orlas de colores que le gustaba. Tras un momento de reflexion, yo alargué a mi vez la mano, diciendo: «jYo lo escojo todo!», y cogi la cesta sin mas ceremonias. A los testigos de la escena la cosa les perecié muy justa, y ni a la misma Celina se le ocurrié quejarse (aunque la verdad es que juguetes no le faltaban, pues su padrino la colmaba de regalos, y Luisa encontraba la forma de agenciarle todo lo que deseaba). Este insignificante episodio de mi infancia es el resumen de toda mi vida. Mas tarde, cuando se ofrecié ante mis ojos el horizonte de la perfection, comprend! que para ser santa habia que sufrir mucho, buscar siempre lo mas perfecto y olvidarse de si misma. Comprend! que en la perfection habia muchos grados, y que cada alma [10v°] era libre de responder a las invitationes del Serior y de hacer poco o mucho por él, en una palabra, de escoger entre los sacrificios que él nos pide. Enfonces, como en los dias de mi ninez, exclamé: «Dios mio, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias, no me asusta sufrir por ti, solo me asusta una cosa: conservar mi voluntad. Tômala, jpues "yo escojo todo" lo que tù quieres...! Pero tengo que cortar. No debo adelantarme todavia a hablarte de mi juventud, sino de aquel diablillo de cuatro anos. Recuerdo un sueno que debi tener por esta edad, y que se me grabô profundamente en la imaginaciôn. Una noche soné que salia a dar un paseo, yo sola, por el jardin. Al llegar al pie de la escalera que ténia que subir para llegar él, me paré, sobrecogida de espanto. Delante de mi, cerca del emparrado, habia un bidon de cal y sobre el bidon estaban bailando dos horribles diablillos con una agilidad asombrosa a pesar de las planchas que llevaban en los pies. De repente, fijaron en mi sus ojos encendidos y luego, en ese mismo momento, como si estuvieran todavia mas asustados que yo, saltaron del bidon al suelo y fueron a esconderse en la roperia, que estaba alli enfrente. Al ver que eran tan poco valientes, quise saber lo que iban a hacer y me acerqué a la ventana. Alli estaban los pobres diablillos, corriendo por encima de las mesas y sin saber qué hacer para huir de mi mirada; a veces se acercaban a la ventana mirando nerviosos si yo seguia alli, y, al verme, volvian a echar a correr como desesperados. Seguramente este sueno no tiene nada de extraordinario. Sin embargo, creo que Dios ha querido que lo recuerde siempre para hacerme ver que un aima en estado de gracia no tiene nada que temer de los demonios, que son unos cobardes, capaces de huir ante la mirada de un nino... [11 r°] Voy a copiar aqui otro pasaje que encuentro en las cartas de marna. Nuestra pobre mamaita presentia ya el final de su destierro: «Las dos pequenas no me preocupan. Estân muy bien las dos, son naturalezas privilegiadas; sin duda alguna, serân buenas. Maria y tù podréis educarlas perfectamente. Celina no comete nunca la menor falta voluntaria. También la pequena sera buena; no diria una mentira ni por todo el oro dei mundo. Tiene una agudeza como no la he visto en ninguna de vosotras». «El otro dia estaba en la tienda con Celina y con Luisa. Hablaba de sus practices y discutia animadamente con Celina. La seriora le pregunté a Luisa: <,Qué es lo que quiere decir? Cuando juega en el jardin, no se oye hablar mas que de practices? La senora de Gaucherin se asoma a la ventana para tratar de entender qué significa esa discusion sobre las practices... «Esta criatura constituye nuestra felicidad. Sera buena, se le ve ya el germen: no sabe hablar mas que de Dios, y por nada dei mundo dejaria de rezar sus oraciones. Me gustaria que la vieras contar cuentos, no he visto nunca cosa mas graciosa. Encuentra ella solita la expresiôn y el tono apropiados, sobre todo cuando dice: "Nino de rubios cabellos, ^donde crees que esta Dios?" Y cuando llega a aquello de "Alla arriba, en lo alto del cielo azul", dirige la mirada hacia lo alto con una expresiôn angelical. No nos cansamos de hacérselo repetir, jresulta tan hermoso! Hay algo tan celestial en su mirada, que uno se queda extasiado...» Madré mia querida, jqué feliz era yo a esa edad! Empezaba ya a gozar de la vida, se me hacia atractiva la virtud y creo que me hallaba en las mismas disposiciones que hoy, con un gran [11v°] dominio ya sobre mis actos. jAy, qué rapidos pasaron los anos soleados de mi ninez! Pero también iqué huella tan dulce dejaron en mi alma! Recuerdo ilusionada los dias en que papa nos llevaba al Pabellôn. Hasta los mas pequenos detalles se me grabaron en el corazôn... Recuerdo, sobre todo, los paseos del domingo, en los que siempre nos acompanaba marna... Aùn siento en mi interior las profundas y poéticas impresiones que nacian en mi aima a la vista de los campos de trigo esmaltados de acianos y de flores silvestres. Me gustaban ya los amplios horizontes... El espacio y los gigantescos abetos, cuyas ramas tocaban el suelo, dejaban en mi aima una impresiôn parecida a la que siento hoy todavia a la vista de la naturaleza... Con frecuencia, durante esos largos paseos, nos encontrâbamos con algùn pobre, y Teresita era siempre la encargada de llevarles la limosna, cosa que le encantaba. Pero a menudo también, pareciéndole a papa que el camino era demasiado largo para su reinecita, la llevaba a casa antes que a las demâs (muy a su pesar); y enfonces, para consolarla, Celina llenaba de margaritas su linda cestita y, a la vuelta, se las daba. Pero, jay!, la pobre abuelita pensaba que su nieta ténia demasiadas y cogia una buena parte de ellas para su Virgen... Esto no le gustaba a Teresita, pero se guardaba muy bien de decir nada, pues habia adquirido la buena costumbre de no quejarse nunca. Incluso cuando le quitaban lo que era suyo o cuando la acusaban injustamente, preferia callarse y no excusarse, lo cual no era mérito suyo sino virtud natural... jQué lastima que esta buena disposition se haya desvanecido...! [12r°] Si, verdaderamente todo me sonreia en la tierra. Encontraba flores a cada paso que daba, y mi carâcter alegre contributa también a hacerme agradable la vida. Pero un nuevo periodo se iba a abrir para mi alma. Tenia que pasar por el crisol de la prueba y sufrir desde mi infancia, para poder ofrecerme mucho antes a Jesûs. Igual que las flores de la primavera comienzan a germinar bajo la nieve y se abren a los primeras rayos del sol, asi también la florecita cuyos recuerdos estoy escribiendo tuvo que pasar también por el invierno de la tribulation... CAPITULO II EN LOS BUISSONNETS (1877-1881) Muerte de mama Todos los detalles de la enfermedad de nuestra querida madre siguen todavia vivos en mi corazôn. Me acuerdo, sobre todo, de las ûltimas semanas que pasô en la tierra. Celina y yo viviamos como dos pobres desterradas. Todas las mananas, venia a buscarnos la senora de Leriche y pasâbamos el dia en su casa. Un dia, no habiamos tenido tiempo de rezar nuestras oraciones antes de salir, y por el camino Celina me dijo muy bajito: -«<,Tenemos que decirle que no hemos rezado...» -«Si», le contesté, y enfonces ella se lo dijo muy timidamente a la senora de Leriche, que nos respondiô: -«Bien, hijitas, ahora las haréis». Y dejândonos solas en una habitation muy grande, se fue... Enfonces Celina me mira y dijimos: «jAy, no es como con marna...! Ella nos hacia rezar todos los dias...» Cuando jugâbamos con las ninas, nos perseguia de continuo el recuerdo de nuestra madre querida. Una vez que a Celina le dieron un albaricoque, se incliné hacia mi y me dijo muy bajito: «No lo comeremos, se lo daré a marna». Pero, jay!, nuestra pobre mamaita estaba ya demasiado enferma para corner las frutas de la tierra. Ya solo en el cielo podria saciarse con la gloria de Dios y beber con Jesûs el vino misterioso del que él hablô en la ûltima cena cuando dijo que lo compartiria con nosotros en el reino de su Padre. También la impresionante ceremonia de la unciôn de los enfermos se quedô grabada en mi aima. Aùn veo el lugar donde yo estaba, al lado de Celina. Estâbamos las cinco colocadas por [12v°] orden de edad, y nuestro pobre papaito estaba también alli sollozando... El dia de la muerte de marna, o al dia siguiente, me cogiô en brazos, diciéndome: «Ve a besar por ùltima vez a tu pobre mamaita». Y yo, sin decir nada, acerqué mis labios a la trente de mi madré querida... No recuerdo haber llorado mucho. No le hablaba a nadie de los profundos sentimientos que me embargaban... Miraba y escuchaba en silencio... Nadie tenia tiempo para ocuparse de mi, asi que vi muchas cosas que hubieran querido ocultarme. En un determinado momento, me encontré trente a la tapa del ataùd... Estuve un largo rato contemplândolo. Nunca habia visto ninguno. Sin embargo, comprendia... Era yo tan pequena, que, a pesar de la baja estatura de marna, tuve que levantar la cabeza para verlo entero, y me pareciô muy grande... y muy triste... Quince anos mas tarde, me encontré delante de otro ataùd, el de la madré Genoveva . Era del mismo tamano que el de marna, jy me pareciô estar volviendo a los dias de mi infancia... ! Todos los recuerdos se agolparon en mi mente. Era la misma Teresita la que miraba; pero ahora habia crecido y el ataùd le parecia pequeno: ya no necesitaba levantar la cabeza para verlo, tan solo la levantaba para contemplar el cielo, que le parecia muy alegre, porque todas sus pruebas se habian terminado y el invierno de su aima habia pasado para siempre... El dia en que la Iglesia bendijo los restos mortales de nuestra mamaita del cielo, Dios quiso darme otra madré en la tierra, y quiso que yo misma la eligiese libremente. Estâbamos juntas las cinco, mirândonos entristecidas. También Luisa estaba alli, y al vernos a Celina y a mi, dijo: «jPobrecitas, ya no tenéis madré!» Enfonces Celina se echo en brazos de Maria, diciendo: «jBueno, tù seras mi marna!» Yo estaba acostumbrada a [13r°] imitarla en todo; sin embargo, me volvi hacia ti, Madré mia, y como si el futuro hubiera rasgado ya su vélo, me eché en tus brazos, exclamando: «jPues mi marna sera Paulina! » Como ya dije antes, a partir de esta época de mi vida entré en el segundo periodo de mi existencia, el mas doloroso de los très, sobre todo tras la entrada en el Carmelo de la que yo habia escogido para que fuese mi segunda «marna». Este periodo se extiende desde la edad de cuatro anos y medio hasta la de catorce, época en la que récupéré mi carâcter de la ninez, a la vez que entraba en Io serio de la vida. Tengo que decirte, Madré, que a partir de la muerte de marna, mi temperamento feliz cambio por completo. Yo, tan vivaracha y efusiva, me hice timida y callada y extremadamente sensible. Bastaba un mirada para que prorrumpiese en lâgrimas, solo estaba contenta cuando nadie se ocupaba de mi, no podia soportar la compafiia de personas extranas y solo en la intimidad del hogar volvia a encontrar mi alegria. Sin embargo, seguia rodeada de la mas delicada ternura.. El corazôn tan tierno de papa habia anadido al amor que ya ténia un amor verdaderamente maternai... Y tù, Madré, y Maria <,ηο erais para mi las mas tiernas y desinteresadas de las madrés...? No, si Dios no hubiese prodigado a su florecilla esos sus rayos bienhechores, nunca ella hubiera podido aclimatarse a la tierra, pues era todavia demasiado débil para soportar las lluvias y las tormentas, y necesitaba calor, el suave rocio y las brisas de primavera. Nunca le faltaron [13v°] todas esas ayudas, Jesûs hizo que las encontrase incluso bajo la nieve del sufrimiento. Lisieux No senti la menor pena al dejar Alençon; a los ninos les gustan los cambios, y vine contenta a Lisieux. Me acuerdo del viaje y de la llegada al anochecer a la casa de mi tia. Aùn me parece estar viendo a Juana y a Maria esperândonos a la puerta... Me sentia muy feliz de tener unas primitas tan buenas. Las queria mucho, lo mismo que a mi tia y, sobre todo, a mi tio; solo que él me daba miedo y no me hallaba tan a gusto en su casa como en los Buissonnets, donde mi vida si que fue verdaderamente feliz... Por la manana, tù te acercabas a mi, preguntândome si habia ofrecido ya mi corazôn a Dios; luego me vestias, hablândome de él, y a continuation rezaba mis orationes a tu lado. Después venia la clase de lectura. La primera palabra que logré leer sola fue ésta: «cielos». Mi querida madrina se encargaba de las clases de escritura, y tù, Madré, de todas las demâs. No tenia gran facilidad para aprender, pero si buena memoria. El catecismo, y sobre todo la Historia Sagrada, eran mis asignaturas preferidas, las estudiaba con verdadero placer; en cambio la gramàtica me hizo derramar muchas lâgrimas... <,Te acuerdas dei masculino y el femenino? En cuanto terminaba la clase, subia al mirador para llevarle a papa mi condecoraciôn y mis notas. jQué feliz me sentia cuando podia decirle: «Tengo un 5 sin exception, Paulina lo dijo la primera...!» Pues cuando te preguntaba yo si ténia 5 sin exception y tù me contestabas que si, era para mi como obtener un punto menos. También me dabas vales, y cuando habia reunido un cierto nûmero de ellos conseguia un recompensa y un dia de asueto. Recuerdo que esos dias [14r°] se me hacian mucho mas largos que los otros, cosa que a ti te agradaba pues era serial de que no me gustaba estar sin hacer nada. Delicadezas de papa Todas la tardes me iba a dar un paseito con papa. Haciamos juntos una visita al Santisimo Sacramento, visitando cada dia una nueva iglesia. Fue asi como entré por vez primera en la capilla del Carmelo. Papa me ensenô la reja del coro, diciéndome que al otro lado habia religiosas. jQué lejos estaba yo de imaginarme que nueve anos mas tarde iba a encontrarme yo entre ellas... ! Terminado el paseo (durante el cual papa me compraba siempre un regalito de cinco o diez céntimos), volvia a casa. Hacia entonces los deberes, y después me pasaba todo el resto del tiempo brincando en el jardin en torno a papa, pues no sabia jugar a las muhecas. Una cosa que me encantaba era preparar tisanas con semillas y cortezas de ârbol que encontraba por el suelo; luego se las llevaba a papa en una linda tacita; nuestro pobre papaito suspendia su trabajo y, sonriendo, hacia como que bebia, y antes de devolverme la taza me preguntaba (como a hurtadillas) si habia que tirar el contenido; algunas veces yo le decia que si, pero la mayoria de ellas volvia a llevarme mi preciosa tisana para que me sirviese para mas veces... Me gustaba cultivar mis florecitas en el jardin que papa me habia regalado. Me entretenia levantando altarcitos en un hueco que habia en medio de la tapia; cuando terminaba, corria a buscar a papa y arrastrândole detrâs de mi le decia que cerrase bien los ojos y que no los abriera hasta que yo se lo mandase. El hacia todo lo que yo queria y se dejaba conducir ante mi jardincito. Entonces yo gritaba: «jPapâ, abre los ojos!» El los abria [14v°] y, por complacerme, se quedaba extasiado, admirando lo que a mi me parecia toda una obra de arte... Si quisiera contar otras mil anécdotas de esta indole que se agolpan en mi memoria, nunca terminaria... ^Como relatar todas las caricias que «papa» prodigaba a su reinecita? Hay cosas que siente el corazôn y que ni la palabra ni siquiera el pensamiento pueden expresar... jQué hermosos eran para mi los dias en que mi rey querido me llevaba con él a pescar! jMe gustaban tanto el campo, las flores y los pâjaros! A veces intentaba pescar con mi canita. Pero preferia ir a sentarme sola en la hierba florida. Enfonces mis pensamientos se hacfan muy profundos, y sin saber lo que era meditar, mi alma se abismaba en una verdadera oraciôn... Escuchaba los ruidos lejanos... El murmullo del viento y hasta la mùsica difusa de los soldados, cuyo sonido llegaba hasta mi, me llenaban de dulce melancolia el corazôn... La tierra me parecia un lugar de destierro y sonaba con el cielo... La tarde pasaba râpidamente, y pronto habia que volver a los Buissonnets. Pero antes de partir, tomaba la merienda que habia llevado en mi cestita. La hermosa rebanada de pan con mermelada que tù me habias preparado habia cambiado de aspecto: en lugar de su vivo color, ya no veia mas que un pâlido color rosado, todo rancio y revenido... Enfonces la tierra me parecia aùn mas triste, y comprendia que solo en el cielo la alegria séria sin nubes... Hablando de nubes, me acuerdo que un dia el hermoso cielo azul de la campana se encapotô y que pronto se puso a rugir la tormenta. Los relâmpagos hacian surcos en las nubes oscuras y vi caer un rayo a corta distancia. Lejos de asustarme, estaba encantada: jme parecia que Dios [15r°] estaba muy cerca de mi...! Papa no estaba en absoluto tan contento como su reinecita; no porque tuviese miedo a la tormenta, sino porque la hierba y las grandes margaritas (que levantaban mas que yo) centelleaban de piedras preciosas y teniamos que atravesar varios prados antes de encontrar un camino; asi que mi querido papaito, para que los diamantes no mojasen a su hijita, se la echo a hombros a pesar de su equipo de pesca. Durante los paseos que daba con papa, le gustaba mandarme a llevar la limosna a los pobres con que nos encontrâbamos. Un dia, vimos a uno que se arrastraba penosamente sobre sus muletas. Me acerqué a él para darle una moneda; pero no sintiéndose tan pobre como para recibir una limosna, me miré sonriendo tristemente y rehusô tomar lo que le ofrecia. No puedo decir lo que senti en mi corazôn. Yo queria consolarle, aliviarle, y en vez de eso, pensé, le habia hecho sufrir. El pobre enfermo, sin duda, adivinô mi pensamiento, pues lo vi volverse y sonreirme. Papa acababa de comprarme un pastel y me entraron muchas ganas de dârselo, pero no me atrevi. Sin embargo, queria darle algo que no me pudiera rechazar, pues sentia por él un afecto muy grande. Enfonces recordé haber oido decir que el dia de la primera comuniôn se alcanzaba todo lo que se pedia. Aquel pensamiento me consolé, y aunque todavia no ténia mas que seis anos, me dije para mi: «El dia de mi primera comuniôn rezaré por mi pobre». Cinco anos mas tarde cumpli mi promesa, y espero que Dios habrâ escuchado la oraciôn que él mismo me habia inspirado que le dirigiera por uno de sus miembros dolientes... [15v°] Amaba mucho a Dios y le ofrecia con frecuencia mi corazôn, sirviéndome de la breve formula que marna me habia ensenado. Sin embargo, un dia, o mejor una tarde del mes de mayo, cometi una falta que vale la pena contar aqui. Esta falta me ofreciô una buena ocasiôn para humillarme y creo que he tenido de ella perfecta contriciôn. Como era demasiado pequena para ir al mes de Maria, me quedaba en casa con Victoria y hacia con ella mis devociones ante mi altarcito de Maria, que yo arreglaba a mi manera. Era todo tan pequeno, candeleros y floreros, que dos cerillas, que hacian de velas, bastaban para alumbrarlo. En alguna que otra ocasiôn, Victoria me daba la sorpresa de regalarme dos cabitos de vela, pero raras veces. Una tarde, estaba todo preparado para ponernos a rezar, y le dije: «Victoria, ^quieres comenzar el Acordaos? Voy a encender». Ella hizo ademân de empezar, pero no dijo nada y me miré riéndose. Yo, que veia que mis preciosas cerillas se consumian ràpidamente, le supliqué que dijese la oraciôn. Ella continuo callada. Enfonces, levantândome, le dije a gritos que era mala y, saliendo de mi dulzura habituai, empecé a patalear con todas mis fuerzas.... A la pobre Victoria se le quitaron las ganas de reir, me miré asombrada y me ensehô los cabos de vela que habia traido...Y yo, después de haber derramado làgrimas de rabia, lloré lâgrimas de sincero arrepentimiento, con el firme proposito de no volver a hacerlo nunca... En otra ocasiôn me ocurriô una nueva aventura con Victoria, pero de ésta no tuve que arrepentirme, pues conservé perfectamente la calma. Yo queria un tintero, que estaba sobre la chimenea de la cocina. Como era muy pequena para cogerlo, le pedi muy amablemente a Victoria que [16r°] me lo diese, pero ella se negô, diciéndome que me subiese a una silla. Cogi una silla sin replicar, pero pensando que ella no habia sido nada amable que digamos. Y queriendo hacérselo saber, busqué en mi cabecita el insulto que mas me ofendia. Ella, cuando estaba enfadada conmigo, solia llamarme «mocosa», lo cual me humillaba mucho. Asi que, antes de bajarme de la silla, me volvi hacia ella con gran dignidad y le dije: «jVictoria, eres una mocosa!» Y me escapé corriendo, dejàndola que meditase las profundas palabras que acababa de dirigirle... El resultado no se hizo esperar, pues pronto la oi gritar: «jSefiorita Maria..., Teresa acaba de llamarme mocosa!» Vino Maria y me hizo pedirle perdôn, pero lo hice sin contriciôn, pues me parecia que si Victoria no habia querido estirar su largo brazo para hacerme un pequeno favor, merecia bien el titulo de mocosa... Sin embargo, Victoria me queria mucho, y yo también a ella. Un dia me sacé de un gran aprieto, en el que yo habia caido por mi culpa. Victoria estaba planchando y tenia a su lado un cubo de agua. Yo estaba mirândola, balanceândome (como de costumbre) en una silla. De repente, me fallô la silla y cai, pero no al suelo, sino jj jdentro del cubo...!!! Estaba tocando la cabeza con los pies, y llenaba el cubo como un pollito llena el huevo... La pobre Victoria me miraba enormemente sorprendida, pues nunca habia visto cosa igual. Yo no veia la hora de salir del cubo, pero imposible, la prisién era tan justa que no podia hacer el menor movimiento. Con cierta dificultad, Victoria me salvo del gran aprieto; Io que no pudo salvar fue mi vestido y todo Io demâs, y se vio obligada a cambiarme, pues estaba hecha una sopa. Otra vez me cai en la chimenea. Por suerte el fuego no estaba [16v°] encendido, y Victoria no tuvo mas trabajo que el de levantarme y sacudirme la ceniza que me cubria de pies a cabeza. Todas estas aventuras me sucedian los miércoles, mientras tù y Maria estabais en el canto. Primera confesiôn Fue también un miércoles cuando vino a visitarnos el Sr. Ducellier. Cuando Victoria le dijo que no habia nadie en casa, mas que Teresita, entré a la cocina para verme, y estuvo mirando mis deberes. Me senti muy orgullosa de recibir a mi confesor, pues habia hecho poco antes mi primera confesiôn. jQué dulce recuerdo aquel...! jCon cuânto esmero me preparaste, Madré querida, diciéndome que no era a un hombre a quien iba a decir mis pecados, sino a Dios! Estaba profundamente convencida de ello, por lo que me confesé con gran espiritu de fe, y hasta te pregunté si no tendria que décidé al Sr. Ducellier que lo amaba con todo el corazén, ya que era a Dios a quien le iba a hablar en su persona... Bien instruida acerca de todo lo que ténia que decir y hacer, entré al confesonario y me puse de rodillas; pero al abrir la ventanilla, el Sr. Ducellier no vio a nadie: yo era tan pequena, que mi cabeza quedaba por debajo de la tabla de apoyar las manos. Enfonces me mandé ponerme de pie. Obedeci en seguida, me levanté y, poniéndome exactamente frente a él para verle bien, me confesé como una persona mayor, y recibi su bendicién con gran fervor, pues tù me habias dicho que en esos momentos las lâgrimas del Nino Jesûs purificarian mi aima. Recuerdo que en la primera exhortation que me hizo me invité, sobre todo, a que tener devociôn a la Santisima Virgen, y yo prometi redoblar mi ternura hacia ella. Al salir del confesonario, me sentia tan contenta y ligera, que nunca habia sentido tanta alegria en mi [17r°] aima. Después volvi a confesarme en todas las fiestas importantes, y cada vez que lo hacia era para mi una verdadera fiesta. Fiestas y domingos en familia jLas fiestas...! jCuàntos recuerdos me trae esta palabra...! jCômo me gustaban las fiestas...! Tù, Madré querida, sablas explicarme tan bien todos los misterios que en cada una de ellas se encerraban, que eran para mi auténticos dias de cielo. Me gustaban, sobre todo, las procesiones del Santisimo. jQué alegria arrojar flores al paso del Senor...! Pero en vez de dejarlas caer, yo las lanzaba lo mas alto que podia, y cuando veia que mis hojas deshojadas tocaban la sagrada custodia, mi felicidad llegaba al colmo... jLas fiestas! Si bien las grandes eran raras, cada semana traia una muy entranable para mi.: «el domingo». jQué dia el domingo...! Era la fiesta de Dios, la fiesta del descanso. Empezaba por quedarme en la cama mas tiempo que los otros dias; ademâs, marna Paulina mimaba a su hijita llevàndole el chocolate a la cama, y después la vestia como a una reinecita... La madrina venia a peinar los rizos de su ahijada, que no siempre era buena cuando le alisaban el pelo, pero luego se iba muy contenta a coger la mano de su rey, que ese dia la besaba con mayor ternura aùn que de ordinario. Después toda la familia iba a misa. Durante todo el camino, y también en la iglesia, la reinecita de papa le daba la mano. Su sitio estaba junto al de él, y cuando teniamos que sentarnos para el sermon, habia que encontrar también dos sillas, una junto a otra. Esto no resultaba muy dificil, pues todo el mundo parecia encontrar tan entranable el ver a un anciano tan venerable con una hija tan pequena, que la gente se apresuraba a cedernos el asiento. Mi tio, que ocupaba los bancos de los mayordomos, gozaba al vernos Hegar y decia que yo era su [17v°] rayito de sol... No me preocupaba lo mas minimo que me mirasen. Escuchaba con mucha atencién los sermones, aunque no entendia casi nada. El primera que entendi, y que me impresioné profundamente, fue uno sobre la pasién, predicado por el Sr. Ducellier, y después entendi ya todos los demâs. Cuando el predicador hablaba de santa Teresa, papa se inclinaba y me decia muy bajito: «Escucha bien, reinecita, que esta hablando de tu santa patrona». Y yo escuchaba bien, pero miraba mas a papa que al predicador. jMe decia tantas cosas su hermoso rostro...! A veces sus ojos se llenaban de lâgrimas que trataba en vano de contener. Tanto le gustaba a su aima abismarse en las verdades eternas, que parecia no pertenecer ya a esta tierra... Sin embargo, su carrera estaba aùn muy lejos de terminar: tenian que pasar todavia largos anos antes de que el hermoso cielo se abriera ante sus ojos extasiados y de que el Senor enjugara las lâgrimas de su servidorfiel y cumplidor... Pero vuelvo a mi jornada del domingo. Aquella alegre jornada, que pasaba con tanta rapidez, tenia también su fuerte tinte de melancolia. Recuerdo que mi felicidad era total hasta Completas. Durante esta Hora del Oficio, me ponia a pensar que el dia de descanso se iba a terminar, que al dia siguiente habia que volver a empezar la vida normal, a trabajar, a estudiar las lecciones, y mi corazôn sentia el peso del destierro de la tierra... y suspiraba por el descanso eterno del cielo, por el domingo sin ocaso de la patria... Hasta los paseos que dâbamos antes de volver a los Buissonnets dejaban en mi aima un sentimiento de tristeza. En ellos la familia ya no estaba completa, pues papa, por dar gusto a mi tio, le dejaba a Maria o a Paulina la tarde de los domingos. [18r°] Solo me sentia realmente contenta cuando me quedaba yo también. Preferia eso a que me invitasen a mi sola, pues asi se fijaban menos en mi. Mi mayor placer era oir hablar a mi tio, pero no me gustaba que me hiciese preguntas, y sentia mucho miedo cuando me ponia sobre una de sus rodillas y cantaba con voz de trueno la cancién de Barba Azul... Cuando papa venia a buscarnos, me ponia muy contenta. Al volver a casa, iba mirando las estrellas, que titilaban dulcemente, y esa vision me fascinaba... Habia, sobre todo, un grupo de perlas de oro en las que me fijaba muy gozosa, pues me parecia que tenian forma de T (poco mas o menos esta forma ). Se lo ensenaba a papa, diciéndole que mi nombre estaba escrito en el cielo, y luego, no queriendo ver ya cosa alguna de esta tierra miserable, le pedia que me guiase él. Y enfonces, sin mirar dénde ponia los pies, levantaba bien alta la cabeza y caminaba sin dejar de contemplar el cielo estrellado... ôY qué decir de las veladas de invierno, sobre todo de las de los domingos? jCômo me gustaba sentarme con Celina, después de la partida de damas, en el regazo de papa...! Con su hermosa voz, cantaba tonadas que llenaban el aima de pensamientos profundos..., o bien, meciéndonos dulcemente, recitaba poesias impregnadas de verdades eternas. Luego subiamos para rezar las oraciones en comûn, y la reinecita se ponia solita junto a su rey, y no tenia mâs que mirarlo para saber cômo rezan los santos... Finalmente, ibamos todas, por orden de edad, a dar las buenas noches a papa y a recibir un beso. La reina iba, naturalmente, la ùltima, y el rey, para besarla, la [18v°] cogia por los codos, y ella exclamaba bien alto: «Buenas noches, papa, hasta manana, que duermas bien». Y todas las noches se repetia la escena... Después mi mamaita me cogia en brazos y me llevaba hasta la cama de Celina, y yo enfonces le decia: «Paulina, <,he sido hoy bien buenecita...? ^Vendrân los angelitos a volar a mi alrededor ?» La respuesta era siempre si, pues de otro modo me hubiera pasado toda la noche llorando... Después de besarme, al igual que mi querida madrina, Paulina volvia a bajar y la pobre Teresita se quedaba completamente sola en la oscuridad. Y por mâs que intentaba imaginarse a los angelitos volando a su alrededor, no tardaba en apoderarse de ella el terror; las tinieblas le daban miedo, pues desde su cama no alcanzaba a ver las estrellas que titilaban dulcemente... Considero una auténtica gracia el que tù, Madré querida, me hayas acostumbrado a superar mis miedos. A veces me mandabas sola, por la noche, a buscar un objeto cualquiera en alguna habitation alejada. De no haber sido tan bien dirigida, me habria vuelto muy miedosa, mientras que ahora es dificil que me asuste por nada... A veces me pregunto cômo pudiste educarme con tanto amor y delicadeza, y sin mimarme, pues la verdad es que no me dejabas pasar ni una sola imperfection. Nunca me reprendias sin motivo, pero tampoco te volvias nunca atrâs de una decision que hubieras tornado. Tan convencida estaba yo de esto, que no hubiera podido ni querido dar un paso si tù me lo habias prohibido. Hasta papa se veia obligado a someterse a tu voluntad. Sin el consentimiento de Paulina, yo no salia de paseo; y si cuando papa me pedia que fuese, yo respondia: «Paulina no quiere», [19r°] enfonces él iba a implorar gracia para mi. A veces Paulina, por complacerlo, decia que si, pero Teresita leia en su cara que no lo decia de corazôn y enfonces se echaba a llorar y no habia forma de consolarla hasta que Paulina decia que si y la besaba de corazôn. Cuando Teresita caia enferma, como le sucedia todos los inviernos, es imposible decir con qué ternura maternal era cuidada. Paulina Ia acostaba en su propia cama (merced incomparable) y le daba todo Io que le apetecia. Un dia, Paulina sacé de debajo de Ia almohada una preciosa navajita suya y se la régalé a su hijita, dejândola sumida en un arrobamiento imposible de describir. -«jPaulinal, exclamo, <,asi que me quieres tanto, que te privas por mi de tu preciosa navajita que tiene una estrella de nâcar...? Y si me quieres tanto, ^sacrificarias también tu reloj para que no me muriera...» -«No solo sacrificaria mi reloj para que no te murieras, sino que Io sacrificaria ahora mismo por verte pronto curada». AI oir esas palabras de Paulina, mi asombro y mi gratitud llegaron al colmo... En verano, a veces tenia mareos, y Paulina me cuidaba con la misma ternura. Para distraerme -y éste era el mejor de los remedios-, me paseaba en carretilla alrededor del jardin; y luego, bajândome a mi, ponia en mi lugar una matita de margaritas y la paseaba con mucho cuidado hasta mi jardin, donde la colocaba con gran solemnidad... Paulina era quien recibia todas mis confidencias intimas y aclaraba todas mis dudas... En cierta ocasiôn, le manifesté mi extraneza de que Dios no [19v°] diera la misma gloria en el cielo a todos los elegidos y mi temor de que no todos fueran felices. Enfonces Paulina me dijo que fuera a buscar el vaso grande de papa y que lo pusiera al lado de mi dedalito, y luego que los llenara los dos de agua. Enfonces me pregunté cuâl de los dos estaba mas lleno. Yo le dije que estaba tan lleno el uno como el otro y que era imposible echar en ellos mas agua de la que podian contener. Enfonces mi Madré querida me hizo comprender que en el cielo Dios daria a sus elegidos tanta gloria como pudieran contener, y que de esa manera el ùltimo no tendria nada qué envidiar al primero. Asi, Madré querida, poniendo a mi alcance los mas sublimes secretos, sabias tù dar a mi aima el alimento que necesitaba... jCon qué alegria veia yo llegar cada ano la entrega de premios...! Enfonces como siempre, se hacia justicia, y yo no recibia mas recompensas que las que habia merecido. Sola y de pie en medio de la noble asamblea, escuchaba la sentencia, que era leida por el rey de Francia y Navarra. El corazén me latia muy fuerte al recibir los premios y la corona..., jera para mi como una imagen del juicio...! Inmediatamente después de la entrega, la reinecita se quitaba su vestido blanco, y se apresuraban a disfrazarla para que tomara parte en la gran representation...! Vision profética jQué alegres eran aquellas fiestas familiares...! jY qué lejos estaba yo enfonces, viendo a mi rey querido tan radiante, de presagiar las tribulaciones que iban a visitarlo...! Un dia, sin embargo, Dios me mostrô, en una vision verdaderamente extraordinaria, la imagen viva de la prueba que él queria prepararnos de antemano, pues su câliz se estaba ya llenando. Papa se encontraba de viaje desde hacia varios dias, y aùn faltaban dos [20r°] para su regreso. Serian las dos o las très de la tarde, el sol brillaba con vivo resplandor y toda la naturaleza parecia estar de fiesta. Yo estaba sola, asomada a la ventana de una buhardilla que daba a la huerta grande. Miraba al frente, con el aima ocupada en pensamientos risuenos, cuando vi delante del lavadero, que se encontraba justamente alli enfrente, a un hombre vestido exactamente igual que papa, de la misma estatura y con la misma forma de andar; solo que estaba mucho mas encorvado... Ténia la cabeza cubierta con una especie de delantal de color indefinido, de suerte que no le puede ver la cara. Llevaba un sombrero parecido a los de papa. Lo vi avanzar con paso regular, bordeando mi jardincito... De pronto un sentimiento de pavor sobrenatural invadiô mi aima; pero inmediatamente pensé que seguramente papa habia regresado y que se ocultaba para darme una sorpresa. Enfonces le llamé a gritos, con voz trémula de emociôn: «jPapâ, papa...!» Pero el misterioso personaje no pareciô oirme y prosiguiô su marcha regular sin siquiera volverse. Siguiéndole con la mirada, le vi dirigirse hacia el bosquecillo que cortaba en dos la avenida principal. Esperaba verlo reaparecer al otro lado de los grandes ârboles, jpero la vision profética se habia desvanecido...! Todo esto no duré mas que un instante, pero se grabé tan profundamente en mi corazén, que aùn hoy, quince anos después..., conservo tan vivo su recuerdo como si la vision estuviese todavia delante de mis ojos... Maria estaba contigo, Madré mia, en una habitacién que ténia comunicacién con aquella en la que yo me encontraba. Y al oirme llamar a papa, tuvo una sensation de pavor y pensé, segùn me dijo después, que debia estar ocurriendo algo extraordinario. Disimulando su emotion corrié junto a mi, preguntândome qué me pasaba para estar llamando a papa que estaba en Alençon. [20v°] Enfonces le conté lo que acababa de ver. Para tranquilizarme, Maria me dijo que seguramente habria sido Victoria, que, para meterme miedo, se habia cubierto la cabeza con el delantal. Pero al preguntarle, Victoria aseguré que ella no habia salido de la cocina. Ademâs, yo estaba bien segura de haber visto a un hombre y de que ese hombre tenia todas las trazas de papa. Entonces fuimos las très al otro lado del macizo de ârboles, y al no encontrar la menor huella de que alguien hubiese pasado por alli, tù me dijiste que no pensara mas en ello... Pero no pensar mas en ello era algo que no estaba en mi poder. Mi imaginaciôn me representaba una y otra vez la escena misteriosa que habia visto... Muchas veces también intenté levantar el vélo que me ocultaba su significado, pues en el fondo del corazôn abrigaba la intima convicciôn de que esta vision ténia un sentido que algùn dia se me iba a revelar... Ese dia se hizo esperar largo tiempo, pero catorce anos mas tarde Dios mismo rasgô ese vélo misterioso. Estâbamos en licencia sor Maria del Sagrado Corazôn y yo, y hablâbamos como siempre de cosas de la otra vida y de nuestros recuerdos de la infancia. Yo le recordé la vision que habia tenido a la edad de seis a siete anos, y de pronto, al contar los detalles de aquella extrana escena, comprendimos las dos a la vez lo que significaba... Era a papa a quien yo habia visto, caminando encorvado por la edad... Era él, llevando en su rostro venerable y en su cabeza encanecida el signo de su prueba gloriosa... Asi como la Faz adorable de Jesûs estuvo velada durante su Pasiôn, asi ténia que estar también velada la faz de su fiel servidor en los dias de sus sufrimientos, para que en la patria celestial pudiera resplandecer junto a su Sehor, el Verbo eterno... Y desde el seno de esa gloria inefable, nuestro querido padre, que reina ya en el cielo, nos ha alcanzado la gracia de comprender la vision [21 r°] que su reinecita habia tenido a una edad en la que no era de temer que sufriera una ilusiôn. Desde el seno de la gloria, nos ha alcanzado el dulce consuelo de comprender que, diez anos antes de nuestra gran tribulaciôn, Dios quiso mostrârnosla ya, como un padre hace vislumbrar a sus hijos el porvenir glorioso que les tiene preparado y se complace en considerar por adelantado las riquezas incalculables que constituirân su herencia... ^Pero por qué Dios me concediô precisamente a mi esta revelaciôn? <,Por qué mostrô a una nina tan pequena algo que ella no podia comprender, algo que, de haberlo comprendido, la hubiera hecho morir de dolor? ^Por qué...? Es éste, sin duda, uno de esos misterios que comprenderemos en el cielo jy que sera para nosotras causa de eterna admiraciôn...! jQué bueno es el Senor...! El acompasa siempre sus pruebas a las fuerzas que nos da. Como acabo de decir, yo nunca hubiera podido soportar ni tan siquiera la idea de los amargos sufrimientos que me reservaba el porvenir... Era incapaz hasta de pensar, sin estremecerme, que papa pudiese morir... Una vez, estaba subido a lo alto de una escalera, y como yo quedaba justamente debajo de él, me gritô: «Apàrtate, chiquitita, que si caigo te voy a aplastar». Al oir eso, me sublevé interiormente, y, en vez de apartarme, me pegué mas a la escalera, pensando: «Por lo menos, si papa se cae, no tendré el dolor de verle morir, pues yo moriré con él». Me es imposible decir lo mucho que queria a papa. Todo en él me causaba admiracion. Cuando me explicaba sus ideas (como si yo fuese ya una jovencita), yo le decia ingenuamente que seguro que si decia [21 v°] todas esas cosas a los hombres importantes del gobierno, vendrian a buscarlo para hacerlo rey, y entonces Francia seria feliz como no lo habia sido nunca... Pero en el fondo me alegraba (y me lo reprochaba a mi misma como si fuese un pensamiento egoista) de que no hubiese nadie mas que yo que conociese bien a papa, pues sabia que si llegara a ser rey de Francia, seria desdichado, porque ésta es la suerte de todos los monarcas; y, sobre todo, ya no seria mi rey, jun rey solo para mi...! Trouville Tenia yo seis o siete anos cuando papa nos llevo a Trouville. Nunca olvidaré la impresién que me causé el mar. No me cansaba de mirarlo. Su majestuosidad, el rugido de las olas, todo le hablaba a mi alma de la grandeza y del poder de Dios. Recuerdo que, durante el paseo que dimos por la playa, un serior y una seriora me miraban correr feliz junto a papa y, acercândose, le preguntaron si era suya, y dijeron que era una nina muy guapa. Papa les respondié que si, pero me di cuenta de que les hizo senas de que no me dirigiesen elogios... Era la primera vez que yo oia decir que era guapa, y me gusto, pues no creia serlo. Τύ ponias gran cuidado, Madre querida, en alejar de mi todo lo que pudiese empanar mi inocencia, y sobre todo en no dejarme escuchar ninguna palabra por la pudiese deslizarse la vanidad en mi corazôn. Y como yo solo hacia caso a tus palabras y a las de Maria, y vosotras nunca me habiais dirigido un solo piropo, no di mayor importancia a las palabras y a las miradas de admiracion de aquella seriora. Al atardecer, a esa hora en la que el sol parece querer banarse en la inmensidad de las olas, dejando tras de si un surco luminoso, iba a sentarme, a solas con Paulina, en una roca... Y alii recordé el cuento conmovedor de «El surco de oro»... Estuve contemplando durante mucho tiempo aquel surco luminoso, imagen de la gracia que ilumina el camino que debe recorrer la barquilla de airosa vela blanca... Alli, al lado de Paulina, hice el proposito de no alejar nunca mi alma de la mirada de Jesûs, para que pueda navegar en paz hacia la patria del cielo... Mi vida discurria serena y feliz. El carino de que vivia rodeada en los Buissonnets me hacia, por decirlo asi, crecer. Pero ya era, sin duda, lo suficientemente grande para empezar a luchar, para empezar a conocer el mundo y las miserias de que esta lleno... CAPITULO III ANOS DOLOROSOS (1881 - 1883) Alumna en Ia Abadia Tenia yo ocho anos y medio cuando Leonia salio dei internado y yo ocupé su lugar en Ia Abadia. He oido decir muchas veces que el tiempo pasado en el internado es el mejor y el mas feliz de la vida. Para mi no lo fue. Los cinco anos que pasé en él fueron los mas tristes de toda mi vida. Si no hubiera tenido a mi lado a mi querida Celina, no habria aguantado alii ni un mes sin caer enferma... La pobre florecita habia sido acostumbrada a hundir sus fragiles raices en una tierra selecta, hecha expresamente para ella. Por eso se le hizo muy duro verse en medio de flores de toda especie, que tenian a menudo raices muy poco delicadas, y obligada a encontrar en una tierra ordinaria la savia que necesitaba para vivir... Tù me habias educado tan bien, Madré querida, que cuando llegué al internado era la mas adelantada de las ninas de mi edad. Me pusieron en [22v°] una clase en la que todas las alumnas eran mayores que yo. Una de ellas, de 13 a 14 anos de edad, era poco inteligente, pero sabia imponerse a las alumnas, e incluso a las profesoras. Al verme tan joven, casi siempre la primera de la clase y querida por todas las religiosas, se ve que sintiô envidia -muy comprensible en una pensionista- y me hizo pagar de mil maneras mis pequehos éxitos... Dado mi natural timido y delicado, no sabia defenderme, y me contentaba con sufrir en silencio, sin quejarme ni siquiera a ti de lo que sufria. Pero no tenia la suficiente virtud para sobreponerme a esas miserias de la vida y mi pobre corazoncito sufria mucho... Gracias a Dios, todas las tardes volvia al hogar paterno, y alii se expansionaba mi corazôn. Saltaba al regazo de mi rey, diciéndole las notas que me habian dado, y sus besos me hacian olvidar todas las penas... jCon qué alegria anuncié el resultado de mi primera composition (una composition sobre la Historia Sagrada)! Solo me falté un punto para llegar al maximo, por no haber sabido el nombre del padre de Moisés. Era, por lo tanto, la primera de la clase y traia un hermosa condecoraciôn de plata. Como premio, papa me régalé una pretiosa monedita de veinte céntimos que eché en un bote destinado a recibir casi todos los jueves una nueva moneda, siempre del mismo valor... (De este bote sacaba yo dinero en determinadas fiestas solemnes, cuando queria dar de mi bolsillo una limosna para la colecta de la Propagation de la Fe u otras obras parecidas.) Paulina, encantada con el triunfo de su pequena alumna, le régalé un [23r°] aro muy bonito, para animarla a seguir siendo tan estudiosa. Buena necesidad ténia la pobre nifia de estas alegrias de la familia. Sin ellas, la vida del internado habria sido demasiado dura para ella. Dias de vacation Los jueves por la tarde nos daban asueto. Pero no era como los asuetos de Paulina, y no los pasaba con papa en el mirador... Ténia que jugar, no con mi Celina, cosa que me gustaba mucho cuando estâbamos las dos solas, sino con mis primitas y con las pequenas Maudelonde. Era para mi un verdadero martirio, y como no sabia jugar como las demâs ninas, no era una comparera agradable. Sin embargo, hacia todo lo posible por imitar a las otras, sin conseguirlo, y me aburria enormemente, sobre todo cuando habia que pasarse toda la tarde bailando cuadrillas. Lo ùnico que me gustaba era ir al jardin de la estrella. Alli era la primera en todo: como cogia flores en cantidad y sabia encontrar las mas bonitas, despertaba la envidia de mis companeras... Otra cosa que también me gustaba era quedarme sola con Maria, lo cual solo ocurria por casualidad: como entonces no tenia a Celina Maudelonde que la arrastrase a juegos corrientes, me dejaba elegir a mi, y yo elegia alguno totalmente nuevo. Maria y Teresa se convertian en ermitanas, que no tenian mas que una pobre cabana, un pequeno campo de trigo y unas pocas legumbres que cultivar. Su vida transcurria en continua contemplaciôn; o sea, una de las ermitanas reemplazaba a la otra en la oraciôn cuando habia que ocuparse de la vida activa. Todo se hacia con tal armonia, con tal silencio y con un estilo tan religioso, que resultaba perfecto. Cuando nuestra tia venia a buscarnos para ir a dar un paseo, continuâbamos el juego también en la calle. Las dos ermitanas rezaban [23v°] juntas el rosario, sirviéndose de los dedos para no exhibir su devotion ante un pùblico indiscreto. Pero un dia, la mas joven de las ermitanas se olvidô: le habian dado un pastel para la merienda, y ella, antes de comerlo, hizo una gran serial de la cruz, lo que hizo reir a todos los profanos del siglo... Maria y yo nos entendiamos a la perfection. Hasta tal punto teniamos los mismos gustos, que una vez nuestra union de voluntades se pasé de la raya. Volviendo una tarde de la Abadia, yo le dije a Maria: «Guiame, voy a cerrar los ojos». «Yo también quiero cerrarlos», me respondié. Dicho y hecho. Cada una hizo su propia voluntad sin discutir... Ibamos por la acera, por lo que no teniamos por qué temer a los coches. Tras un delicioso paseo de varios minutos, y de saborear el placer de caminar a ciegas, las dos pequenas atolondradas cayeron sobre unas cajas colocadas a la puerta de una tienda, o, mejor dicho, las tiraron al suelo. El tendero salié, todo furioso, a recoger su mercancia. Las dos ciegas voluntarias se levantaron ellas solas y escaparon a todo correr, con los ojos bien abiertos y perseguidas por los justos reproches de Juana, que estaba tan enfadada como el tendero... En consecuencia, como castigo, decidié separarnos, y desde aquel dia Maria y Celina fueron juntas, mientras que yo iba con Juana. Eso puso fin a nuestra excesiva union de voluntades y no les vino mal a las mayores, que nunca estaban de acuerdo y se pasaban todo el camino discutiendo. De esa manera, la paz fue completa. Primera comuniôn de Celina Αύη no he dicho nada de mi intima relation con Celina. [24r°] Si fuera a contarlo todo, nunca acabaria... En Lisieux se cambiaron los papeles: Celina se convirtiô en un travieso diablillo y Teresa ya no era mas que una ninita muy buena, pero excesivamente llorona... Eso no era obstaculo para que Celina y Teresa se quisiesen cada dia mas. A veces habia entre ellas pequenas discusiones, pero no era nada serio, y en el fondo estaban siempre de acuerdo. Puedo decir que nunca mi querida hermanita me dio el menor disgusto, sino que fue para mi como un rayo de sol, una fuente continua de alegria y de consuelo... ^Quién podrâ decir con qué intrepidez me defendia en la Abadia cuando alguien me acusaba...? Se preocupaba tanto por mi salud, que a veces me cansaba. De lo que no me cansaba era de verla jugar. Ponia en fila a toda la tropa de nuestras munecas y les daba clase como una maestra consumada; solo que ténia mucho cuidado de que las suyas se portasen siempre bien, mientras que a las mias las echaba a menudo de clase por su mala conducta... Me contaba todas las cosas nuevas que aprendia en clase, lo cual me divertia mucho, y la ténia por un pozo de ciencia. Me habia dado el titulo de «hijita de Celina», y asi, cuando se enfadaba conmigo, su mejor muestra de que estaba enojada era decirme: «jYa no eres mi hijita, se acabô, me acordaré por toda la vida...!» Enfonces yo no ténia mas remedio que echarme a llorar como una Magdalena, suplicândole que me volviese a admitir como su hijita. Inmediatamente me besaba y me prometia que ya no se volveria a acordar de nada... Y para consolarme, cogia una de sus munecas y le [24v°] decia: «Carino, besa a tu tia». Una vez, la muneca ténia tanta prisa por besarme tiernamente, que me metiô sus dos bracitos por la nariz... Celina, que no lo habia hecho adrede, me miraba estupefacta, viendo a la muneca colgândome de la nariz. La tia no tardé mucho en rechazar las efusiones demasiado tiernas de su sobrina, y se echo a reir con todas las ganas ante tan singular aventura. Lo mas divertido era vernos comprar las dos a la vez, en la tienda, los aguinaldos. Nos escondiamos cuidadosamente la una de la otra. Con solo 50 céntimos teniamos que comprar, por lo menos, cinco o seis objetos diferentes, y la cuestiôn era quién compraria las cosas mas bonitas. Encantadas con nuestras compras, esperâbamos con impaciencia el primer dia del ano para poder ofrecernos una a otra nuestros magnificos regalos. La primera que se despertaba se apresuraba a felicitarle a la otra el ano nuevo. Luego nos entregâbamos los aguinaldos y las dos nos quedâbamos extasiadas ante los tesoros que la otra habia conseguido con 50 céntimos... Esos regalitos nos causaban casi tanto placer como los ricos aguinaldos de mi tio. Por lo demas, eso no era mas que el principio de nuestras alegrias. Aquel dia nos vestiamos a toda prisa y estâbamos al acecho para saltar al cuello de papa. En cuanto salia de su habitation, toda la casa se llenaba de gritos de alegria y nuestro papaito se mostraba feliz de vernos tan contentas... Los aguinaldos que Maria y Paulina daban a sus hijitas valor, pero les causaban también una gran alegria... Y es aùn no estâbamos embotadas; nuestra aima, en toda su como una flor, feliz de recibir el rocio de la manana... mecia nuestras corolas, y lo que hacia gozar o sufrir a gozar o sufrir a la vez a la otra. no eran de gran que en esa edad lozania, se abria Un mismo soplo [25r°] una hacia Si, nuestras alegrias eran comunes. Lo comprobé muy bien el dia de la primera comuniôn de mi querida Celina. Yo no iba aùn a la Abadia, pues solo ténia siete anos; pero conservo en mi corazôn el dulcisimo recuerdo de la preparation que tù, Madré querida, le hiciste hacer a Celina. Todas las tardes la sentabas en tu regazo y le hablabas del acto tan importante que iba a realizar. Yo escuchaba, âvida de prepararme también, pero muy frecuentemente me decias que me fuera porque era todavia demasiado pequena. Enfonces me ponia muy triste y pensaba que cuatro anos no eran demasiados para prepararse a recibir a Dios... Una tarde, te oi decir que a partir de la primera comuniôn habia que empezar una nueva vida. En ese mismo momento decidi no esperar a ese dia, sino comenzarla al mismo tiempo que Celina... Nunca supe cuanto Ia queria como durante su retira de tres dias. Era Ia primera vez en mi vida que estaba lejos de ella y que no me acostaba en su cama... El primer dia me olvidé de que no iba a volver, y guardé un manojito de cerezas, que papa me habia comprado, para comerlo con ella; cuando vi que no llegaba, senti mucha pena. Papa me consolé diciéndome que al dia siguiente me llevaria a la Abadia para ver a mi Celina y que podria darle otro manojo de cerezas... El dia de la primera comuniôn de Celina me dejô una impresiôn parecida a la de la mia. Al despertarme por la manana, yo sola en aquella cama tan grande, me senti inundada de alegria. «jEs hoy...! Ha llegado el gran dia...» No me cansaba de [25v°] repetir estas palabras. Me parecia que era yo la que iba a hacer la primera comuniôn. Creo que ese dia recibi grandes gracias, y lo considero como uno de los mas hermosos de mi vida... Paulina en el Carmelo He vuelto un poco atrâs para evocar este delicioso y dulce recuerdo. Ahora quiero hablarte de la dolorosa prueba que vino a destrozar el corazôn de Teresita cuando Jesûs le arrebatô a su querida marna, a su Paulina ja la que tan tiernamente queria...! Un dia, yo habia dicho a Paulina que me gustaria ser solitaria, irme con ella a un desierto lejano. Ella me contesté que ése era también su deseo y que esperaria a que yo fuese mayor para marcharnos. La verdad es que aquello no lo dijo en serio, pero Teresita si lo habia tornado en serio. Por eso, tscuâl no seria su dolor al oir un dia hablar a su querida Paulina con Maria de su prôxima entrada en el Carmelo...? Yo no sabla lo que era el Carmelo, pero comprend! que Paulina iba a dejarme para entrar en un convento, comprend! que no me esperaria y que iba a perder a mi segunda madré... <,Cômo podré expresar la angustia de mi corazôn...? En un instante comprend! lo que era la vida. Hasta entonces no me habia parecido tan triste, pero entonces se me apareciô en todo su realismo, y vi que no era mas que un puro sufrimiento y una continua separaciôn. Lloré lâgrimas muy amargas, pues aùn no comprendia la alegria dei sacrificio. Era débil, tan débil, que considero una gracia muy grande el haber podido soportar una prueba como aquella, que parecia muy superior a mis fuerzas... Si me hubiese ido enterando poco a poco de la partida de mi Paulina querida, tal vez no hubiera sufrido tanto; pero [26r°] al saberlo de repente, fue como si me hubieran clavado una espada en el corazôn. Siempre recordaré, Madré querida, con qué ternura me consolaste... Luego me explicaste la vida del Carmelo, que me pareciô muy hermosa. Evocando en mi interior todo lo que me habias dicho, comprend! que el Carmelo era el desierto adonde Dios queria que yo fuese también a esconderme... Lo comprend! con tanta evidencia, que no quedô la menor duda en mi corazôn. No era un sueno de nina que se déjà entusiasmar fâcilmente, sino la certeza de una Hamada de Dios: queria ir al Carmelo, no por Paulina, sino solo por Jesûs... Pensé muchas cosas que las palabras no pueden traducir, pero que dejaron una gran paz en mi aima. Al dia siguiente, confié mi secreto a Paulina, quien, viendo en mis deseos la voluntad del cielo, me dijo que pronto iria con ella a ver a la madré priora del Carmelo y que tendriamos que decide lo que Dios me hacia sentir... Se escogiô un domingo para esta solemne visita, y mi apuro fue grande cuando supe que Maria G. deberia acompanarme, por ser yo aùn demasiado pequena para ver a las carmelitas. Sin embargo, yo ténia que encontrar la forma de quedarme a solas con la priora, y he aqui lo que se me ocurriô. Le dije a Maria que, ya que teniamos el privilegio de ver a la madré priora, debiamos ser muy amables y educadas con ella, y que por eso debiamos confiarle nuestros secretos; asi que cada una tendria que salir un momento, y dejar a la otra a solas con la Madré. Maria creyô lo que le decia, y, a pesar de su repugnanda a confiar secretos que no ténia, nos quedamos a solas, una después de otra, con la madré Maria de Gonzaga. [26v°] Después de escuchar mis importantes confidencias, la Madré creyô en mi vocation, pero me dijo que no recibian postulantes de nueve anos, y que tendria que esperar hasta los dieciséis... Yo me resigné, a pesar de mis vivos deseos de entrar cuanto antes y de hacer la primera comuniôn el dia de la toma de hâbito de Paulina... Ese dia me echaron piropos por segunda vez. Sor Teresa de San Agustin, que habia bajado a verme, no se cansaba de llamarme guapa. Yo no pensaba venir al Carmelo para recibir alabanzas; asi que, después de la visita, no cesaba de repetirle a Dios que yo queria ser carmelita solo por él. Durante las pocas semanas que mi querida Paulina permaneciô todavia en el mundo, procuré aprovecharme bien de ella. Todo los dias, Celina y yo le comprâbamos un pastel y bombones, pensando que ya pronto no volveria a comerlos. Estâbamos continuamente a su lado, sin dejarle ni un minuto de descanso. Por fin, llegô el 2 de octubre, dia de lâgrimas y de bendiciones, en que Jesûs cortô la primera de su flores, destinada a ser la madré de las que pocos anos después irian a reunirse con ella. Aûn me parece estar viendo el lugar donde recibi el ûltimo beso de Paulina. Luego, mi tia nos llevô a todas a Misa, mientras papa subia a la montana del Carmelo para ofrecer su primer sacrificio... Toda la familia lloraba, de modo que, al vernos entrar en la iglesia, la gente nos miraba extranada. A mi me daba igual, y no por eso dejé de llorar. Creo que, si el mundo entero se hubiera derrumbado a mi alrededor, no me habria dado cuenta. Miraba al hermoso cielo azul, y me maravillaba de que el sol pudiese seguir brillando con [27r°] tanto resplandor mientras mi alma estaba inundada de tristeza... Tai vez, Madre querida, te parezca que exagero la pena que senti... Comprendo muy bien que no debiera haber sido tan grande, pues tenia la esperanza de volver a encontrarte en el Carmelo, pero mi alma estaba LEJOS de estar madura y tenia que pasar por muchos crisoles antes de alcanzar la meta que tanto deseaba... El 2 de octubre era el dia fijado para volver a la Abadia, y no tuve mas remedio que ir, a pesar de mi tristeza... Por la tarde, nuestra tia vino a buscarnos para ir al Carmelo, y vi a mi Paulina querida detrâs de las rejas... jAy, cuânto he sufrido en ese locutorio del Carmelo...! Como estoy escribiendo la historia de mi alma, debo decirselo todo a mi Madre querida, y confieso que los sufrimientos que precedieron a su entrada no fueron nada en comparaciôn con los que vinieron después... Todos los jueves, ibamos en familia al Carmelo. Y yo, que estaba acostumbrada a hablar con Paulina de corazôn a corazôn, apenas si conseguia dos o tres minutos al final de la visita, que, por supuesto, me pasaba llorando, y luego me iba con el corazôn desgarrado... No comprendia que si tù dirigias preferentemente la palabra a Juana y Maria, en vez de hablar con tus hijitas, era por delicadeza hacia nuestra tia... No lo comprendia, y pensaba en lo mas hondo del corazôn: «jjjHe perdido a Paulina!!!» Extrana enfermedad Es asombroso ver como se desarrollô mi espiritu en medio del sufrimiento. Se desarrollô de tal manera, que no tardé en caer enferma. La enfermedad que me aquejô provenia, ciertamente, del demonio. Furioso por tu entrada en el Carmelo, quiso vengarse en mi dei dano que nuestra familia iba a causarie en el futuro. Pero lo que él no sabia era que la [27v°] amorosa Reina del cielo velaba por su frâgil florecilla, que ella le sonreia desde lo alto de su trono y que se aprestaba a calmar la tempestad en el mismo momento en que su flor iba a quebrarse sin remedio... Hacia finales de ano, me sobrevino un continuo dolor de cabeza, pero que se podia aguantar bien. Podia seguir estudiando, y nadie se preocupé por mi. Esto duro hasta el dia de Pascua de 1883. Papa habia ido a Paris con Maria y Leonia, y nuestra tia nos llevô a su casa a Celina y a mi. Una tarde, nuestro tio me llevô con él y empezô a hablarme de marna y de recuerdos pasados con tai bondad, que me emocionô profundamente y me hizo llorar. Enfonces me dijo que era demasiado sensible y que necesitaba mucho distraerme, y que mi tia y él habian decidido tratar de hacérnoslo pasar bien durante las vacaciones de Pascua. Esa tarde teniamos que ir al Circulo Catélico; pero viendo que estaba demasiado cansada, mi tia me hizo acostar. Al desnudarme, me entré un extraho temblor. Creyendo que tenia frio, mi tia me envolvié entre mantas y me puso botellas calientes, pero nada pudo reducir mi agitation, que duré casi toda la noche. Al volver mi tio dei Circulo Catélico con mis primas y Celina, se quedo muy sorprendido al encontrarme en aquel estado, que juzgé muy grave, pero no quiso decirlo por no asustar a mi tia. Al dia siguiente, fue a buscar al doctor Notta, el cual coincidié con mi tio en que ténia una enfermedad muy grave, que nunca habia padecido una niha tan joven como yo. Todos estaban consternados. Mi tia tuvo que dejarme en su casa y me cuidé con una solicitud verdaderamente maternai. Cuando papa volvié de Paris con mis hermanas mayores, Amada los recibié con una cara tan triste, que Maria [28r°] creyé que me habia muerto... Pero esta enfermedad no era de muerte, sino, como la de Lâzaro, para que Dios fuera glorificado... Y asi lo fue, en efecto, por la admirable resignation de mi pobre papaito, que creyé que «su hijita se iba a volver loca o que se iba a morir». jLo fue también por la de Maria...! jCuânto sufrié por causa mia...! jY qué agradecida le estoy por los cuidados que tan desinteresadamente me prodigé...! Su corazén le dictaba lo que yo necesitaba, y, verdaderamente, un corazén de madré es mucho mas sabio que el de un médico y sabe adivinar lo que conviene para la enfermedad de su hijo... La pobre Maria tuvo que venir a instalarse en casa de mi tio, pues era imposible trasladarme por enfonces a los Buissonnets. Entretanto, se acercaba la toma de hâbito de Paulina. Delante de mi evitaban hablar de ello, pues sabian la pena que sentia por no poder ir; pero yo hablaba de ello con frecuencia, diciendo que para entonces ya estaria Io bastante bien para ir a ver a mi Paulina querida. Y en efecto, Dios no quiso negarme ese consuelo, o, mejor, quiso consolar a su querida prometida, que tanto habia sufrido con la enfermedad de su hijita... He observado que Jesûs no quiere probar a su hijas en el dia de sus esponsales, esta fiesta debe ser una fiesta sin nubes, un anticipo de las alegrias dei paraiso. <,No Io ha demostrado ya cinco veces...? Pude, pues, abrazar a mi Madre querida, sentarme en su regazo y colmarla de caricias... Pude contemplarla radiante con su blanco vestido de desposada... jSi, fue un hermoso dia, en medio de mi oscura prueba! Pero aquel dia pasô veloz... Pronto hube de subir al coche que me llevé muy lejos de Paulina..., muy lejos de mi Carmelo querido. Al llegar a los Buissonnets, me hicieron acostar a mi pesar, pues aseguraba [28v°] que estaba totalmente curada y que ya no necesitaba mas cuidados. jPero, ay, solo estaba todavia en los comienzos de mi prueba...! Al dia siguiente, volvi a estar igual que antes, y la enfermedad se agravô tanto, que, segùn los calculos humanos, no tenia remedio... No sé como describir una enfermedad tan extraria. Hoy estoy convencida de que fue obra del demonio, pero durante mucho tiempo después de mi curaciôn crei que habia fingido estar enferma, y eso fue para mi alma un verdadero martirio. Se Io dije asi a Maria, que me tranquilizô Io mejor que pudo con su bondad habitual. Lo dije en la confesiôn, y también mi confesor intenté tranquilizarme, diciéndome que no era posible que hubiese simulado estar enferma hasta el punto que yo lo habia estado. Dios, que, sin duda, queria purificarme, y sobre todo humillarme, me dejé en este martirio intimo hasta mi entrada en el Carmelo, donde el Padre de nuestras almas barrio como con la mano todas mis dudas, y desde entonces quedé totalmente tranquila. No es extrano que temiese haber fingido estar enferma sin estarlo de verdad, pues decia y hacia cosas que no pensaba. Parecia estar en un continuo delirio, diciendo palabras que no tenian sentido, y sin embargo estoy segura de que no perdi ni un solo instante el uso de la razon... Con frecuencia me quedaba como desmayada, sin hacer el menor movimiento; en esos momentos, me habria dejado hacer todo lo que hubieran querido, incluso matarme; sin embargo, oia todo lo que se decia a mi alrededor, y todavia me acuerdo de todo. En una ocasién me acontecio estar mucho tiempo sin poder abrir los ojos, y abrirlos un instante al encontrarme sola... Pienso que el demonio habia recibido un poder exterior sobre mi, pero [29r°] que no podia acercarse a mi alma ni a mi espiritu, a no ser para inspirarme grandisimos terrores a ciertas cosas, por ejemplo a las medicinas sencillisimas que intentaban en vano hacerme tomar.. Pero si Dios permitia al demonio acercarse a mi, me enviaba también ângeles visibles... Maria no se separaba de mi cama, cuidândome y consolândome con la ternura de una madre. Nunca me demostro el mas ligero enfado, y eso que yo le daba mucho trabajo, pues no soportaba que se alejase de mi lado. Sin embargo, tenia necesariamente que ir a comer con papa, pero yo no cesaba de llamarla durante todo el tiempo que no estaba. Victoria, que se quedaba a mi cuidado, a veces no tenia mas remedio que ir a buscar a mi querida «marna», como yo la llamaba... Si Maria queria salir, tenia que ser para ir a Misa o para ver a Paulina; solo entonces yo no decia nada... Nuestros tios eran también muy buenos conmigo. Mi querida tiita venia todos los dias a verme y me traia mil golosinas. También fueron a visitarme otras personas amigas de la familia; pero yo pedi a Maria que les dijese que no queria recibir visitas. No me gustaba «ver a la gente sentada alrededor de mi cama como ristras de cebollas y mirândome como a un bicho raro». La ùnica visita que me gustaba era la de nuestros tios. Me seria imposible decir cuânto crecio mi carino hacia ellos a partir de esta enfermedad. Comprend! como nunca que ellos no eran para nosotros unos parientes cualquiera. jQué razon tenia nuestro papaito cuando nos repetia tantas veces estas palabras que acabo de escribir! Mas tarde él mismo supo por experiencia que no se habia equivocado, y seguro que ahora protege y bendice a quienes le prodigaron tan generosos cuidados... Yo todavia estoy en el destierro, y no sabiendo como demostrarles mi gratitud, solo tengo una manera de aligerar mi corazon: jrezar por estos familiares tan queridos que fueron y que siguen siendo tan buenos conmigo! También Leonia era muy buena conmigo, y hacia todo lo posible por distraerme. Yo, a veces, la hacia sufrir, pues se daba perfectamente cuenta de que Maria era insustituible a mi lado... ôY mi Celina querida? <,Qué no hizo por su Teresa...? Los domingos, en vez de salir de paseo, venia a encerrarse horas enteras con una pobre nina que parecia idiota. Verdaderamente, [29v°] se necesitaba mucho amor para no huir de mi... jHermanitas queridas, cuânto os hice sufrir...! Nadie os hizo sufrir tanto como yo, y nadie recibiô nunca tanto amor como el que vosotras me prodigasteis... Gracias a Dios, tendré el cielo para resarcirme. Mi Esposo es enormemente rico, y yo meteré la mano en sus tesoros de amor para poder devolveros centuplicado todo lo que sufristeis por causa mia... Mi mayor consuelo mientras estuve enferma era recibir carta de Paulina. La lefa y la releia hasta sabérmela de memoria... Un dia, Madré querida, me mandaste un reloj de arena y una de mis munecas vestida de carmelita. Es imposible decir la alegria que senti... A mi tio no le gustô. Decia que, en vez de hacerme pensar en el Carmelo, habria que alejarlo de mi mente. Yo, por el contrario, pensaba que la esperanza de ser un dia carmelita era lo ùnico que me hacia vivir... Me encantaba trabajar para Paulina. Le hacia pequenos trabajos en cartulina, y mi ocupaciôn preferida era hacer coronas de margaritas y de miosotis para la Santisima Virgen. Estâbamos en el mes de mayo. Toda la naturaleza se vestia de flores y respiraba alegria. Solo la «florecita» languidecia y parecia marchita para siempre... La sonrisa de la Virgen Sin embargo, ténia un sol cerca de ella. Ese sol era la estatua milagrosa de la Santisima Virgen, que le habia hablado por dos veces a marna, y la florecita volvia muchas, muchas veces su corola hacia aquel astro bendito... Un dia vi que papa entraba en la habitation de Maria, donde yo estaba acostada, y, dàndole varias monedas de oro con expresiôn muy triste, le dijo que escribiera a Paris y encargase unas misas a Nuestra Senora de las Victorias para que le curase a su pobre hijita. jCômo me emocionô ver la fe y el amor de mi querido rey! [30r°] Hubiera deseado poder decide que estaba curada, jpero le habia dado ya tantas alegrias falsas! No eran mis deseos los que podian hacer ese milagro, pues la verdad es que para curarme se necesitaba un milagro... Se necesitaba un milagro, y fue Nuestra Senora de las Victorias quien lo hizo. Un domingo (durante el novenario de misas), Maria saliô al jardin, dejândome con Leonia, que estaba leyendo al lado de la ventana. AI cabo de unos minutos, me puse a llamar muy bajito: «Marna... marna». Leonia, acostumbrada a oirme llamar siempre asi, no hizo caso. Aquello duré un largo rato. Entonces llamé mas fuerte, y, por fin, volviô Maria. La vi perfectamente entrar, pero no podia decir que la reconociera, y segui llamando, cada vez mas fuerte: «Marna...» Sufria mucho con aquella lucha violenta e inexplicable, y Maria sufria quizâs todavia mas que yo. Tras intentar inûtilmente hacerme ver que estaba alii a mi lado, se puso de rodillas junto a mi cama con Leonia y Celina. Luego, volviéndose hacia la Santisima Virgen e invocândola con el fervor de una madré que pide la vida de su hija, Maria alcanzô lo que deseaba... También la pobre Teresita, al no encontrar ninguna ayuda en la tierra, se habia vuelto hacia su Madré del cielo, suplicândole con toda su alma que tuviese por fin piedad de ella... De repente, la Santisima Virgen me pareciô hermosa, tan hermosa, que yo nunca habia visto nada tan bello. Su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables. Pero lo que me calo hasta el fondo del alma fue la «encantadora sonrisa de la Santisima Virgen». En aquel momento, todas mis penas se disiparon. Dos gruesas lagrimas brotaron de mis pàrpados y se deslizaron silenciosamente por mis mejillas, pero eran lagrimas de pura alegria... jLa Santisima Virgen, pensé, me ha sonreido! jQué feliz soy...! Si, [30v°] pero no se lo diré nunca a nadie, porque entonces desapareceria mi felicidad. Bajé los ojos sin esfuerzo y vi a Maria que me miraba con amor. Se la veia emocionada, y parecia sospechar la merced que la Santisima Virgen me habia concedido... Precisamente a ella y a sus sùplicas fervientes debia yo la gracia de las sonrisa de la Reina de los cielos. Al ver mi mirada fija en la Santisima Virgen, pensé: «jTeresa esta curada!» Si, la florecita iba a renacer a la vida. El rayo luminoso que la habia reanimado no iba ya a interrumpir sus favores. No actué de golpe, sino que lentamente, suavemente fue levantando a su flor y la fortalecié de tal suerte, que cinco anos mas tarde abria sus pétalos en la montana del Carmelo. Como he dicho, Maria habia adivinado que la Santisima Virgen me habia concedido alguna gracia secreta. Asi que, cuando me quedé a solas con ella, me pregunté qué habia visto. No pude resistirme a sus tiernas e insistentes preguntas; y sorprendida de ver que mi secreto habia sido descubierto sin que yo lo revelara, se lo confié enteramente a mi querida Maria... Pero, jay!, como lo habia imaginado, mi dicha iba a desaparecer y a convertirse en amargura... El recuerdo de aquella gracia inefable que habia recibido fue para mi, durante cuatro anos, un verdadero sufrimiento del alma. Solo volveria en encontrar mi dicha a los pies de Nuestra Seriora de las Victorias, y entonces la recibi en toda su plenitud... Mas adelante volveré a hablar de esta segunda gracia de la Santisima Virgen. Ahora quiero contarte, Madre mia, como mi dicha se convirtiô en tristeza. Maria, después de escuchar el ingenuo y sincero relato de «mi gracia», me pidiô permiso para contarlo en el Carmelo, y no podia decirle que no.... En mi primera visita a ese Carmelo querido me senti inundada de gozo al ver a mi Paulina vestida con el hâbito de la Virgen. [31 r°] Fue un momento muy dulce para las dos... Teniamos tantas cosas que decirnos, que a mi no me salia nada, me ahogaba de emociôn... La madre Maria de Gonzaga también estaba alli y me daba mil muestras de carino. Vi también a otras hermanas, y delante de ellas me preguntaron por la gracia que habia recibido, y [Maria] me preguntô si la Santisima Virgen llevaba al Nino Jesûs, y si habia mucha luz, etc. Todas estas preguntas me turbaron y me hicieron sufrir. Yo no podia decir mas que una cosa: «La Santisima Virgen me habia parecido muy hermosa..., y la habia visto sonreirme. Lo ûnico que me habia impresionado era su rostro. Por eso, al ver que las carmelitas se imaginaban otra cosa muy distinta (mis sufrimientos dei alma respecto a mi enfermedad ya habia comenzado), me imaginé que habia mentido... Seguramente, si hubiera guardado mi secreto, habria conservado también mi felicidad. Pero la Santisima Virgen permitiô este tormento para bien de mi aima. Sin él, tal vez hubiera tenido algûn pensamiento de vanidad, mientras que, tocândome en suerte la humillaciôn, no podia mirarme a mi misma sin un sentimiento de profundo horror... iSolo en el cielo podré decir cuânto sufri...! CAPITULO IV PRIMERA COMUNION - EN EL COLEGIO (1883-1886) Al hablar de las visitas a las carmelitas, me viene a la memoria la primera, que tuvo lugar poco después de la entrada de Paulina. Me olvidé de hablar de ella mas arriba, pero hay un detalle que no quiero omitir. La manana del dia en que debia ir al locutorio, reflexionando sola en la cama (pues era alli donde hacia yo mis meditaciones mas profundas y donde, a diferencia de la esposa del Cantar de los Cantares, encontraba yo siempre a mi Amado), me preguntaba cômo me llamaria en el Carmelo. Sabia que habia ya en él una sor Teresa de Jesûs; sin embargo, no podian quitarme mi bonito nombre de Teresa. De pronto, pensé [31 v°] en el Nino Jesûs, a quien tanto queria, y me dije: «jCômo me gustaria llamarme Teresa del Nino Jesûs!» En el locutorio no dije nada del sueno que habia tenido completamente despierta. Pero al preguntar la madré Maria de Gonzaga a las hermanas qué nombre me pondrian, se le ocurrié darme el nombre que yo habia sonado... Me alegré enormemente, y aquella feliz coincidencia de pensamientos me parecié una delicadeza de mi Amado, el Nino Jesûs. Estampas y lecturas Me he olvidado también de algunos pequenos detalles de ni ninez de antes de tu entrada en el Carmelo. No te he hablado de mi amor a las estampas y a la lectura... Y, sin embargo, a las preciosas estampas que tû me dabas como premio debo una de las mas dulces alegrias y de las mas fuertes impresiones que me han incitado a la prâctica de la virtud... Me pasaba las horas muertas mirândolas. Por ejemplo, la «florecita dei divino Prisionero» era tan sugestiva, que me quedaba ensimismada mirândola. Al ver que el nombre de Paulina estaba escrito al pie de la florecita, me hubiera gustado que el de Teresa estuviera también alli, y me ofrecia a Jesûs para ser su florecita... No sabia jugar, pero me gustaba mucho la lectura, y me hubiera pasado la vida leyendo. Afortunadamente ténia unos ângeles de la tierra que me elegian unos libros que, a la vez que me distraian, alimentaban mi espiritu y mi corazôn. Ademâs, no podia dedicar a la lectura mas que un determinado tiempo, lo cual era para mi motivo de grandes sacrificios, pues muchas veces ténia que interrumpirla en lo mas interesante de un pasaje... Esta aficiôn a la lectura durô hasta mi entrada en el Carmelo. Me seria imposible decir el nûmero de libros que pasaron por mis manos; pero nunca permitié Dios que leyera ni uno solo que pudiera hacerme daüo. Es cierto que, al leer ciertos relatos caballerescos, no siempre percibia en un primer momento la realidad de la vida; pero pronto Dios me daba a [32r°] entender que la verdadera gloria es la que ha de durar para siempre y que para alcanzarla no es necesario hacer obras deslumbrantes, sino esconderse y practicar la virtud de manera que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha... Asi, al leer los relatos de las hazanas patrioticas de las heroinas francesas, y en especial las de la venerable JUANA DE ARCO, me venian grandes deseos de imitarlas. Me parecia sentir en mi interior el mismo ardor que las habia animado a ellas y la misma inspiration celestial. Por entonces recibi una gracia que siempre he considerado como una de las mas grandes de mi vida, ya que en esa edad no recibia las luces de que ahora me veo inundada. Pensé que habia nacido para la gloria, y, buscando la forma de alcanzarla, Dios me inspiré los sentimientos que acabo de escribir. Me hizo también comprender que mi gloria no brillaria ante los ojos de los mortales, sino que consistiria en j j jllegar a ser una gran santa... ! ! ! Este deseo podria parecer temerario, si se tiene en cuenta lo débil e imperfecta que yo era, y que aùn soy después de siete anos vividos en religion. No obstante, sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos -que no tengo ninguno-, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Solo él, contentàndose con mis débiles esfuerzos, me elevarâ hasta él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me harâ santa. Yo no pensaba entonces que para llegar a la santidad habia que sufrir mucho. Dios no tardé en mostrârmelo, enviândome las pruebas que he contado antes... Ahora he de reanudar mi relato en el punto en que lo habia dejado. Très meses después de mi curation, papa nos llevé de viaje a Alençon. Era la primera vez que volvia alli, y fue muy grande mi alegria al volver a ver los parajes en los que habia transcurrido ni ninez, [32v°] y sobre todo al poder rezar sobre la tumba de marna y pedirle que me protegiera siempre... Dios me concediô la gracia de no conocer el mundo, a no ser justo para despreciarlo y alejarme de él. Podria decir que durante mi estancia en Alençon fue cuando hice mi presentation en sociedad. Todo era alegria y felicidad en torno a mi. Me veia festejada, mimada, admirada. En una palabra, durante quince dias mi vida solo se vio sembrada de flores... Y confieso que aquella vida tenia sus encantos para mi. La Sabiduria tiene mucha razon cuando dice: «El hechizo de las bagatelas del mundo seduce hasta a las mentes sin malitia». A los diez anos, el corazôn se deja facilmente deslumbrar. Por eso considero como una gratia muy grande el no haberme quedado en Alençon. Los amigos que teniamos alii eran demasiado mundanos y compaginaban demasiado las alegrias de la tierra con el servitio de Dios. No pensaban lo bastante en la muerte, y sin embargo la muerte ha venido a visitar a un gran nûmero de personas a las que yo conoci, jjjjôvenes, ricas y felices!!! Me gusta volver con el pensamiento a los lugares encantadores donde vivieron, preguntarme dônde estân, qué les queda hoy de los castillos y los parques donde las vi disfrutar de las comodidades de la vida... Y veo que todo es vanidad y aflicciôn de espiritu bajo el sol..., y que el ùnico bien que vale la pena es amar a Dios con todo el corazôn y ser pobres de espiritu aqui en la tierra... Tal vez Jesûs quiso mostrarme el mundo antes de hacerme la primera visita, para que eligiera mas libremente el camino que iba a prometerle seguir. Primera comuniôn La época de mi primera comuniôn ha quedado grabada en mi corazôn como un recuerdo sin nubes. Creo que no podia estar mejor preparada de lo que lo estuve, y mis sufrimientos del aima desaparecieron durante casi un ano. Jesûs queria darme a gustar la alegria mas plena posible en este valle de lâgrimas... 33r°] ^Recuerdas, Madré querida, el pretioso librito que me preparaste :res meses antes de mi primera comuniôn...? Aquel librito me ayudô a preparar metôdica y ràpidamente mi corazôn; pues si bien es cierto que ya lo venia preparando desde hacia mucho tiempo, era necesario darle un nuevo impulso, llenarlo de flores nuevas para que Jesûs pudiese descansar a gusto en él... Todos los dias hacia un gran nûmero de practices, que eran otras tantas flores. Decia también un nûmero todavia mayor de jaculatorias, que tû me habias escrito para cada dia en el librito, y esos actos de amor eran los capullos de las flores... Todas las semanas tù me escribias una linda cartita, que me llenaba el aima de pensamientos profundos y me ayudaba a practicar la virtud. Aquella carta era un consuelo para tu pobre hijita, que hacia un sacrificio tan grande al aceptar que no fueras tù quien la preparara cada tarde en tu regazo, como lo habias hecho con Celina.... Maria reemplazô a Paulina. Me sentaba en su regazo y alli escuchaba con avidez lo que me decia. Creo que todo su corazôn, tan grande y tan generoso, se volcaba en el mio. Como los grandes guerreros enseüan a sus hijos el oficio de las armas, asi me hablaba ella de las luchas de la vida y de la palma que se entregarâ a los vencedores... Maria me hablaba también de las riquezas inmortales que podemos atesorar fâcilmente cada dia, y de la desgracia que séria pasar junto a ellas sin querer tomarse la molestia de extender la mano para cogerlas. Luego me ensenaba la forma de ser santa por la fidelidad en las cosas mas pequenas. Me dio la hojita «El renunciamiento», que yo meditaba con auténtico placer... jY qué elocuente que era mi querida madrina! Me hubiera gustado no ser yo la ùnica que escuchase sus profundas ensenanzas. Me llegaban tan a lo hondo, que, en mi ingenuidad, pensaba que hasta los mas grandes pecadores se habrian conmovido como yo, y que, abandonando sus riquezas perecederas, solo querrian ganarya [33v°] las del cielo... Hasta entonces, nadie me habia ensenado todavia la forma de hacer oraciôn, a pesar de que ténia muchas ganas. Pero Maria pensaba que era ya bastante piadosa, y no me dejaba hacer mas que mis oraciones. Un dia, una de las profesoras de la Abadia me preguntô qué hacia los dias libres cuando estaba sola. Yo le contesté que me metia en un espacio vacio que habia detràs de mi cama y que podia cerrar fâcilmente con la cortina, y que alli «pensaba». -<,Y en qué piensas?, me dijo. -Pienso, en Dios, en la vida..., en la ETERNIDAD, bueno, pienso... La religiosa se rié mucho de mi. Mas tarde, le gustaba recordarme aquel tiempo en que yo pensaba, y me preguntaba si todavia seguia pensando... Ahora comprendo que, sin saberlo, hacia oraciôn y que ya Dios me instruia en lo secreto. Los très meses de preparation pasaron râpidamente, y pronto tuve que entrar en ejercicios, y para ello hacerme pensionista interna y dormir en la Abadia. Me resulta imposible expresar el dulce recuerdo que me dejaron estos ejercicios. Verdaderamente, si habia sufrido mucho en el internado, la dicha inefable de aquellos pocos dias pasados a la espera de Jesûs me compensé abundantemente... No creo que se puedan saborear estas alegrias en otra parte que en las comunidades religiosas. Como éramos pocas ninas, era fâcil ocuparse de cada una en particular, y nuestras profesoras nos prodigaron en esos dias unos cuidados verdaderamente maternales. De mi se ocupaban aûn mas que de las otras. Todas las noches, la primera profesora venia con su linternita a darme un beso en Ia cama y me demostraba un gran carino. Una noche, ganada por su bondad, le dije que iba a confiarle un secreto; y sacando misteriosamente mi precioso librito de debajo de la almohada, se lo ensené con los ojos resplandecientes de alegria... Por Ia manana, me resultaba muy divertido ver a todas las alumnas levantarse apenas nos despertaban [34r°], y hacer lo que todas. Pero yo no estaba acostumbrada a arreglarme sola, y Maria no estaba alii para rizarme el pelo. Asi que tenia ir timidamente a presentar mi peine a Ia profesora encargada dei cuarto de tocador, la cual se reia al ver a una jovencita de once anos que no sabia arreglarse por si sola; pero me peinaba, aunque no con la delicadeza de Maria; sin embargo, no me atrevia a chillar, como hacia todos los dias bajo Ia delicada mano de mi madrina... Durante estos ejercicios pude comprobar que era una nina mimada y rodeada de carino como pocas en el mundo, sobre todo entre las ninas huérfanas de madre... Todos los dias, Maria y Leonia venian a verme con papa, que me colmaba de caricias. Asi que no sufri por estar lejos de Ia familia y no hubo nada que oscureciese el hermoso cielo de mis ejercicios. Escuchaba con mucha atencién las plâticas que nos daba el Sr. abate Dornin, y hasta escribia un resumen de las mismas. En cuanto a mis propios pensamientos, no quise escribir ninguno, segura de que me acordaria bien de ellos, como asi fue... Me gustaba mucho ir con las religiosas a todos los oficios. Llamaba Ia atencién entre mis compareras por un gran crucifijo que me habia regalado Leonia y que llevaba puesto en el cinturén como los misioneros. Aquel crucifijo despertaba la envidia de las religiosas, que pensaban que, al llevarlo, yo queria imitar a mi hermana la carmelita... jY si, hacia ella volaban mis pensamientos! Yo sabia que mi Paulina estaba de ejercicios como yo, no para que Jesûs se entregase a ella, sino para entregarse ella a Jesûs, y aquella soledad, pasada en la espera, me resultaba por eso doblemente grata... Recuerdo que una manana me habian llevado a la enfermeria porque tosia mucho (desde mi enfermedad, las profesoras se preocupaban mucho por mi salud: por un ligero dolor de cabeza, o si me veian mâs pâlida que de [34v°] costumbre, me mandaban ya a tomar el aire o a descansar en la enfermeria). Vi entrar a mi Celina querida; habia conseguido permiso para verme, a pesar de estar en ejercicios, para regalarme una estampa que me gustô mucho; era «La florecita dei Divino Prisionero». jCômo me gustô recibir este recuerdo de manos de Celina...! jCuântos sentimientos de amor no me ha inspirado... ! La vispera del gran dia recibi por segunda vez la absolution. La confesiôn general me dejô una gran paz en el aima, y Dios no permitiô que viniera a turbarla ni la mâs ligera nube. Por la tarde pedi perdôn a toda la familia, que fue a verme, pero solo pude hablar el lenguaje de las lâgrimas, pues estaba demasiado emocionada... Paulina no estaba alli, pero sabia que estaba muy cerca de mi con el corazôn. Me habia mandado con Maria un pretiosa estampa, que no me cansaba de admirar y de hacer admirar a todo el mundo... Habia escrito al P. Pichon para encomendarme a sus oraciones, y diciéndole también que pronto seria carmelita y que enfonces él séria mi director espiritual. (Y asi ocurriô efectivamente cuatro anos mâs tarde, pues en el Carmelo pude abrirle mi aima...). Maria me entregô una carta suya. jRealmente, era feliz...! Todas las alegrias me llegaban juntas. Lo que mâs me gustô de su carta fue esta frase: «jManana celebraré el santo sacrifico por ti y por Paulina!» El 8 de mayo Paulina y Teresa quedaron mâs unidas que nunca, pues Jesûs parecia fundirlas en una, inundândolas de sus gracias... Finamente llegô el mâs hermoso de los dias. jQué inefables recuerdos han dejado en mi alma hasta los mâs pequenos detalles de esta jornada de cielo...! El gozoso despertar de la aurora, los besos respetuosos y tiernos de las profesoras y de las [35r°] companeras mayores... La gran sala repleta de copos de nieve, con los que nos iban vistiendo a las ninas una tras otra. Y sobre todo, la entrada en la capilla y el precioso canto matinal «jOh altar sagrado, que rodean los ângeles!» Pero no quiero entrar en detalles. Hay cosas que si se exponen al aire pierden su perfume, y hay sentimientos del aima que no pueden traducirse al lenguaje de la tierra sin que pierdan su sentido intimo y celestial. Son como aquella «piedra blanca que se darâ al vencedor, en la que hay escrito un nombre nuevo que solo conoce el que la recibe». jQué dulce fue el primer beso de Jesûs a mi aima...! Fue un beso de amor. Me sentia amada, y decia a mi vez: «Te amo y me entrego a ti para siempre». No hubo preguntas, ni luchas, ni sacrificios. Desde hacia mucho tiempo, Jesûs y la pobre Teresita se habian mirado y se habian comprendido... Aquel dia no fue ya una mirada, sino una fusion. Ya no eran dos: Teresa habia desaparecido como la gota de agua que se pierde en medio del océano. Solo quedaba Jesûs, él era el dueno, el rey. όΝθ Ιθ habia pedido Teresa que le quitara su libertad, pues su libertad le daba miedo? jSe sentia tan débil, tan fràgil, que queria unirse para siempre a la Fuerza divina...! Su alegria era demasiado grande y demasiado profunda para poder contenerla. Pronto la inundaron làgrimas deliciosas, con gran asombro de sus compareras, que mas tarde comentaban entre ellas: «-<,Por qué lloraba? ^Habria algo que la atormentaba? -No, séria porque no ténia a su madré a su lado, o a su hermana la carmelita a la que tanto quiere». No comprendian que cuando toda la alegria del cielo baja a un corazôn, este corazôn desterrado no puede soportarlo sin deshacerse en làgrimas... No, el dia de mi primera comuniôn, no me entristecia la ausencia marna: ^no estaba el cielo [35v°] dentro de mi aima, y no ocupaba en él lugar mi marna desde hacia mucho tiempo? Enfonces, al recibir la visita Jesûs, recibia también la de mi madré querida, que me bendecia y alegraba de mi felicidad... de un de se Y no lloraba tampoco la ausencia de Paulina. Qué duda cabe que me habria encantado verla a mi lado, pero hacia mucho tiempo que habia aceptado ese sacrificio. Aquel dia, solo la alegria llenaba mi corazôn; y yo me unia a mi Paulina, que se estaba entregando de manera irrevocable a Quien tan amorosamente se entregaba a mi... Por la tarde, fui yo la encargada de pronunciar el acto de consagraciôn a la Santisima Virgen. Era justo que yo, que habia sido privada tan joven de la madré de la tierra, hablase en nombre de mis compareras a mi Madré del cielo. Puse toda mi aima al hablarle y al consagrarme a ella, como una nina que se arroja en los brazos de su Madré y le pide que vele por ella. Y creo que la Santisima Virgen debiô de mirar a su florecita y sonreirle. <,No la habia curado ella con su sonrisa visible...? <,No habia ella depositado en el câliz de su florecita a su Jesûs, la Flor de los campos y el Lirio de los valles...? Al atardecer de aquel hermoso dia, volvi a encontrarme con mi familia de la tierra. Ya por la manana, después de Misa, habia abrazado a papa y a todos mis queridos parientes. Pero ahora fue la verdadera reunion. Papa, tornando de la mano a su reinecita, se dirigiô al Carmelo... Alli vi a mi Paulina, convertida en esposa de Cristo. La vi con su velo, blanco como el mio, y con su corona de rosas... jFue una alegria sin amarguras! jEsperaba reunirme pronto con ella, y esperar juntas el cielo! No fui insensible a la fiesta de familia que tuvo lugar en aquel atardecer de mi primera comuniôn. El precioso reloj que me regalô mi rey me gustô muchisimo. Pero mi alegria era serena, y nada vino a turbar mi paz interior. Maria me acostô con ella la noche que siguiô a aquel hermoso dia, pues a los dias mas radiantes les sigue la oscuridad, y solo el dia de la primera, de la ùnica, [36r°] de la eterna comuniôn del cielo sera un dia sin ocaso... El dia siguiente a mi primera comuniôn fue también un dia hermoso, pero estuvo tenido de melancolia. Ni el precioso vestido que Maria me habia comprado, ni todos los regalos que habia recibido me llenaban el corazôn. Solo Jesûs podia saciarme. Ansiaba el momento de poder recibirle por segunda vez. Aproximadamente un mes después de mi primera comuniôn, fui a confesarme para la fiesta de la Ascension, y me atrevi a pedir permiso para comulgar. Contra toda esperanza, el Sr. abate me lo concediô, y tuve la dicha de arrodillarme a la Sagrada Mesa entre papa y Maria. jQué dulce recuerdo he conservado de esta segunda visita de Jesûs! De nuevo corrieron las lâgrimas con inefable dulzura. Me repetia a mi misma sin césar estas palabras de san Pablo: «Ya no vivo yo, jes Jesûs quien vive en mi...!» A partir de esta comuniôn, se fue haciendo cada vez mayor mi deseo de recibir al Senor. Obtuve permiso para comulgar en todas las fiestas importantes. La vispera de estos dias dichosos, Maria me ponia al atardecer en su regazo y me preparaba como lo habia hecho para mi primera comuniôn. Recuerdo que una vez me hablô del sufrimiento, diciéndome que probablemente yo no transitaria por ese camino, sino que Dios me llevaria siempre como a una nina... Al dia siguiente, después de comulgar, me volvieron a la memoria las palabras de Maria. Y senti nacer en mi corazôn un gran deseo de sufrir, y, al mismo tiempo, la intima convicciôn que Jesûs me ténia reservado un gran nûmero de cruces. Y me senti inundada de tan grandes consuelos, que los considero como una de las mayores gracias de mi vida. El sufrimiento se convirtiô en mi sueno dorado. Tenia un hechizo que me fascinaba, aun sin acabar de conocerlo. Hasta entonces, habia sufrido sin amar el sufrimiento; a partir de ese dia, senti por él [36v°] un verdadero amor. Sentia también el deseo de no amar mas que a Dios y de no hallar alegria fuera de él. Con frecuencia, durante las comuniones, le repetia estas palabras de la Imitacién: «jOh, Jesûs, dulzura infinita, câmbiame en amargura todos los consuelos de la tierra...!» Esta oracién brotaba de mis labios sin esfuerzo y sin dificultad alguna. Me parecia repetirla, no por propia voluntad, sino como una nina que repite las palabras que le inspira un amigo... Mas adelante te diré, Madré querida, como tuvo a bien Jesûs hacer realidad mi deseo y como solo él fue siempre mi dulzura inefable. Si te hablase de ello ahora, tendria que anticipar el relato de mis anos de juventud, y aûn me quedan por contar muchos detalles de mi vida de nina. Confirmaciôn Poco después de mi primera comunién entré de nuevo en ejercicios espirituales para la confirmaciôn. Me préparé con gran esmero para recibir la visita del Espiritu Santo. No entendia como no se cuidaba mucho la reception de este sacramento de amor. Normalmente, para la confirmation solo se hacia un dia de retiro. Pero como Monsenor no pudo venir para el dia fijado, tuve el consuelo de pasar dos dias de soledad. Para distraernos, la profesora nos llevô al Monte Casino, donde cogi a manos llenas margaritas gigantes para la fiesta del Corpus. jQué gozo sentia en el alma! Al igual que los apostoles, esperaba jubilosa la visita del Espiritu Santo... Me alegraba al pensar que pronto seria una cristiana perfecta, y, sobre todo, que iba a llevar eternamente marcada en la frente la cruz misteriosa que traza el obispo al administrer este sacramento... Por fin, llego el momento feliz. No senti ningûn viento impetuoso al descender el Espiritu Santo, sino mas bien aquella brisa tenue cuyo susurro escuchô Elias en el monte Horeb... Aquel dia recibi la fortaleza para sufrir, ya que pronto iba a comenzar el martirio de mi alma... [37r°] Mi Leonia querida fue la madrina, y estaba tan emocionada, que no dejô de llorar durante toda la ceremonia. Recibiô conmigo la sagrada comuniôn, pues aquel dia feliz tuve la dicha de volver a unirme a Jesûs. Pasadas estas fiestas deliciosas e inolvidables, mi vida volviô a la normalidad; es decir, tuve que reanudar la vida de pensionista, que tan penosa me resultaba. Aquellos dias que rodearon mi primera comuniôn, me gustaba convivir con las ninas de mi edad, todas ellas llenas de buena voluntad y decididas, como yo, a tomar en serio la prâctica de la virtud. Pero ahora ténia que volver a ponerme en contacto con alumnas muy diferentes, disipadas, que no querian guardar el reglamento, y eso me hacia muy desgraciada. Yo era de carâcter alegre, pero no sabia jugar a los juegos de las ninas de mi edad. Muchas veces, en el recreo, me apoyaba en un ârbol y desde alli contemplaba el espectâculo sumida en profundas reflexiones. Habia inventado un juego que me gustaba mucho. Consistia en enterrar a los pobres pajaritos que encontrâbamos muertos bajo los ârboles. Muchas alumnas se animaron a ayudarme, de forma que nuestro cementerio quedô muy bonito, todo plantado de ârboles y flores proporcionados al tamano de nuestros pajaritos. También me gustaba contar historietas que yo misma inventaba a medida que me iban viniendo a la imaginaciôn. Entonces mis compareras me rodeaban presurosas, y a veces algunas de las mayores se unian al grupo de las oyentes. Una misma historia solia durar varios dias, pues me gustaba hacerla cada vez mas interesante a medida que iba viendo en los rostros de mis compareras la impresiôn que producia. Pero la profesora no tardé en prohibirme ese oficio de orador, pues queria vernos jugar y correr, en lugar de discurrir... Retenia con facilidad el sentido de lo que estudiaba, pero me costaba trabajo aprender de memoria. Por eso, el ano que precediô a mi primera comuniôn, pedia [37v°] permise casi todos los dias para estudiar el catecismo durante el recreo. Mi esfuerzos se vieron coronados por el éxito, y fui siempre la primera. Si, por casualidad, perdia ese puesto por una sola palabra que hubiera olvidado, mi dolor se exteriorizaba en lâgrimas amargas que el Sr. abate Dornin no sabia cômo calmar... Estaba muy contento de mi (excepto cuando lloraba) y me llamaba su doctorcito, debido a mi nombre de Teresa. Una vez, la alumna que me seguia no supo hacer a su companera la pregunta del catecismo. El Sr. abate preguntô en vano a toda la fila de alumnas, hasta Hegar a mi, y enfonces dijo que queria ver si merecia el primer puesto. Yo, en mi profunda humildad, no deseaba otra cosa, y, levantandome, muy segura de mi misma, contesté a lo que se me preguntaba sin cometer ni un solo error, con gran asombro de toda la clase... Mi inférés por el catecismo continué, después de mi primera comunién, hasta que sali del internado. Me iba muy bien en los estudios y era casi siempre la primera. En lo que mas descollaba era en historia y en redaction. Todas mis profesoras me tenian por una alumna muy inteligente. Pero no sucedia lo mismo en casa de mi tio, donde pasaba por ser una pequena ignorante, buena y dulce, si, pero poco capaz y torpe... No me extrana esa opinion que mis tios tenian de mi, y que sin duda aùn siguen teniendo, pues apenas hablaba y era muy timida, y cuando escribia, mi letra de gato y mi ortografia, que no es mas que normalita, no eran para entusiasmar a nadie... Verdad es que las pequenas labores de costura, de bordado y otras por el estilo se me daban bien y a gusto de mis profesoras. Pero la manera torpe y desmanada de sujetar la labor justificaba la opinion poco favorable que tenian de mi. Todo esto lo considero como una gracia, pues Dios, que queria mi corazôn [38r°] solo para él, escuchaba ya mi sùplica, «cambiàndome en amargura todos los consuelos de la tierra». Y, por cierto, que tenia una gran necesidad de ello, pues no era precisamente insensible a los elogios. Con bastante frecuencia alababan delante de mi la inteligencia de las demàs, pero nunca la mia, por lo que llegué a la conclusion de que no era inteligente, y me resigné a no serlo... Mi corazôn sensible y carinoso se hubiera entregado fàcilmente si hubiera encontrado un corazôn capaz de comprenderlo. Intenté trabar amistad con algunas ninas de mi edad, sobre todo con dos de ellas. Yo las queria, y también ellas me querian a mi en la medida en que podian. Pero, jjjay, qué raquitico y voluble es el corazôn de las criaturas...!!! Pronto comprobé que mi amor no era correspondido. Una de mis amigas tuvo que irse a su casa, y regresô pocos meses después. Durante su ausencia, yo la habia recordado y habia guardado cuidadosamente un pequena sortija que me habia regalado. Al ver de nuevo a mi comparera, me alegré mucho, pero, jay!, solo logré de ella una mirada indiferente... Mi amor no era comprendido. Lo senti mucho, y no quise mendigar un carino que me negaban. Pero Dios me ha dado un corazôn tan fiel, que cuando ama a alguien limpiamente, lo ama para siempre; por eso, segui rezando por mi comparera y aùn la sigo queriendo... Al ver que Celina se habia encarinado de una de nuestras profesoras, yo quise imitarla; pero como no sabia ganarme la simpatia de las criaturas, no pude conseguirlo. jFeliz ignorancia, que me ha librado de tantos males...! jCômo le agradezco a Jesûs que no me haya hecho encontrar mas que «amargura en las amistades de la tierra»! Con un corazôn como el mio, me habria dejado atrapar y cortar las alas, y enfonces <,cômo hubiera podido «volar y hallar reposo»? <,Cômo va a poder unirse intimamente a Dios un corazôn entregado al afecto de las criaturas?... Pienso que es imposible. Aunque no he llegado a beber de la copa emponzonada [38v°] del amor demasiado ardiente de las criaturas, sé que no me equivoco. jHe visto a tantas aimas volar como pobres mariposas y quemarse las alas, seducidas por esta luz enganosa, y luego volver a la verdadera, a la dulce luz del amor, que les daba nuevas alas, mas brillantes y mas ligeras, para poder volar hacia Jesûs, ese Fuego divino «que arde sin consumirse»! jSi, lo sé! Jesûs me veia demasiado débil para exponerme a la tentaciôn. Tal vez me hubiera dejado quemar toda entera por esa luz enganosa, si la hubiera visto brillar ante mis ojos... Pero no fue asi. Yo solo he encontrado amargura donde otras aimas mas fuertes encuentran alegria y se desasen de ella por fidelidad. No tengo, pues, ningûn mérito por no haberme entregado al amor de las criaturas, ya que solo la misericordia de Dios me préservé de hacerlo... Reconozco que, sin El, habria podido caer tan bajo como santa Maria Magdalena, y las profundas palabras de Nuestro Senor a Simon resuenan con gran dulzura en mi aima... Lo sé muy bien: «Al que poco se le perdona, poco ama». Pero sé también que a mi Jesûs me ha perdonado mucho mas que a santa Maria Magdalena, pues me ha perdonado por adelantado, impidiéndome caer. jCômo me gustaria saber explicar lo que pienso...! Voy a porter un ejemplo. Supongamos que el hijo de un doctor muy competente encuentra en su camino una piedra que le hace caer, y que en la caida se rompe un miembro. Su padre acude enseguida, lo levanta con amor y cura sus heridas, valiéndose para ello de todos los recursos de su ciencia; y pronto su hijo, completamente curado, le demuestra su gratitud. jQué duda cabe de que a ese hijo le sobran motivos para amar a su padre! Pero voy a hacer otra suposiciôn. El padre, sabiendo que en el camino de su hijo hay una piedra, se apresura a ir antes que él y la retira (sin que nadie lo vea). Ciertamente que el hijo, [39r°] objeto de la ternura previsora de su padre, si DESCONOCE la desgracia de que su padre lo ha librado, no le manifestarâ su gratitud y le amarâ menos que si lo hubiese curado... Pero si llega a saber el peligro del que acaba de librarse, <,no lo amarâ todavia mucho mas? Pues bien, yo soy esa hija, objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo a rescatar a los justos sino a los pecadores. El quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, como santa Maria Magdalena, sino que ha querido que YO SEPA hasta qué punto él me ha amado a mi, con un amor de admirable prevention, para que ahora yo le ame a él jcon locura...! He oido decir que no se ha encontrado todavia un alma pura que haya amado mas que un aima arrepentida. jCômo me gustaria desmentir esas palabras...! Enfermedad de los escrûpulos Veo que me he alejado mucho dei tema, asi que me apresuro a volver a él. El ano que siguié a mi primera comunién transcurrié, casi todo él, sin pruebas interiores para mi aima. Pero durante el retiro para la segunda comunién me vi asaltada por la terrible enfermedad de los escrûpulos... Hay que pasar por ese martirio para saber lo que es. jlmposible decir lo que sufri durante un ano y medio...! Todos mis pensamientos y mis actiones, aun los mas sencillos, se me convertian en motivo de turbacién. La ûnica forma de recobrar la paz era contârselo a Maria, lo cual me costaba mucho, pues me creia obligada a decide hasta los pensamientos extravagantes que ténia acerca de ella misma. En cuanto soltaba mi carga, disfrutaba por un momento de paz; pero esa paz pasaba como un relâmpago, y enseguida volvia a comenzar mi martirio. jCuânta paciencia tuvo que tener mi querida Maria para escucharme [39vo] sin dar nunca muestras de cansancio...! Apenas volvia de la Abadia, ya se ponia a rizarme el pelo para el dia siguiente (pues, para dar gusto a papa, la reinecita llevaba todos los dias el pelo rizado, con gran admiraciôn de sus companeras, y especialmente de las profesoras, que no veian a ninas tan bien atendidas por sus padres). Durante la sesiôn, yo no dejaba de llorar, contando todos mis escrûpulos. Al terminar el ano, Celina terminô sus estudios y regresô a casa. Y la pobre Teresa, que tuvo que volver sola al colegio, no tardé en caer enferma. El ùnico atractivo que la retenia en el internado era vivir con su inseparable Celina; sin ella, «su hijita» ya no podia seguir alli... Senora de Papinau Sali, pues, de la Abadia a la edad de 13 anos, y continué mi education recibiendo varias clases a la semana en casa de la «Sra. de Papinau». Era una persona muy buena, y muy culta, pero con ciertos aires de solterona. Vivia con su madré, y era una maravilla ver las buenas migas que hacian las très (pues la gata era también de la familia, y yo ténia que soportar que ronronease sobre mis cuadernos, e incluso admirar su linda figura). Ténia la ventaja de vivir en la intimidad de la familia. Como los Buissonnets quedaban demasiado lejos para las piernas ya un poco viejas de mi profesora, habia pedido que fuera yo a su casa para las clases. Cuando llegaba, normalmente no encontraba mas que a la anciana senora de Cochain, que me miraba «con sus grandes ojos claros» y luego llamaba con voz serena y juiciosa: «jSenora de Papinau..., la se...norita Te...resa esta aqui...!» Su hija le contestaba inmediatamente, con voz infantil: «Ya voy, marna». Y luego empezaba la clase. Estas clases tenian también la ventaja (ademâs de la instruction que en ellas recibia) de hacerme conocer el mundo... jQuién lo hubiera creido...! En aquella sala, amueblada a la antigua, yo asistia con frecuencia, rodeada de libros y de cuadernos, [40r°] a visitas de toda indole: sacerdotes, seüoras, sehoritas, etc. La senora de Cochain llevaba la batuta de la conversation todo lo que podia, para que su hija pudiera darme la clase; pero esos dias no aprendia apenas nada: con la nariz encima del libro, escuchaba todo lo que decian, e incluso lo que mas me valiera no haber escuchado, pues la vanidad se desliza muy fâcilmente en el corazôn... Una seriora decia que yo tenia un pelo precioso; otra, al despedirse, creyendo que yo no la oia, preguntaba quién era aquella muchacha tan bonita. Y esas palabras, tanto mas halagadoras cuanto que no se decian delante de mi, dejaban en mi alma una sensation de placer que me demostraba a las claras lo llena de amor propio que yo estaba. jQué lâstima me dan las almas que se pierden...! Es tan facil extraviarse por los senderos floridos dei mundo... Ciertamente, para un alma un tanto elevada, la dulzura que él ofrece va mezclada de amargura, y el vatio inmenso de los deseos nunca podrâ llenarse con las alabanzas de un instante... Pero si mi corazôn no se hubiese elevado hacia Dios desde su primer despertar, si el mundo me hubiese sonreido desde mi entrada en la vida, <,qué habria sido de mi...? iMadré querida, con cuânta gratitud canto las misericordias del Serior...! <,No me retiré él dei mundo, segùn las palabras de la Sabiduria, «antes que la malitia pervirtiera mi concientia y que la perfidia sedujera mi aima...»? También la Santisima Virgen velaba por su florecita, y no queriendo que se marchitase al contacto con las cosas de la tierra, se la llevô a su montana antes de que se abriese su corola... Mientras esperaba la llegada de ese momento feliz, Teresita iba creciendo en el amor a su Madré del cielo, y para demostrarle ese amor hizo algo que le costô mucho y que voy a contar en pocas palabras a pesar de su extension. Hija de Maria [40v°] Casi inmediatamente después de mi entrada en la Abadia, ingresé en la Congregation de los Santos Angeles. Me gustaban mucho los ejercicios de dévotion que en ella se prescribian, pues sentia una especial inclination a invocar a los bienaventurados espiritus celestiales, y en particular al que Dios me dio para que fuera el companero de mi destierro . Poco tiempo después de mi primera comuniôn, la banda de aspirante a las Hijas de Maria sustituyô a la de los Santos Angeles, pero abandoné la Abadia sin haber sido recibida en esa congrégation de la Santisima Virgen. Como sali antes de terminar los estudios, no se me permitia entrar en ella como antigua alumna. Confieso que ese privilegio no me atraia demasiado; pero pensando que todas mis hermanas habian sido «hijas de Maria», no queria ser menos hija que ellas de mi Madré del cielo, y fui muy humildemente (a pesar de lo mucho que costaba) a pedir permiso para ingresar en la congrégation de la Santisima Virgen, en la Abadia. La primera profesora no quiso negârmelo, pero me puso como condition que tenia que venir al colegio dos dias a la semana , por la tarde, para demostrar que era digna de ser admitida. Este permiso, lejos de agradarme, me costô enormemente. Yo no ténia, como las demâs alumnas, una profesora amiga con quien poder ir a pasar el tiempo. Asi es que me conformaba con ir a saludar a la profesora, y luego trabajaba en silentio hasta que terminaba la clase de labores. Nadie se fijaba en mi. Asi que subia a la tribuna de la capilla y me estaba alli delante del Santisimo hasta que papa venia a buscarme. Este era mi ùnico consuelo. <,No era, acaso, Jesûs mi ûnico amigo...? No sabia hablar con nadie mas que con él. Las conversationes con las criaturas, incluso las conversationes piadosas, me cansaban el aima... Sentia que vale mas hablar con Dios que [41 r°] hablar de Dios, jpues se suele mezclar tanto amor propio en las conversationes espirituales...! jSolo por la Santisima Virgen iba a la Abadia...! A veces me sentia sola, muy sola. Como en los dias de mi vida de internado, cuando me paseaba triste y enferma por el enorme patio, yo repetia siempre estas palabras, que hacian renacer siempre la paz y la fuerza en mi corazén: «La vida es tu navio, no tu morada». Cuando era pequenita, estas palabras me levantaban la moral. Y todavia hoy, a pesar de los anos, que hacen que desaparezcan tantos sentimientos de piedad infantil, la imagen del navio sigue cautivando mi aima y la ayuda a soportar el destierro... <,No dice la Sabiduria que la vida es «como nave que surca las aguas agitadas sin dejar rastro alguno de su travesia...?» Cuando pienso en estas cosas, mi aima se abisma en el infinito y me parece estar tocando ya las riberas eternas... Me parece estar ya recibiendo el abrazo de Jesûs... Creo ver a mi Madré del cielo salirme al encuentro con papa..., con marna... y con los cuatro angelitos... Creo estar gozando, por fin, para siempre de la verdadera, de la ûnica vida de familia... Nuevas separaciones Pero antes de ver a la familia reunida en el hogar paterno del cielo, tenia que sufrir aûn muchas separaciones. El mismo ano en que fui recibida como hija de la Santisima Virgen, ésta me arrebatô a mi querida Maria, el ùnico sostén de mi aima... Maria era quien me guiaba, quien me consolaba, quien me ayudaba a practicar la virtud, ella era mi ùnico orâculo. Es cierto que Paulina ocupaba un lugar privilegiado en mi corazôn, pero Paulina estaba lejos, muy lejos de mi... Me habia costado un verdadero martirio acostumbrarme a vivir sin ella, a ver interpuestos entre ella y yo unos muros infran-[41v°]queables, pero al fin habia acabado por aceptar la triste realidad: habia perdido a Paulina, casi como si se hubiera muerto. Ella me seguia queriendo, si, y rezaba por mi; pero a mis ojos, mi Paulina querida se habia convertido en una santa que ya no sabia de las cosas de la tierra, y las miserias de su pobre Teresa, si las conociera, le extranarian y la llevarian a no quererla tanto... Ademàs, aunque hubiera querido confiarle mis secretos, como en los Buissonnets, no hubiera podido hacerlo, pues las visitas en el locutorio eran solo para Maria. Celina y yo no teniamos permiso para entrar mas que al final, y justo el tiempo para que se nos oprimiese el corazôn... Por eso, no ténia en realidad mas que a Maria, que me era, por asi decirlo, indispensable. Solo a ella le contaba mis escrûpulos; y la obedecia tan ciegamente, que mi confesor nunca llegô a conocer mi vergonzosa enfermedad: yo solo le decia el nûmero de pecados que Maria me permitia confesar, ni uno mas. Asi que podria haber pasado por el aima menos escrupulosa dei mundo, a pesar de serlo en sumo grado. Maria sabia, pues, todo lo que pasaba en mi aima y conocia también mis deseos del Carmelo; y yo la queria tanto, que no podia vivir sin ella. Todos los anos, nuestra tia nos invitaba a ir, turnàndonos, a su casa de Trouville. A mi me gustaba mucho ir, pero con Maria; cuando no la ténia a mi lado, me aburria mucho. Una vez, sin embargo, me lo pasé bien en Trouville. Fue el ano en que papa realizô el viaje a Constantinopla. Para distraernos un poco (pues estâbamos muy tristes porque papa estaba tan lejos), Maria nos mandé a Celina y a mi a pasar quince dias en la playa. Yo me diverti mucho, porque tenia conmigo a Celina. Nuestra tia nos daba todos los gustos posibles: paseos en burro, pesca de agujas, etc. Yo era todavia muy nina [42r°], a pesar de mis doce anos y medio. Me acuerdo de la alegria que senti cuando me puse las preciosas cintas azules que mi tia me régalé para el pelo; y también me acuerdo que me confesé en Trouville de esa complacencia infantil, que me parecia pecado... Una noche, tuve una experiencia que me abriô mucho los ojos. Maria (Guérin), que casi siempre estaba enferma, lloriqueaba con frecuencia, y enfonces mi fia la mimaba y le prodigaba los nombres mas tiernos, sin que por eso mi querida primita dejase de lloriquear y de quejarse de que le dolia la cabeza. Yo, que ténia también casi todos los dias dolor de cabeza, y no me quejaba, quise una noche imitar a Maria y me puse a lloriquear echada en un sillon, en un rincén de la sala. Enseguida Juana y mi tia vinieron solicitas a mi lado, preguntândome qué ténia. Yo les contesté, como Maria: «Me duele la cabeza». Pero al parecer eso de quejarme no se me daba bien, pues no puede convencerlas de que fuese el dolor de cabeza lo que me hacia llorar. En lugar de mimarme, me hablaron como a una persona mayor y Juana me reproché el que no tuviera confianza con mi tia, pues pensaba que lo que yo tenia era un problema de conciencia... En fin, sali sin mas dano que el haber trabajado en balde y muy decidida a no volver a imitar nunca a los demâs, y comprend! la fabula de «El asno y el perrito». Yo era como el asno, que, viendo las caricias que le hacian al perrito, fue a poner su pesada pata sobre la mesa para recibir también él su racién de besos. Pero, jay!, si no recibi palos, como el pobre animal, recibi realmente el pago que me merecia, y la leccién me curé para toda la vida del deseo de atraer sobre mi la atencién de los demâs. jEl ùnico intento que hice para ello me costé demasiado caro...! Al ano siguiente, que fue el de la partida de mi querida madrina, nuestra tia me volvié a invitar, pero en esta ocasién a mi sola, y me encontré tan perdida y tan fuera de lugar, que al [42v°] cabo de dos o très dias cai enferma y tuvieron que llevarme de vuelta a Lisieux. La enfermedad, que temian que fuese grave, no era mas que nostalgia de los Buissonnets, y apenas puse los pies en ellos me curé ... Bien, pues a esa nina iba Dios a arrebatarle el ùnico apoyo que la ataba a la vida... En cuanto supe la decision de Maria, tomé la resolution de no volver a apegar mi corazôn a nada en la tierra... Después de salir del internado, me habia instalado en el cuarto de pintura de Paulina y lo habia arreglado a mi gusto. Era una verdadera leonera, una mezcla de objetos de piedad y curiosidades, un jardin y una pajarera... Asi, por ejemplo, en el fondo destacaba sobre la pared una gran cruz de madera negra, sin Cristo, y unos dibujos que me gustaban. En otra pared, una cesta adornada con muselina y con cintas de color rosa con hierbas finas y flores. Finalmente, en la otra pared, campeaba el retrato de Paulina a los diez aôos. Y bajo este retrato tenia una mesa sobre la que estaba colocada una gran jaula en la que habia encerrados un gran nûmero de pâjaros cuyo gorjeo melodioso aturdia a los visitantes, pero no a su amita, que los queria mucho... Tenia también el «mueblecito blanco», repleto de mis libros de texto, cuadernos, etc.; y sobre este mueble ténia colocada una estatua de la Santisima Virgen con floreros siempre llenos de flores naturales y con candeleros; y, todo alrededor, una gran cantidad de imagencitas de santos y santas, cestitas de conchas, cajas de cartulina, etc. Por ùltimo, delante de la ventana, mi jardin colgante, en el que cuidaba macetas (con las flores mas raras que lograba encontrar). Ténia también, en el interior de «mi museo», una jardinera, en la que ponia mi planta favorita... Frente a la [43r°] ventana, estaba colocada la mesa, cubierta con un tapete verde, y sobre el tapete, en el medio, tenia puesto un reloj de arena, una imagencita de san José, un portarrelojes, cestas de flores, un tintero, etc... Algunas sillas rotas y la preciosa cuna de muüecas de Paulina completaban mi ajuar. Realmente, esta pobre buhardilla era un mundo para mi, y, como el Sr. de Maistre, también yo podria componer un libro titulado «Paseo alrededor de mi cuarto». En esta habitacién me gustaba pasarme horas enteras, estudiando y meditando ante el hermoso panorama que se abria ante mis ojos... Al conocer la partida de Maria, mi cuarto perdio para mi todo su encanto. No queria separarme ni un solo instante de la hermana querida que pronto iba a levantar el vuelo... jCuântos actos de paciencia le hice practicar! Cada vez que pasaba ante la puerta de su habitacién, llamaba hasta que me abria y la besaba con toda el aima; queria hacer provision de besos para todo el tiempo que iba a verme privada de ellos. Un mes antes de su entrada en el Carmelo, papa nos llevé a Alençon, pero este viaje estuvo muy lejos de parecerse al primero: todo fue para mi tristeza y amargura. Imposible decir cuàntas làgrimas lloré sobre la tumba de marna porque me habia olvidado de llevar un ramillete de acianos que habia cogido para ella. Verdaderamente, en todo encontraba motivos para sufrir. Todo lo contrario que ahora, pues Dios me concede la gracia de no abatirme por nada pasajero. Cuando me acuerdo del pasado, mi aima desborda de gratitud al ver los favores que he recibido del cielo. Se ha operado en mi tal cambio, que estoy desconocida... Verdad es que deseaba alcanzar la gracia «de tener un dominio absoluto sobre mis acciones, de ser su duena y no su esclava». [43v°] Estas palabras de la Imitaciôn me llegaban muy a lo hondo, pero, por asi decirlo, tenia que comprar con mis deseos esta gracia inestimable. No era todavia mâs que una nina que no parecia tener otra voluntad que la de los demâs, lo cual hacia decir a la gente de Alençon que era débil de carâcter... Fue durante este viaje cuando Leonia entré a prueba en las clarisas. A mi me dolié su extraria entrada, pues la queria mucho y no pude darle un abrazo antes de que se tuera. Nunca olvidaré la bondad y la confusion de nuestro pobre papaito cuando vino a comunicarnos que Leonia vestia ya el hâbito de clarisa... A él, igual que a nosotras, le parecia una cosa muy rara, pero no queria decir nada al ver lo disgustada que estaba Maria. Nos llevé al convento y alli senti una congoja como nunca la habia sentido a la vista de un monasterio. Me produjo el efecto contrario al del Carmelo, donde todo me dilataba el aima... Tampoco me entusiasmé mâs la vista de las religiosas, y no senti la menor tentacién de quedarme con ellas. No obstante, nuestra pobre Leonia estaba muy guapa con su nuevo traje. Nos dijo que la mirâramos bien a los ojos, pues ya no volveriamos a verlos (las clarisas no se dejan ver mâs que con los ojos bajos). Pero Dios se conformé con dos meses de sacrificio, y Leonia volvié a ensenarnos sus ojos azules, muy a menudo banados en lâgrimas... Al dejar Alençon, yo pensé que Leonia se quedaria con las clarisas, por lo que me alejé de la triste calle de la Media Luna con el corazôn muy apenado. Ya no quedâbamos mâs que très, y pronto nuestra querida Maria nos iba también a dejar... jEl 15 de octubre fue el dia de la separation! De la alegre y numerosa familia de los Buissonnets ya solo quedaban las dos ùltimas hijas... Las palomas habian huido dei nido paterno, y las que aùn quedaban hubiesen querido volar tras ellas, pero sus alas [44r°] eran aùn demasiado débiles para que pudieran levantar el vuelo... Dios, que queria llamar hacia si a la mâs pequena y mâs débil de todas, se apresurô a hacerle crecer las alas. El, que se complace en mostrar su bondad y su poder sirviéndose de los instrumentos menos dignos, quiso llamarme a mi antes que a Celina, que sin duda merecia mâs que yo este favor. Pero Jesûs conocia muy bien mi debilidad, y por eso me escondié a mi primero en las cavernas de la roca. Cuando Maria entré en el Carmelo, yo era todavia muy escrupulosa. Como ya no podia confiarme a ella, me volvi hacia el cielo. Me dirigi a los cuatro angelitos que me habian precedido alla arriba, pues pensé que aquellas aimas inocentes, que nunca habian conocido ni las turbaciones ni los miedos, deberian tener compasiôn de su pobre hermanita que estaba sufriendo en la tierra. Les hablé con la sencillez de un nino, haciéndoles notar que, al ser la ùltima de la familia, siempre habia sido la mas querida y la mas colmada de ternuras por mis hermanas, y que si ellos hubieran permanecido en la tierra me habrian dado también sin duda alguna pruebas de carino... Su partida para el cielo no me parecia una razôn suficiente para que me olvidasen; al contrario, ya que se hallaban en situation de disponer de los tesoros divinos, debian tomar de ellos la paz para mi y mostrarme asi que también en el cielo se sabe amar... La respuesta no se hizo esperar. Pronto la paz vino a inundar mi aima con sus olas deliciosas, y comprend! que si era amada en la tierra, también lo era en el cielo... A partir de aquel momento, fue creciendo mi dévotion hacia mis hermanitos y hermanitas, y me gusta conversar a menudo con ellos y hablarles de las tristezas del destierro... y de mi deseo de ir pronto a reunirme con ellos en la patria... CAPITULO V DESPUÉS DE LA GRACIA DE NAVIDAD (1886-1887) Si el cielo me colmaba de gracias, no era porque yo lo mereciese, pues era aùn muy imperfecta. Es cierto que ténia un gran deseo de practicar [44v°] la virtud, pero lo hacia de una manera muy peregrina. He aqui un ejemplo. Como era la mas pequena, no estaba acostumbrada a arreglârmelas yo sola. Celina arreglaba la habitation donde dormiamos las dos juntas, y yo no hacia ni la menor labor de la casa. Después de la entrada de Maria en el Carmelo, a veces, por agradar a Dios, intentaba hacer la cama, o bien, cuando Celina no estaba, le metia por la noche sus macetas de flores. Como he dicho, hacia esas cosas ùnicamente por Dios, y por tanto no tenia por qué esperar el agradecimiento de las criaturas. Pero sucedia todo lo contrario: si Celina tenia la desgracia de no parecer feliz y sorprendida por mis pequenos servicios, yo no estaba contenta y se Ιο hacia saber con mis lagrimas... Debido a mi extremada sensibilidad, era verdaderamente insoportable. Si, por ejemplo, sucedia que hacia sufrir involuntariamente un poquito a un ser querido, en vez de sobreponerme y no llorar, lloraba como una Magdalena, lo cual aumentaba mi falta en lugar de atenuarla, y cuando comenzaba a consolarme de lo sucedido, lloraba por haber llorado. Todos los razonamientos eran inûtiles, y no lograba corregirme de tan feo defecto. No sé como podia ilusionarme con la idea de entrar en el Carmelo estando todavia, como estaba, en los panales de la infancia... Era necesario que Dios hiciera un pequeno milagro para hacerme crecer en un momento, y ese milagro lo hizo el dia inolvidable de Navidad. En esa noche luminosa que esclarece las delicias de la Santisima Trinidad, Jesûs, el dulce ninito recién nacido, cambiô la noche de mi aima en torrentes de luz... En esta noche, en la que él se hizo débil y doliente por mi amor, me hizo a mi fuerte y valerosa; me revistiô de sus armas, y desde aquella noche bendita ya no conoci la derrota en ningûn combate, sino que, al contrario, fui de victoria en victoria y comencé, por asi decirlo, «una carrera de gigante ». [45r°] Se secô la fuente de mis lâgrimas, y en adelante ya no volviô a abrirse sino muy raras veces y con gran dificultad, lo cual justifico estas palabras que un dia me habian dicho: «Lloras tanto en la ninez, que mas tarde no tendras ya lâgrimas que derramar...» Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando recibi la gracia de salir de la ninez; en una palabra, la gracia de mi total conversion. Volviamos de la Misa de Gallo, en la que yo habia tenido la dicha de recibir al Dios fuerte y poderoso. Cuando llegâbamos a los Buissonnets, me encantaba ir a la chimenea a buscar mis zapatos. Esta antigua costumbre nos habia proporcionado tantas alegrias durante la infancia, que Celina queria seguir tratândome como a una nina, por ser yo la pequeha de la familia... Papa gozaba al ver mi alborozo y al escuchar mis gritos de jûbilo a medida que iba sacando las sorpresas de mis zapatos encantados, y la alegria de mi querido rey aumentaba mucho mas mi propia felicidad. Pero Jesûs, que queria hacerme ver que ya era hora de que me liberase de los defectos de la ninez, me quitô también sus inocentes alegrias: permitiô que papa, que venia cansado de la Misa del Gallo, sintiese fastidio a la vista de mis zapatos en la chimenea y dijese estas palabras que me traspasaron el corazôn: «jBueno, menos mal que éste es el ûltimo ano...!» Yo estaba subiendo las escaleras, para ir a quitarme el sombrero. Celina, que conocia mi sensibilidad y veia brillar las lâgrimas en mis ojos, sintiô también ganas de llorar, pues me queria mucho y se hacia cargo de mi pena. «jNo bajes, Teresa! -me dijo-, sufririas demasiado al mirar asi de golpe dentro de los zapatos». Pero Teresa ya no era la misma, jJesûs habia cambiado su corazôn! Reprimiendo las lâgrimas, bajé râpidamente la escalera, y conteniendo los latidos del corazôn, cogi los zapatos y, poniéndolos delante de papâ, fui sacando alegremente todos los regalos, con el aire feliz de una reina. Papâ reia, recobrado ya su buen humor, y Celina creia estar sonando ... Felizmente, era un hermosa realidad: jTeresita habia vuelto a encontrar la fortaleza de ânimo que habia perdido a los cuatro anos y medio, y la conservaria ya para siempre...! 45v°] Aquella noche de luz comenzô el tercer periodo de mi vida, el mâs nermoso de todos, el mâs lleno de gracias del cielo... La obra que yo no habia podido realizar en diez anos Jesûs la consumé en un instante, conformândose con mi buena voluntad, que nunca me habia faltado. Yo podia decide, igual que los apôstoles: «Sehor, me he pasado la noche bregando, y no he cogido nada». Y mâs misericordioso todavia conmigo que con los apôstoles, Jesûs mismo cogiô la red, la echo y la sacô repleta de peces... Hizo de mi un pescador de aimas, y senti un gran deseo de trabajar por la conversion de los pecadores, deseo que no habia sentido antes con tanta intensidad... Senti, en una palabra, que entraba en mi corazôn la caridad, senti la necesidad de olvidarme de mi misma para dar gusto a los demâs, jy desde enfonces fui feliz...! La sangre de Jesûs Un domingo, mirando una estampa de Nuestro Senor en la cruz, me senti profundamente impresionada por la sangre que caia de sus divinas manos. Senti un gran dolor al pensar que aquella sangre caia al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla. Tomé la resoluciôn de estar siempre con el espiritu al pie de la cruz para recibir el rocio divino que goteaba de ella, y comprend! que luego tendria que derramarlo sobre las aimas... También resonaba continuamente en mi corazén el grito de Jesûs en la cruz: «jTengo sedl». Estas palabras encendian en mi un ardor desconocido y muy vivo... Queria dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentia devorada por la sed de aimas... No eran todavia las aimas de los sacerdotes las que me atraian, sino las de los grandes pecadores; ardia en deseos de arrancarles del fuego eterno... Y para avivar mi celo, Dios me mostré que mis deseos eran de su agrado. Pranzini, mi primer hijo Oi hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por unos crimenes horribles. Todo hacia pensar que moriria impénitente. Yo quise evitar a toda costa que cayese en el infierno, y para conseguirlo empleé todos los medios imaginables. Sabiendo que por mi misma no podia nada, ofreci [46r°] a Dios todos los méritos infinitos de Nuestro Senor y los tesoros de la santa Iglesia; y por ûltimo, le pedi a Celina que encargase una Misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por miedo a verme obligada a confesar que era por Pranzini, el gran criminal. Tampoco queria decirselo a Celina, pero me hizo tan tiernas y tan apremiantes preguntas, que acabé por confiarle mi secreto. Lejos de burlarse de mi, me pidié que la dejara ayudarme a convertir a mi pecador. Yo acepté, agradecida, pues hubiese querido que todas las criaturas se unieran a mi para implorar gracia para el culpable. En el fondo de mi corazén yo ténia la plena seguridad de que nuestros deseos serian escuchados. Pero para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba completamente segura de que perdonaria al pobre infeliz de Pranzini, y que lo creeria aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta confianza ténia en la misericordia infinita de Jesûs; pero que, simplemente para mi consuelo, le pedia tan solo «una serial» de arrepentimiento... Mi oracién fue escuchada al pie de la letra. A pesar de que papa nos habia prohibido leer periodicos, no crei desobedecerle leyendo los pasajes que hablaban de Pranzini. Al dia siguiente de su ejecucién, cayé en mis manos el periodico «La Croix». Lo abri apresuradamente, <,y qué fue lo que vi...? Las lâgrimas traicionaron mi emociôn y tuve que esconderme... Pranzini no se habia confesado, habia subido al cadalso, y se disponia a meter la cabeza en el lùgubre agujero, cuando de repente, tocado por una sùbita inspiration, se volviô, cogiô el crucifijo que le presentaba el sacerdote jy besô por très veces sus llagas sagradas...! Después su aima volé a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrâ mas alegria en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse... Habia obtenido «la senal» pedida, y esta serial era la fiel reproducciôn de las [46v°] gracias que Jesûs me habia concedido para inclinarme a rezar por los pecadores. <,No se habia despertado en mi corazôn la sed de almas precisamente ante las llagas de Jesûs, al ver gotear su sangre divina? Yo queria darles a beber esa sangre inmaculada que los purificaria de sus manchas, j ny los labios de «mi primer hijo» fueron a posarse precisamente sobre esas llagas sagradas...!!! jQué respuesta de inefable dulzura...! A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar aimas fue creciendo de dia en dia. Me parecia oir a Jesûs decirme como a la Samaritana: «jDame de beber!» Era un verdadero intercambio de amor: yo daba a las aimas la sangre de Jesûs, y a Jesûs le ofrecia esas mismas aimas refrescadas por su rocio divino. Asi me parecia que aplacaba su sed. Y cuanto mas le deba de beber, mas crecia la sed de mi pobre aima, y esta sed ardiente que él me daba era la bebida mas deliciosa de su amor... En poco tiempo Dios supo sacarme del estrecho circulo en el que yo daba vueltas y vueltas sin acertar a salir. Al contemplar ahora el camino que él me hizo recorrer, es grande mi gratitud. Pero he de reconocer que, si el paso mas importante estaba dado, todavia eran muchas las cosas que ténia que dejar. Mi espiritu, liberado ya de los escrûpulos y de su excesiva sensibilidad, comenzô a desarrollarse. Yo siempre habia amado lo grande, lo bello, pero en esta época me entraron unos deseos enormes de saber. No me conformaba con las clases y con los deberes que me ponia mi profesora, y me dediqué a hacer por mi cuenta estudios extras de historia y de ciencias. Las otras materias me eran indiferentes, pero estos dos campos del saber despertaban todo mi interés. Y asi, en pocos meses adquiri mas conocimientos que durante todos mis anos de estudio. iPero eso no era mas que vanidad y aflicciôn de espiritu...! Me venia con frecuencia a la memoria el capitulo de la Imitaciôn en que se habia de las ciencias. Pero, no obstante, yo encontraba la forma de seguir, diciéndome a mi misma que, estando en edad de estudiar, ningùn mal habia [47r°] en hacerlo. No creo haber ofendido a Dios (aunque reconozco que perdi inûtilmente el tiempo), pues solo le dedicaba un nûmero limitado de horas, que no queria rebasar, a fin de mortificar mi deseo exacerbado de saber... Estaba en la edad mas peligrosa para las chicas. Pero Dios hizo conmigo lo que cuenta Ezequiel en sus profecias: «Al pasar junto a mi, Jesûs vio que yo estaba ya en la edad del amor. Hizo alianza conmigo, y fui suya... Extendiô su manto sobre mi, me lavé con perfumes preciosos, me vistiô de bordados y me adorno con collares y con joyas sin precio... Me alimenté con flor de harina, miel y aceite en abundancia... Me hice cada vez mas hermosa a sus ojos y llegué a ser como una reina...» Si, Jesûs hizo todo eso conmigo. Podria repetir esas palabras que acabo de escribir y demostrar que todas ellas, una por una, se han realzado en mi; pero las gracias que he referido mas arriba son ya prueba suficiente de ello. Solo voy a hablar dei alimento que me dio «en abundancia». La Imitaciôn y Arminjon Desde hacia mucho tiempo yo me venia alimentando con «la flor de harina» contenida en la Imitaciôn. Este era el ûnico libro que me ayudaba, pues no habia descubierto todavia los tesoros escondidos en el Evangelio. Me sabia de memoria casi todos los capitulos de mi querida Imitaciôn, y ese librito no me abandonaba nunca; en verano lo llevaba en el bolsillo, y en invierno en el manguito, era ya una costumbre. En casa de mi tia se divertian mucho a costa de eso, y abriéndolo al azar, me hacian recitar el capitulo que tenian ante los ojos. A mis 14 anos, con mis deseos de saber, Dios pensô que era necesario anadir a «la flor de harina miel y aceite en abundancia». Esa miel y ese aceite me los hizo encontrar en las charlas del Sr. abate Arminjon sobre el fin dei mundo présente y los misterios de la vida futura. Este libro se lo habian prestado a papa mis queridas carmelitas; por eso, contra mi [47v°] costumbre (pues yo no leia los libros de papa), le pedi permiso para leerlo. Esa lectura fue también una de las mayores gracias de mi vida. La hice asomada a la ventana de mi cuarto de estudio, y la impresiôn que me produjo es demasiado intima y demasiado dulce para poder contarla... Todas las grandes verdades de la religion y los misterios de Ia eternidad sumergian mi alma en una felicidad que no era de esta tierra... Vislumbraba ya lo que Dios tiene reservado para los que le aman (pero no con los ojos dei cuerpo, sino con los dei corazôn). Y viendo que las recompensas eternas no guardaban la menor proporcion con los insignificantes sacrificios de la vida, queria amar, amar apasionadamente a Jesûs y darie mil muestras de amor mientras pudiese... Copié varios pasajes sobre el amor perfecto y sobre la acogida que Dios dispensera a sus elegidos cuando él mismo sea su grande y eterna recompensa. Y repetia sin césar las palabras de amor que habian abrasado mi corazôn... Celina se habia convertido en la confidente intima de mis pensamientos. Desde la noche de Navidad ya podiamos comprendernos: la diferencia ya no existia, pues yo habia crecido en estatura, y sobre todo en gracia. Anteriormente a esta época, yo me quejaba con frecuencia de no conocer los secretos de Celina; ella me contestaba que yo era demasiado pequena, y que tendria que crecer la altura de un taburete para que pudiese tener confianza en mi... A mi me gustaba subirme a aquel precioso taburete cuando estaba junto a ella, y le decia que me hablase intimamente; pero la treta no me daba resultado, la distancia nos seguia separando... Jesûs, que queria hacernos progresar juntas, formé en nuestros corazones unos lazos mas fuertes que los de la sangre. Nos hizo hermanas del aima. Se hicieron realidad en nosotras las palabras dei Cântico Espiritual de san Juan de la Cruz (cuando la esposa exclama, hablando al Esposo): «A zaga de tu huella, las jôvenes discurren al camino, al toque de [48r°] centella, al adobado vino, emisiones de balsamo divino». Si, seguiamos muy ligeras las huellas de Jesûs. Las centellas de amor que él sembraba a manos llenas en nuestras almas y el vino fuerte y delicioso que nos daba a beber hacian desaparecer de nuestra vista las cosas pasajeras, y de nuestros labios brotaban emisiones de amor inspiradas por él. jQué dulces eran las conversaciones que todas las noches teniamos en el mirador! Con la mirada hundida en la lejania, contemplâbamos la blanca luna que se elevaba lentamente por detrâs de los altos ârboles... y los reflejos plateados que derramaba sobre la naturaleza dormida, las brillantes estrellas que titilaban en el azul profundo..., el soplo ligero de la brisa nocturna que hacia flotar las nubes de nieve. Y todo elevaba nuestras aimas hacia el cielo, del que no contemplâbamos todavia mas que «el limpido reverso»... No sé si me equivoco, pero creo que la expansion de nuestras aimas se parecia a la de santa Monica y su hijo, cuando en el puerto de Ostia caian los dos sumidos en éxtasis a la vista de las maravillas del creador... Me parece que recibiamos gracias de un orden tan elevado como las concedidas a los grandes santos. Como dice la Imitacién, a veces Dios se comunica en medio de un fuerte resplandor, a veces «tenuemente velado, bajo sombras y figuras». De esta manera se dignaba manifestarse a nuestras aima, jpero qué fino y transparente era el vélo que ocultaba a Jesûs de nuestras miradas...! No habia lugar para la duda, ya no eran necesarias la fe ni la esperanza: el amor nos hacia encontrar en la tierra al que buscâbamos. «Al encontrarlo solo en la calle, nos besé, para que en adelante nadie pudiera despreciarnos». Gracias tan grandes no podian quedar sin frutos, y éstos fueron abundantes. La prâctica de la virtud se nos hizo dulce y natural. Al principio, mi rostro delataba muchas veces el combate, pero poco a poco esa impresién fue desapareciendo y la renuncia se me hizo fâcil, incluso desde el primer momento. Ya lo dijo Jesûs: «Al [48v°] que tiene se le darâ, y tendra de sobra». Por una gracia acogida con fidelidad, me otorgaba cantidad de gracias nuevas... Se entregaba a mi en la sagrada comunién con mucha mas frecuencia de la que yo me hubiera atrevido a esperar. Yo tenia como norma de conducta comulgar todas las veces que el confesor me lo permitiera, sin fallar una sola vez, pero dejando que fuese él quien decidiese cuântas, sin pedirselo nunca yo. En esa época no ténia la audacia que ahora tengo; de haberla tenido, hubiera actuado de distinta manera, pues estoy convencida de que un alma debe decir a su confesor el deseo que siente de recibir a su Dios. El no baja del cielo un dia y otro dia para quedarse en un copôn dorado, sino para encontrar otro cielo que le es infinitamente mas querido que el primero: el cielo de nuestra aima, creada a su imagen y templo vivo de la adorable Trinidad... Jesûs, que veia mis deseos y la rectitud de mi corazôn, permitiô que mi confesor me dijese que durante el mes de mayo comulgase cuatro veces por semana; y cuando pasô ese hermoso mes, todavia afiadiô una quinta mas cada vez que cayese alguna fiesta. Al salir del confesonario, brotaron de mi ojos làgrimas muy dulces. Me parecia como si Jesûs mismo quisiera entregarse a mi, pues echaba muy poco tiempo para confesarme y nunca dije ni una palabra acerca de mis sentimientos interiores. El camino por el que iba eran tan recto y luminoso, que no necesitaba mas guia que a Jesûs... Comparaba a los directores a espejos fieles que reflejaban a Jesûs en las aimas, y decia que en mi caso Dios no se servia de intermediarios, sino que actuaba directamente él... Deseos de entrar en el Carmelo Cuando un jardinera rodea de cuidados a una fruta que quiere que madure antes de tiempo, no es para dejarla colgada en el ârbol, sino para presentaria en una mesa ricamente servida. Con parecida intenciôn [49r°] prodigaba Jesûs sus gracias a su florecita... El, que en los dias de su vida mortal exclamo en un transporte de alegria: «Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla», queria hacer resplandecer en mi su misericordia. Porque yo era débil y pequena, se abajaba hasta mi y me instruia en secreto en las cosas de su amor. Si los sabios que se pasan la vida estudiando hubiesen venido a preguntarme, se hubieran quedado asombrados al ver a una nina de catorce anos comprender los secretos de la perfection, unos secretos que toda su ciencia no puede descubrirles a ellos porque para poseerlos es necesario ser pobres de espiritu... Como dice san Juan de la Cruz en su Cântico: «Sin otra luz ni guia sino la que en el corazôn ardia. Aquesta me guiaba mas cierto que la luz del mediodia adonde me esperaba quien yo bien me sabia». Ese lugar era el Carmelo. Pero antes de «sentarme a la sombra de Aquel a quien deseaba», tenia que pasar por muchas pruebas. Pero la Hamada divina era tan apremiante, que si hubiera tenido que pasar entre llamas, lo habria hecho por ser fiel a Jesûs... Solo encontre un alma que me animase en mi vocaciôn: la de mi Madre querida... Mi corazôn encontre en el suyo un eco fiel; y sin ella, yo no habria llegado en modo alguno a la ribera bendita que la habia acogido a ella cinco anos antes en su suelo impregnado del rocio celestial... Si, hacia cinco anos que yo estaba separada de ti, Madre querida, y creia que te habia perdido. Pero en el momento de la prueba fue tu mano la que me indico el camino que debia seguir... Necesitaba ese consuelo, pues las visitas al locutorio del Carmelo me resultaban cada vez mas penosas; no podia hablar de mis deseos de entrar, sin verme rechazada. Maria pensaba que era demasiado joven y hacia todo lo posible por impedirme entrar; y tû misma, Madre, a fin de probarme, tratabas a veces de moderar mi entusiasmo [49v0]. En fin, que si no hubiese tenido verdadera vocaciôn, me hubiera vuelto atrâs desde el primer momento, pues en cuanto empecé a responder a la Hamada de Jesûs me encontre con obstâculos. No quise hablarle a Celina de mis deseos de entrar tan joven en el Carmelo, y eso aumentô mi sufrimiento, pues me resultaba muy dificil ocultarle nada... Pero este sufrimiento no duré mucho, pues pronto mi hermanita querida se entero de mi determinaciôn, y, lejos de intentar disuadirme, aceptô con un valor admirable el sacrificio que Dios le pedia; para entender cuân grande era ese sacrificio, habria que saber hasta qué punto estâbamos unidas... Una misma alma, por asi decirlo, nos hacia vivir. Desde hacia algunos meses, disfrutabamos juntas de la vida mas dulce que unas jôvenes puedan sonar. Todo alrededor de nosotras respondia a nuestros gustos. Teniamos una gran libertad. En una palabra, yo solia decir que nuestra vida era en la tierra el ideal de la felicidad... Pero apenas habiamos comenzado a saborear este ideal de la felicidad, tuvimos que renunciar libremente a él, y mi querida Celina no se rebelô ni por un instante. Sin embargo, podria haberse quejado, ya que Jesûs no la llamaba a ella la primera... Tenia la misma vocaciôn que yo, por lo cual le tocaba a ella partir antes... Pero asi como, en tiempos de los mârtires, los que quedaban en la cârcel daban gozosos el beso de paz a sus hermanos que partian primera para combatir en la arena, y se consolaban pensando que tai vez a ellos se les reservaba para combates todavia mayores, igualmente Celina dejô alejarse a su Teresa y se quedô sola para el glorioso y sangriento combate al que Jesûs la tenia destinada como privilegiada de su amor... Celina, pues, se convirtiô en confidente de mis luchas y de mis sufrimientos, y tomô en ellos tanta parte como si se hubiera tratado de su propia vocaciôn. De parte de ella no temia yo ninguna oposiciôn. Confidencia a mi padre Lo que no sabia era qué medio emplear para decirselo a papa... ^Cômo hablarle de separarse de su reina, a él que acababa de sacrificar a sus très hijas mayores...? jCuântas luchas interiores no tuve que sufrir antes [50r°] de sentirme con ànimos para hablar...! Sin embargo, ténia que decidirme. Yo iba cumplir catorce anos y medio, y solo seis meses nos separaban de la hermosa noche de Navidad, en que habia decidido ingresar a la misma hora en que el ano anterior habia recibido «mi gracia». Escogi el dia de Pentecostés para hacerle a papa mi gran confidencia. Todo el dia estuve suplicando a los santos apôstoles que intercedieran por mi y que me inspiraran ellos las palabras que habria de decir... <,No eran ellos, en efecto, quienes tenian que ayudar a aquella nina timida que Dios ténia destinada a ser apôstol de apôstoles por medio de la oraciôn y el sacrificio...? Hasta por la tarde, al volver de Visperas, no encontré la ocasiôn de hablar a mi papaito querido. Habia ido a sentarse al borde del aljibe, y desde alli, con las manos juntas, contemplaba las maravillas de la naturaleza. El sol, cuyos rayos habian perdido ya su ardor, doraba las copas de los altos ârboles, en los que los pajarillos cantaban alegres su oraciôn de la tarde. El hermoso rostro de papa ténia una expresiôn celestial. Comprend! que la paz inundaba su corazôn. Sin decir una sola palabra, fui a sentarme a su lado, con los ojos baüados ya en làgrimas. Me miré con ternura, y cogiendo mi cabeza la apoyô en su pecho, diciéndome: »<,Qué te pasa, reinecita... Cuéntamelo...» Luego, levantândose, como para disimular su propia emociôn, echo a andar lentamente, manteniendo mi cabeza apoyada en su pecho. A través de las lâgrimas, le confié mi deseo de entrar en el Carmelo, y entonces sus lâgrimas se mezclaron con las mias; pero no dijo ni una palabra para hacerme desistir de mi vocation. Simplemente se contenté con hacerme notar que yo era todavia muy joven para tomar una decision tan grave. Pero yo defendi tan bien mi causa, que papa, con su modo de ser sencillo y recto, quedé pronto convencido de que mi deseo era el de Dios; y con su fe profunda, me dijo que Dios le hacia un gran honor al pedirle asi a sus hijas. Seguimos paseando un largo rato. Mi corazôn, confortado por la bondad con que aquel padre incomparable habia acogido mis confidentias, [50v°] se volcé dulcemente en el suyo. Papa parecia gozar de esa alegria serena que da el sacrificio consumado. Me hablé como un santo, y me gustaria acordarme de sus palabras para transcribirlas aqui, pero solo conservo de ellas un recuerdo demasiado perfumado para poderlo expresar. De lo que si me acuerdo perfectamente es de la action simbélica que mi querido rey realizé sin saberlo. Acercândose a un muro poco elevado, me mostra unas florecillas blancas, parecidas a lirios en miniatura ; y tornando una de aquellas flores, me Ia dio, explicândome con cuânto esmero Dios Ia habia hecho nacer y Ia habia conservado hasta aquel dia. AI oirle hablar, me parecia estar escuchando mi propia historia, tanta semejanza habia entre lo que Jesûs habia hecho con aquella florecilla y con Teresita ... Recibi aquella flor como una reliquia, y observé que, al querer cogerla, papa habia arrancado todas sus raices sin troncharlas, como si estuviera destinada a seguir viviendo en otra tierra mas fértil que el blando musgo en el que habian transcurrido sus primeras alboradas... Era exactamente lo mismo que papa acababa de hacer conmigo poco antes al permitirme subir a la montana del Carmelo y abandonar el dulce valle testigo de mis primeras pasos por la vida. Puse mi florecita blanca en mi libro de la Imitation, en el capitulo titulado: «Del amor a Jesûs sobre todas las cosas», y todavia sigue alli. Solo el tallo se ha roto muy cerca de la raiz, y Dios parece decirme con eso que pronto rampera los lazos de su florecita y que no la dejarâ marchitarse en la tierra. Una vez obtenido el consentimiento de papa, pensé que podria volar ya sin temor alguno hacia el Carmelo. Pero muchos y muy dolorosos contratiempos debian aùn someter a prueba mi vocacion. Mi tio cambia de opinion Cuando fui a comunicarle a mi tio la decision que habia tornado, lo hice temblando. Me prodigo las mayores muestras de ternura, pero no me dio permiso para irme; al contrario, me prohibiô [51 r°] hablarle de mi vocacion antes de cumplir los 17 anos. Era un atentado a la prudencia humana, decia, dejar entrar en el Carmelo a una nina de 15 anos. Siendo la vida de las carmelitas a los ojos del mundo una vida propia de filôsofos, seria hacer un grave dano a la religion permitir que la abrazase una nina sin experiencia... Todo el mundo hablaria, etc... etc... Hasta llegô a decir que para decidirle a dejarme partir haria falta un milagro. Vi claro que todos mis razonamientos serian inûtiles, asi que me fui con el corazôn sumido en la mas profunda amargura. Mi ûnico consuelo era la oraciôn. Suplicaba a Jesûs que hiciese el milagro que exigia mi tio, ya que solo a ese precio podria yo responder a su Hamada. Paso bastante tiempo hasta que me atrevi a volver a hablarle a mi tio; me costaba horrores ir a su casa. El, por su parte, no parecia pensar ya en mi vocacion; pero supe mâs tarde que mi enorme tristeza lo predispuso mucho a mi favor. Antes de hacer brillar en mi alma un rayo de esperanza, Dios quiso enviarme un martirio sumamente doloroso, que duro tres dias. Nunca como en aquella prueba comprend! de bien el dolor de la Santisima Virgen y de san José mientras buscaban al divino Nino Jesûs... Me encontraba en un triste desierto, o, mejor, mi alma parecia un fragii esquife, abandonado sin piloto a merced de las olas tempestuosas... Lo sé, Jesûs estaba alii, dormido en mi barquilla; pero Ia noche era tan negra, que me era imposible verle. Ni una luz. Ni siquiera un relâmpago que viniese a surcar las sombrias nubes... Es cierto que es muy triste el resplandor de los relâmpagos; pero, al menos, si Ia tormenta hubiese estallado abiertamente, habria podido ver por un momento a Jesûs... Pero era Ia noche, Ia noche profunda dei alma... Y como Jesûs en el huerto de Ia agonia, me sentia sola, sin encontrar consuelo alguno ni en Ia tierra ni en el cielo. jjjComo si el mismo Dios me hubiese abandonado...!!! La naturaleza parecia participar también de mi amarga tristeza: durante esos tres dias, el sol no hizo brillar ni uno de [51v°]sus rayos y la lluvia cayô a torrentes. (He observado que en todas as ocasiones importantes de mi vida la naturaleza ha sido como una imagen de mi aima. En los dias de lâgrimas el cielo lloraba conmigo; en los dias de alegria el cielo enviaba con profusion sus alegres rayos y ni una sola nube oscurecia el cielo azul...) Por fin, al cuarto dia, que era sâbado, dia dedicado a la dulce Reina del cielo, fui a ver a mi tio. jY cuâl no séria mi sorpresa al ver que me miraba y que me hacia entrar en su despacho sin que yo le hubiese manifestado deseo alguno de hacerlo...! Empezô dirigiéndome tiernos reproches por portarme con él como si le tuviera miedo, y luego me dijo que no hacia falta pedir un milagro: que él solo habia pedido a Dios que le diera «una simple inclination del corazén», y que habia sido escuchado... Ya no senti la tentacién de pedir un milagro, pues para mi el milagro ya estaba concedido: mi tio no era el mismo. Sin hacer la menor alusién a la «prudencia humana», me dijo que yo era una florecita que Dios queria cortar, y que él no seguiria oponiéndose a ello... Esta respuesta definitiva era realmente digna de él. Por tercera vez, este cristiano de otros tiempos permitia que una de las hijas adoptivas de su corazén fuera a sepultarse lejos dei mundo. También mi tia fue admirable por su ternura y su prudencia. No recuerdo que, durante el tiempo de mi prueba, me haya dicho una sola palabra que pudiera aumentarla. Yo veia que le daba mucha pena su pobre Teresita. Por eso, cuando obtuve el consentimiento de mi tio, también ella me dio el suyo, aunque no sin hacerme ver de mil maneras que mi partida le iba a costar mucho... jAy, qué lejos estaban nuestros queridos parientes de sospechar [52r°] entonces que tendrian que renovar otras dos veces ese mismo sacrificio...! Pero Dios, al tender la mano para seguir pidiendo, no la présenté vacia: sus amigos mas queridos pudieron beber en ella, y con abundancia, la fuerza y el valor que tanto necesitaban... Pero mi corazén me ha llevado muy lejos dei tema; vuelvo a él casi a disgusto. Después de la respuesta de mi tio, ya comprenderâs, Madré mia, [51 v° sigue] con qué alegria emprendi el camino de regreso a los Buissonnets bajo «un hermoso cielo en el que las nubes se habian disipado por completo»... También en mi alma habia cesado la noche. Jesûs, despertândose, me habia devuelto la alegria, el ruido de la olas se habia calmado. En lugar del viento de la prueba, henchia mi vela una brisa ligera, y yo creia que pronto llegaria a la ribera bendita que ya divisaba muy cerca de mi. Y esa ribera estaba, en efecto, muy cerca de mi barquilla; pero aùn debia levantarse mâs de una tormenta, que ocultaria a su vista el faro luminoso, haciéndole temer que se habia alejado para siempre de la playa tan ardientemente deseada... Oposiciôn del superior Pocos dias después de haber conseguido el consentimiento de mi tio, fui a verte, Madré querida, y te hablé de mi alegria por que todas mis pruebas hubiesen ya pasado. Pero jcuâles no fueron mi sorpresa y mi aflicciôn al oirte decir que [52r°] el Superior no permitia que entrara antes de los 21 anos...! Nadie habia pensado en esta oposiciôn, la mâs invencible de todas. Sin embargo, sin desanimarme, yo misma fui con papâ y con Celina a ver a nuestro Padre, para intentar conmoverle haciéndole ver que ténia verdadera vocation de carmelita. Nos recibiô con gran frialdad. Y por mâs que mi incomparable papaito uniô sus instantias a las mias, nada pudo hacerle cambiar de parecer. Me dijo que no habia ningùn peligro en esperar, que yo podia llevar vida de carmelita en mi casa, que no estaria todo perdido porque no me diera disciplina, etc... etc... Por ùltimo, afiadiô que él no era mâs que el delegado de Monsenor, y que si éste queria permitirme entrar en el Carmelo, él no tendria nada que decir... Sali de la rectoral hecha un mar de lâgrimas; gracias a Dios, estaba escondida bajo el paraguas, pues la lluvia caia torrencialmente. Papâ no sabia como consolarme... Me prometiô llevarme a Bayeux en cuanto se lo pedi, pues estaba decidida a conseguir mi proposito. Llegué incluso a decir que iria hasta el Santo Padre, si Monsenor no queria permitirme entrar en el Carmelo a los 15 anos... Muchas cosas pasaron antes del viaje a Bayeux. Exteriormente, mi vida parecia la misma. Seguia estudiando, Celina me daba clases de dibujo, y mi experta profesora encontraba en mi muchas cualidades para su arte. Sobre todo, crecia en el amor de Dios. Sentia en mi corazôn unos impetus que hasta entonces no conocia. A veces tenia verdaderos transportes de amor. Una noche, no sabiendo como decide a Jesûs que le amaba y como deseaba que fuese amado y glorificado en todas partes, pensé con dolor que él nunca podria recibir en el infierno un solo acto de amor; y entonces le dije a Dios que, por agradarle, aceptaria gustosa verme sumergida alli, a fin de que fuese amado eternamente en ese lugar de blasfemias... Yo sabia bien que eso no podia glorificarle, porque él solo desea nuestra felicidad. Pero cuando se [52v°] ama, una siente necesidad de decir mil locuras. Si hablaba de esa manera, no era porque el cielo no atrajera mis deseos, sino porque en aquel entonces mi ûnico cielo era el amor, y sentia, como san Pablo, que nada podria apartarme del objeto divino que me habia hechizado... Antes de abandonar el mundo, Dios me concedio el consuelo de contemplar de cerca las almas de los ninos . Al ser la mas pequena de la familia, nunca habia tenido esta suerte. He aqui las tristes circunstancias que me la depararon. Una buena mujer, pariente de nuestra sirvienta, muriô en la flor de la edad, dejando très ninos muy pequenos. Durante su enfermedad, trajimos a nuestra casa a las dos ninas pequenas, la mayor de la cuales no tenia todavia seis anos. Yo me encargaba de cuidarlas durante todo el dia, y era para mi un auténtico placer ver con qué candor creian todo lo que les decia. Tiene que dejar el santo bautismo en las almas un germen muy profundo de las virtudes teologales, ya que aparecen ya desde la infancia, y basta la esperanza de los bienes futuros para hacerles aceptar los sacrificios. Cuando queria ver a mis dos ninas haciendo buenas migas entre ellas, en vez de prometer juguetes o bombones a la que cediese primera, les hablaba de las recompensas eternas que el Nino Jesûs daria en el cielo a los ninitos buenos. La mayor, cuya razon empezaba ya a despertarse, me miraba con ojos resplandecientes de alegria, me hacia mil preguntas encantadoras sobre el Nino Jesûs y su hermoso cielo, y me prometia entusiasmada ceder siempre ante su hermana. Y me decia que jamâs en la vida olvidaria lo que la «gran senorita», como ella me llamaba, le habia ensenado... Viendo de cerca a estas almas inocentes, comprend! la desgracia que supone el no formarias bien desde su mismo despertar, cuando se asemejan a la cera blanda sobre la que se puede dejar grabada la huella de las virtudes, pero también la huella del mal... Comprend! lo que dice Jesûs en el Evangelio: «Mejor seria ser arrojado al mar que escandalizar a uno solo de estos pequenos». [53r°] jCuântas aimas llegarian a la santidad si fuesen bien dirigidas...! Sé muy bien que Dios no tiene necesidad de nadie para realizar su obra. Pero asi como permite a un hàbil jardinero cultivar plantas delicadas y le da para ello los conocimientos necesarios, reservândose para si la misiôn de fecundarlas, de la misma manera quiere Jesûs ser ayudado en su divino cultivo de las aimas. <,Qué ocurriria si un jardinero desmanado no injertase bien los ârboles? 6 Si no conociese bien la naturaleza de cada uno de ellos y se empenase en hacer brotar rosas de un melocotonero...? Haria morir al ârbol, que, sin embargo, era bueno y capaz de producir frutos. De la misma manera hay que saber reconocer desde la infancia lo que Dios pide a las aimas y secundar la acciôn de su gracia, sin acelerarla ni frenarla nunca. Como los pajaritos aprender a cantar escuchando a sus padres, asi los ninos aprenden la ciencia de las virtudes, el canto sublime del amor de Dios, de las aimas encargadas de formarles para la vida. Recuerdo que entre mis pâjaros ténia un canario que cantaba de maravilla. Ténia también un pardillo al que le prodigaba cuidados verdaderamente maternales porque lo habia adoptado antes que pudiese gozar la dicha de la libertad. Este pobre prisionerito no tenia padres que le ensenasen a cantar, pero como oia de la manana a la noche a su companero el canario lanzar sus alegres trinos, quiso imitarlo... Empresa dificil para un pardillo, por lo que a su dulce voz le costé mucho acordarse a la voz vibrante de su profesor de mûsica. Era asombroso ver los esfuerzos que hacia el pobrecito, pero al fin se vieron coronados por el éxito, pues su canto, aunque un poco mas apagado, era absolutamente idéntico al dei canario. [53v°] jMadre mia querida! Tu fuiste quien me ensené a mi a cantar... Tu voz me cautivé desde la infancia, y ahora j j jme encanta oir decir que me parezco a till! Sé cuânto me falta para ello, pero, a pesar de mi debilidad, espero cantar eternamente el mismo cântico que tû... Antes de mi entrada en el Carmelo, tuve también otras muchas experiencias sobre la vida y las miserias del mundo. Pero esos detalles me llevarian demasiado lejos. Voy a reanudar el relato de mi vocacion. Viaje a Bayeux El 31 de octubre fue el dia fijado para mi viaje a Bayeux. Parti sola con papa, con el corazôn henchido de esperanza, pero también muy emocionada al pensar que iba a presentarme al obispo. Por primera vez en mi vida iba a hacer un visita sin que me acompafiaran mis hermanas, jy esta visita era nada menos que a un obispo! Yo, que nunca hablaba, a no ser para contestar a las preguntas que me hacian, tenia que explicar por mi misma el motivo de mi visita y exponer las razones que me movian a solicitar la entrada en el Carmelo. En una palabra, iba a tener que demostrar la solidez de mi vocacion. jCuânto me costo hacer ese viaje! Tuvo que concederme Dios una gracia muy especial para que pudiera veneer mi gran timidez... Aunque también es verdad que «para el amor nada hay imposible, porque todo lo cree posible y permitido». Y realmente solo el amor de Jesûs podia hacerme veneer aquellas dificultades y las que vendrian mas tarde, pues quiso hacerme comprar mi vocacion a costa de pruebas muy grandes... Hoy, que gozo de la soledad del Carmelo (descansando a la sombra de Aquel a quien tan ardientemente deseé), creo que he comprado mi dicha a muy bajo precio y estaria dispuesta a soportar sufrimientos mucho mayores para alcanzarla si aûn no la tuviese. Cuando llegamos a Bayeux, llovia a cântaros. Papa, que no queria ver a su reinecita entrar en el obispado con su hermoso vestido hecho una sopa, la hizo subir a un omnibus que nos llevô a la catedral. Alli comenzaron mis desgracias. Monsenor, con todo su presbiterio, estaba asistiendo a un solemne funeral. La iglesia estaba llena de senoras vestidas de luto, y todo el mundo me miraba a mi con mi [54r°] vestido claro y mi sombrero blanco. Hubiera querido salir de la iglesia, pero no habia ni que pensarlo a causa de la lluvia. Y para humillarme mas todavia, Dios permitiô que papa, con su sencillez patriarcal, me hiciese pasar hasta el fondo de la catedral; yo, por no disgustarlo, obedeci de buen grado y ofreci aquella distraction a los habitantes de Bayeux, a los que deseaba no haber conocido en mi vida... Por fin pude respirar tranquila en una capilla que habia detrâs dei altar mayor, y alii me quedé un largo rato rezando con fervor, en espera de que Ia lluvia cesase y nos dejase salir. Al salir, papa me hizo admirar Ia belleza dei edificio, que al estar vacio parecia mucho mayor. Pero a mi solo una idea me ocupaba el pensamiento, y no podia encontrarle gusto a nada. Fuimos directamente a ver al Sr. Révérony, que estaba informado de nuestra llegada y que habia fijado él mismo Ia fecha dei viaje; pero estaba ausente. Asi que tuvimos que andar errando por las calles, que me parecieron muy tristes. Por fin, volvimos cerca dei obispado, y papa me llevô a un hotel en el que no hice honor al buen cocinero. Mi pobre papaito me demostraba una ternura casi increible. Me decia que no me preocupase, que seguro que Monsenor me concederia lo que iba a pedirle. Después de descansar un poco, volvimos en busca del Sr. Révérony. Llegé al mismo tiempo que nosotros un senor, pero el Vicario general le pidié cortésmente que esperara y nos hizo entrar a nosotros primera en su despacho (el pobre senor tuvo tiempo de aburrirse, pues nuestra visita fue larga). El Sr. Révérony se mostré muy amable, pero creo que le sorprendié mucho el motivo de nuestro viaje. Después de mirarme sonriente y de hacerme algunas preguntas, nos dijo: «Voy a presentarles a Monsenor, tengan la bondad de acompanarme». Y al ver brillar lâgrimas en mis ojos, anadié: «jPero buenol, estoy viendo diamantes... jNo podemos ensenârselos a Monsenor...!» Nos hizo atravesar varios aposentos muy amplios, adornados [54v°] con retratos de obispos. Viéndome en aquellos enormes salones, me sentia como una pobre hormiguita y me preguntaba qué me atreveria a decirle a Monsenor. El estaba paseando por una galeria con dos sacerdotes. Vi que el Sr. Révérony le decia unas palabras y volvia con él. Nosotros lo esperâbamos en su despacho, donde habia tres enormes sillones colocados delante de la chimenea en la que chisporroteaba un buen fuego. Al ver entrar a Su Excelencia, papa se arrodillé a mi lado para recibir su bendiciôn. Luego Monsenor hizo tomar asiento a papa en uno de los sillones, se sentô trente a él, y el Sr. Révérony quiso que yo ocupara el del medio. Rehusé cortésmente, pero él insistié, diciéndome que tenia que demostrar si era capaz de obedecer. Me senté enseguida, sin pensarlo dos veces, y tuve que pasar por la vergüenza de verle a él tomar una silla mientras yo me veia arrellanada en un sillon donde habrian cabido cémodamente cuatro como yo (y mas cémodas que yo, jpues me hallaba muy lejos de estarlo...!) Yo esperaba que hablaria papa, pero me dijo que explicara yo misma a Monsenor el motivo de nuestra visita. Lo hice lo mas elocuentemente que pude. Pero Su Excelencia, acostumbrado a la elocuencia, no parecié conmoverse mayormente por mis razones. Una sola palabra del Superior me hubiera valido mucho mas que todas ellas, pero lamentablemente no la tenia y su oposicién no abogaba precisamente en mi favor... Monsenor me pregunté si hacia mucho tiempo que deseaba entrar en el Carmelo. -«Si, Monsenor, muchisimo tiempo...» -«jVamos!, replico riendo el Sr. Révérony, <,no diras que hace quince anos que lo estas deseando?» -«Desde luego, respondi yo riendo también. Pero no hay que quitar muchos anos, porque deseo ser religiosa desde que tengo uso de razén, y deseé el Carmelo desde que lo conoci, porque me parecia que en esta Orden se verian satisfechas todas las aspiraciones de mi aima». [55r°] No sé, Madré querida, si fueron éstas exactamente mis palabras, creo que lo dije todavia peor; pero, bueno, ese fue el sentido. [54v° sigue] Monsenor, creyendo agradar a papa, intenté hacer que me quedara con él algunos anos mas. Por eso, no fue poca su sorpresa y su edificacién al verlo ponerse de mi parte e intercéder para que me concediera permiso para volar a los quince anos. Sin embargo, todo fue inûtil. Dijo que antes de tomar una decision, era indispensable tener una entrevista con el Superior del Carmelo. Nada podia yo escuchar que me causase una pena mayor, pues conocia la abierta oposicién de nuestro Padre. Asi que, sin tener en cuenta ya la recomendacién del Sr. Révérony, hice algo mas que ensenar diamantes a Monsenor: jse los régalé...! Vi muy bien que estaba emocionado. Poniendo su mano en mi cuello, apoyé mi cabeza sobre su hombro y me acaricié como creo que nunca [55r°] habia acariciado a nadie. Me dijo que no todo estaba perdido, que estaba muy contento de que hiciese el viaje a Roma para afianzar mi vocaciôn, y que, en vez de llorar, deberia alegrarme. Anadiô que, a la semana siguiente, tenia que ir a Lisieux y que le hablaria de mi al pârroco de Santiago, y que no dudase que en Italia recibiria su respuesta. Comprend! que era inûtil seguir insistiendo. Ademâs, ya no ténia nada mas que decir, pues habia agotado todos los recursos de mi elocuencia. Monsenor nos acompanô hasta el jardin. Papa le hizo reir mucho contândole que, para aparentar mas edad, me habia hecho recoger el pelo. (Este detalle no lo echo Monsenor en saco roto, pues cuando habia de su «hijita» nunca déjà de contar las historia de su pelo...) El Sr. Révérony quiso acompanarnos hasta la puerta del jardin del obispado, y dijo a papa que nunca se habia visto una cosa asi: «jUn padre tan deseoso de entregar a Dios su hija como ésta de ofrecerse a él!» Papa le pidiô algunas explicaciones sobre la peregrination, entre otras como habia que ir vestidos para presentarse ante el Santo Padre. Αύη Ιο estoy viendo darse vuelta ante el Sr. Révérony, diciéndole: «<,Estaré bien asi...?» El le habia dicho también a Monsenor que si él no me daba permiso para entrar en el Carmelo, yo pediria esta gracia al Sumo Pontifice. Era muy sencillo en sus palabras y en sus modales mi querido rey, pero era tan guapo... Ténia una distinciôn tan natural, que debiô de agradarle mucho a Monsenor, acostumbrado a verse rodeado de personajes que conocian todas las réglas de la étiqueta, pero no al Rey de Francia y de Navarra en persona con su reinecita ... Cuando llegué a la calle, volvieron a correr las lâgrimas, pero no tanto a causa de mi disgusto cuanto por ver que mi papaito querido acababa de hacer un viaje inûtil... El, que saboreaba ya por adelantado la alegria de enviar un telegrama al Carmelo anunciando la feliz respuesta de Monsenor, se veia obligado a [55v°] volver sin respuesta de ninguna clase... jQué disgusto tan grande ténia yo...! Me parecia que mi futuro estaba roto para siempre. Cuanto mas me acercaba a la meta, mas veia embrollarse mis asuntos. Mi aima estaba hundida en la amargura, pero también en la paz, pues lo ûnico que buscaba era la voluntad de Dios. En cuanto llegamos a Lisieux, fui a buscar consuelo en el Carmelo, y lo encontré a tu lado, Madre querida. jNol, nunca olvidaré todo lo que tù sufriste por mi causa. Si no temiera profanarlas sirviéndome de ellas, podria repetir las palabras que Jesûs dirigiô a los apôstoles la noche de su Pasiôn: «Tû has permanecido siempre conmigo en mis pruebas...» También mis consuelos... queridisimas hermanas me ofrecieron muy dulces CAPITULO VI EL VIAJE A ROMA (1887) Tres dias después del viaje a Bayeux, tenia que emprender otro mucho mas largo: el viaje a la ciudad eterna... jQué viaje aquél...! Solo en él aprendi mas que en largos anos de estudios, y me hizo ver la vanidad de todo lo pasajero y que todo es aflicciôn de espiritu bajo el sol... Sin embargo, vi cosas muy hermosas; contemplé todas las maravillas del arte y de la religion; y, sobre todo, pisé la misma tierra que los santos apôstoles y la tierra regada con la sangre de los mârtires, y mi aima se ensanchô al contacto con las cosas santas... Me alegro mucho de haber estado en Roma; pero comprendo a quienes, en el mundo, pensaron que papa me habia hecho hacer este largo viaje para hacerme cambiar de idea sobre la vida religiosa. Y la verdad es que hubo cosas en él capaces de hacer vacilar una vocaciôn poco firme. Celina y yo, que nunca habiamos vivido entre gentes del gran mundo, nos encontramos metidas en medio de Ia nobleza, de Ia cual se componia casi exclusivamente la peregrination. Pero todos aquellos titulos y aquellos «de», lejos de deslumbrarnos, no nos parecian mas que humo...Vistos de lejos, me habian ofuscado un poco alguna vez, pero de cerca, vi que «no todo lo que brilla es oro» y comprend! estas palabras [56r°] de la Imitation: «No vayas tras esa sombra que se llama el gran nombre, ni desees tener muchas e importantes relationes, ni la amistad especial de ningûn hombre». Comprend! que la verdadera grandeza esta en el aima, y no en el nombre, pues como dice Isaias: «El Senor darâ otro nombre a sus elegidos», y san Juan dice también: «Al vencedor le daré una piedra blanca, en la que hay escrito un nombre nuevo que solo conoce quien lo recibe». Solo en el cielo conoceremos, pues, nuestros titulos de nobleza. Entonces cada cual recibirâ de Dios la alabanza que merece. Y el que en la tierra haya querido ser el mâs pobre y el mâs olvidado, por amor a Jesûs, jése serâ el primera y el mâs noble y el mâs rico... ! La segunda experiencia que vivi se refiere a los sacerdotes. Como nunca habia vivido en su intimidad, no podia comprender el fin principal de la reforma del Carmelo. Orar por los pecadores me encantaba; jpero orar por las aimas de los sacerdotes, que yo creia mâs puras que el cristal, me parecia muy extrano...! En Italia comprend! mi vocaciôn. Y no era ir a buscar demasiado lejos un conocimiento tan importante... Durante un mes convivi con muchos sacerdotes santos, y pude ver que si su sublime dignidad los eleva por encima de los ângeles, no por eso dejan de ser hombres débiles y frâgiles... Si los sacerdotes santos, a los que Jesûs llama en el Evangelio «sal de la tierra», muestran en su conducta que tienen una enorme necesidad de que se rece por ellos, <,qué habrâ que decir de los que son tibios? ^No ha dicho también Jesûs: «Si la sal se vuelve sosa, ^con qué la salarân?» jQué hermosa es, Madré querida, la vocaciôn que tiene como objeto conservar la sal destinada a las aimas! Y ésta es la vocaciôn del Carmelo, pues el ûnico fin de nuestras oraciones y de nuestros sacrificios es ser apôstoles de apôstoles, rezando por ellos mientras ellos evangelizan a las aimas con su palabra, y sobre todo con su ejemplo... [56v°] He de detenerme, pues si continuase hablando de este tema, jno acabaria nunca...! Voy a contarte mi viaje, Madré querida, con algûn detalle; perdôname si te doy demasiados, pues no pienso lo que voy a escribir, y lo hago en tantos ratos perdidos, debido al poco tiempo libre que tengo, que mi narration quizâs te resuite aburrida... Me consuela pensar que en el cielo volveré a hablarte de las gracias que he recibido y que entonces podré hacerlo con palabras amenas y arrobadoras... Alli nada vendrâ ya a interrumpir nuestros desahogos intimos y con una sola mirada lo comprenderâs todo... Mas como ahora necesito todavia emplear el lenguaje de esta triste tierra, trataré de hacerlo con la sencillez de un nino que conoce el amor de su madré... Paris: Nuestra Senora de las Victorias La peregrination salia de Paris el 7 de noviembre, pero papa nos llevé alli unos dias antes para que la visitâramos. Una manana, a las très de la madrugada, atravesaba la ciudad de Lisieux, que aùn dormia. Muchas emociones pasaron en esos momentos por mi aima. Sabia que iba hacia lo desconocido y que alla lejos me esperaban grandes cosas... Papa iba feliz. Cuando el tren arrancô, él se puso a cantar aquella vieja canciôn: «Rueda, rueda, diligentia, que ya estamos en camino». Llegamos a Paris por la manana, y comenzamos enseguida a visitar la ciudad. Nuestro pobre papaito se desviviô por complacernos, asi que en poco tiempo teniamos vistas todas las maravillas de la capital. Yo solo encontré una que verdaderamente me encantara, y esa maravilla fue: «Nuestra Senora de las Victorias», jlmposible decir lo que senti a sus pies...! Las gracias que me concediô me emocionaron tan profundamente, que solo mis lâgrimas traducian mi felicidad, como en el dia de mi primera comunién... La Santisima Virgen me hizo sentir que habia sido realmente ella quien me habia sonreido y curado. Comprend! que velaba por mi y que yo era su hija; y que, entonces, yo no podia darie ya [57r°] otro nombre que el de «marna», que me parecia mucho mas tierno que el de Madré... jCon qué fervor le pedi que me amparara siempre y que convirtiera pronto mi sueno en realidad, escondiéndome a la sombra de su manto virginal...! Ese habia sido uno de mis primeros deseos de nina... Luego, al crecer, habia comprendido que solo en el Carmelo podria encontrar de verdad el manto de la Santisima Virgen, y hacia esa fértil montana volaban todos mis deseos... Supliqué también a Nuestra Senora de las Victorias que alejase de mi todo lo que pudiese empanar mi pureza. No ignoraba que en un viaje como éste a Italia, se encontrarian muchas cosas capaces de turbarme, sobre todo porque, al no conocer el mal, temia descubrirlo, por no haber experimentado todavia que para el puro todo es puro y que las aimas sencillas y rectas no ven mal en ninguna parte, pues el mal solo existe en los corazones impuros y no en los objetos inanimados... Rogué también a san José que velase por mi. Desde mi ninez le tenia una devocién que se confundia con mi amor a la Santisima Virgen. Todos los dias le rezaba la oraciôn: «San José, padre y protector de las virgenes». Con esto, emprendi sin miedo el largo viaje. Iba tan bien protegida, que me parecia imposible tener miedo. Después de consagrarnos al Sagrado Corazôn en la basilica de Montmartre, salimos de Paris el lunes 7 muy de madrugada. No tardamos en ir conociendo a las demâs personas de la peregrination. Yo, que era tan timida que no solia atreverme casi a hablar, me hallé completamente libre de tan molesto defecto. Con gran sorpresa mia, hablaba libremente con todas las grandes damas, con los sacerdotes, e incluso con el obispo de Coutances. Como si hubiese vivido siempre en ese mundo. Creo que [57v°] todo el mundo nos queria, y a papa se le veia orgulloso de sus hijas. Pero si él estaba orgulloso de nosotras, nosotras no lo estâbamos menos de él, pues en toda la peregrination no habia un caballero mas apuesto ni distinguido que mi querido rey. Le gustaba verse acompanado de Celina y de mi, y muchas veces, cuando no ibamos en coche y yo me alejaba de su lado, me llamaba para que le diese el brazo como en Lisieux... El Sr. abate Révérony se fijaba muy atentamente en todo lo que haciamos. Con frecuencia le sorprendia mirândonos de lejos. En la mesa, cuando yo no estaba enfrente de él, encontraba la manera de inclinarse para verme y para escuchar lo que decia. Queria, sin duda, conocerme para saber si yo era realmente capaz de ser carmelita. Y creo que debiô quedar satisfecho del examen, pues al final del viaje pareciô estar bien dispuesto en mi favor. Pero en Roma estuvo muy lejos de serme favorable, como luego diré. Suiza Antes de llegar a la ciudad eterna, meta de nuestra peregrination, tuvimos ocasiôn de contemplar muchas maravillas. Primero fue Suiza, con sus montanas cuyas cimas se pierden entre las nubes, y sus impetuosas cascadas despenândose de mil diferentes maneras, y sus profundos valles plagados de helechos gigantes y de brezos rosados. jCuânto bien, Madré querida, hicieron a mi aima todas aquellas maravillas de la naturaleza derramadas con tanta profusion! jCômo la hicieron elevarse hacia Quien quiso sembrar de tanta obra maestra esta tierra nuestra de destierro que no ha de durar mâs que un dia...! No tenia ojos basiantes para mirar. De pie, pegada a la ventanilla, casi se me cortaba la respiration. Hubiera querido estar a los dos lados del vagôn, pues, al volverme, contemplaba paisajes de auténtica fantasia y totalmente diferentes de los que se extendian ante mi. Unas veces nos hallâbamos en la cima de una montana. A nuestros pies, [58r°] precipicios cuya profundidad no podia sondear nuestra mirada parecian dispuestos a engullirnos... Otras veces era un pueblecito encantador, con sus esbeltas casitas de montana y su campanario sobre el que se cernian blandamente algunas nubes resplandecientes de blancura... Alla mâs lejos, un ancho Iago, dorado por los ùltimos rayos del sol. Sus ondas, serenas y claras, tenidas del color azul del cielo mezclado con las luces rojizas del atardecer, ofrecian a nuestros ojos maravillados el espectâculo mâs poético y encantador que se pueda imaginar... En lontananza, sobre el vasto horizonte, se divisaban las montanas cuyos contornos imprécises hubieran escapado a nuestra vista si sus cumbres nevadas, que el sol volvia deslumbrantes, no hubiesen anadido un encanto mâs al hermoso lago que nos fascinaba... La contemplation de toda esa hermosura hacia nacer en mi aima pensamientos muy profundos. Me parecia comprender ya en el tierra la grandeza de Dios y las maravillas del cielo... La vida religiosa se me aparecia tal cual es, con sus sujeciones y sus pequenos sacrificios realizados en la sombra. Comprendia lo fâcil que es replegarse sobre uno mismo y olvidar el fin sublime de la propia vocation, y pensaba: Mâs tarde, en la hora de la prueba, cuando, prisionera en el Carmelo, no pueda contemplar mâs que una esquinita del cielo estrellado, me acordaré de lo que estoy viendo hoy; y ese pensamiento me darâ valor; y al ver la grandeza y el poder de Dios -el ùnico a quien quiero amar-, olvidaré fâcilmente mis pobres y mezquinos intereses. Ahora que «mi corazôn ha vislumbrado lo que Jesûs tiene preparado para los que lo aman», no tendré la desgracia de apegarme a unas pajas... Milan, Venecia, Bolonia, Loreto Después de haber admirado el poder de Dios, pude también admirar el que él ha concedido sus criaturas. La primera ciudad de Italia que visitâmes fue Milan. La catedral, toda de màrmol blanco, y con sus estatuas suficientemente numerosas como para formar un pueblo innumerable, [58v°] la visitâmes hasta en sus mas pequenos detalles. Celina y yo éramos intrépidas. Siempre ibamos las primeras y seguiamos muy de cerca a Monsenor para ver todo lo referente a las reliquias de los santos y escuchar bien las explicaciones. Por ejemplo, mientras él celebraba el santo sacrificio sobre la tumba de san Carlos, nosotras estâbamos con papa detrâs del altar, con la cabeza apoyada en la urna que guarda el cuerpo del santo revestido de sus ornamentos pontificales. Y asi haciamos en todas partes... Excepto cuando se trataba de subir adonde la dignidad de un obispo no lo permitia, pues en tales casos sabiamos muy bien separarnos de Su Excelencia... Dejando a las timidas senoras tapândose la cara con las manos después de subir a los primeros campaniles que coronaban la catedral, nosotras seguimos a los peregrinos mas audaces y llegamos hasta lo alto del ùltimo campanario de mârmol, y tuvimos el placer de contemplar a nuestros pies la ciudad de Milan, cuyos numerosos habitantes parecian un pequeno hormiguero... Bajamos de nuestro pedestal, y comenzamos nuestros paseos en coche, que iban a durar un mes jy que iban a saciarme para siempre de mis ganas de rodar sin nunca cansarme! El camposanto nos gusto todavia mas que la catedral. Todas aquellas estatuas de mârmol blanco, a las que el cincel dei genio parece haber insuflado vida, estân colocadas por el enorme campo de los muertos con una especie de estudiado descuido que, para mi gusto, aumenta aùn mas su encanto... Uno casi se siente tentado de acercarse a consolar a aquellos personajes idealizados que te rodean. Su expresién es tan real, y su dolor tan sereno y resignado, que uno no puede por menos de reconocer los pensamientos de inmortalidad que debian llenar el corazôn de los artistas que realizaron esas obras de arte Hay una nina arrojando flores sobre la tumba de sus padres. Parece como si el mârmol hubiera perdido su pesadez y los delicados pétalos se deslizaran entre los dedos de la nina; el viento parece dispersarlos, y parece [59r°] también hacer flotar el vélo ligero de las viudas y las cintas con que las jôvenes adornan sus cabellos. Papa estaba tan encantado como nosotras. En Suiza se habia sentido cansado; pero aqui recobrô su jovialidad y disfrutô del hermoso espectâculo que contemplâbamos. Su alma de artista se reflejaba en las expresiones de fe y de admiration que aparecian en su hermoso rostro. Un serior ya mayor (francés), que no tenia, sin duda, un alma tan poética, nos miraba con el rabillo del ojo y decia malhumorado, como con aire de lamentar el no poder compartir nuestra admiraciôn: «jPero qué entusiastas son los franceses»! Creo que aquel pobre senor hubiera hecho mejor quedândose en su casa, pues no me pareciô que estuviera satisfecho del viaje; con frecuencia se ponia a nuestro lado, y de su boca no salian mas que quejas: estaba descontento de los coches, de los hoteles, de las personas, de las ciudades, en suma, de todo... Papa, con su habituai grandeza de aima, trataba de animarlo, le cedia su sitio, etc.; en definitiva, se encontraba siempre a gusto en todas partes y era de un temperamento diametralmente opuesto al de su desagradable vecino... jCuântos y cuân diferentes personajes encontramos! jY qué interesante el estudio del mundo cuando uno esta a punto de abandonarlo...! En Venecia la escena cambio por completo. Alli, en lugar de los ruidos de las grandes ciudades, solo se oyen, en medio del silencio, los gritos de los gondoleras y el murmullo del agua agitada por los remos. Venecia no carece de encantos, pero a mi me pareciô una ciudad triste. El palacio de los Duces es espléndido; pero resulta también triste, con sus enormes salones en los que se hace una verdadera ostentaciôn de oro, de maderas, de los mârmoles mas preciosos y de los cuadros de los mas célébrés maestros. Hace ya muchos anos que sus bôvedas sonoras han dejado de escuchar la voz de los gobernadores pronunciando sentencias de vida o de muerte en aquellas salas que atravesâbamos... Han dejado de sufrir los desdichados prisioneros encerrados por los duces en los calabozos y en las [59v°] mazmorras subterraneas... Al visitar aquellas espantosas prisiones, me parecia estar viviendo en los tiempos de los mârtires, jy me habria gustado poder quedarme alli para imitarlos...! Pero tuvimos que salir prontamente y pasar el puente de los suspiras, asi llamado a causa de los suspiras de alivio que daban los condenados al verse libres del horror de los sôtanos, a los que preferian la muerte... Desde Venecia nos dirigimos a Padua, donde veneramos la lengua de san Antonio. Y de alli a Bolonia, donde vimos el cuerpo de santa Catalina, que conserva la huella del beso del Nino Jesûs. Muchos son los detalles interesantes que podria dar sobre cada ciudad y sobre las mil peripecias de nuestro viaje, pero seria para nunca acabar, por lo que solo voy a escribir los detalles mas importantes. Respiré al salir de Bolonia. Esa ciudad se me habia hecho insoportable a causa de los estudiantes que la llenaban y que formaban un auténtico cerco a nuestro alrededor cuando teniamos la desgracia de salir a pie, y sobre todo a causa de la pequena aventura que me sucediô con uno de ellos. Me alegré de emprender el camino hacia Loreto. No me extrana que la Santisima Virgen haya elegido este lugar para transporter a él su bendita casa. Alli la paz, la alegria y la pobreza reinan como soberanas. Todo es sencillo y primitivo. Las mujeres han conservado su vistoso traje italiano y no han adoptado, como en otras ciudades, la moda de Paris. En una palabra, jLoreto me encanté! ê,Y qué puedo decir de la santa casa...? Me emocioné profundamente encontrarme bajo el mismo techo que la Sagrada Familia, contemplar las paredes en las que Jesûs posé sus ojos divinos, pisar la tierra que José regé con su sudor y donde Maria llevô en brazos a Jesûs después de haberlo llevado en su seno virginal... Visité la salita donde el àngel se aparecié a la Santisima Virgen... Meti mi rosario en la pequena escudilla del Nino Jesûs... jQué recuerdos tan maravillosos...! [60r°] Pero nuestra mayor alegria fue recibir al mismo Jesûs en su casa y convertîmes en su templo vivo en el mismo lugar que él honré con su presencia. Es costumbre en Italia conservar el Santisimo, en las iglesias, solo en un altar, y solamente alli se puede recibir la sagrada comuniôn. Este altar se encuentra en la misma basilica donde esta la Santa Casa, encerrada como un diamante precioso en un estuche de màrmol bianco. Esto no nos gusto, pues queriamos recibir la comuniôn, no en el estuche, sino en el mismo diamante. Papa, con su finura habitual, hizo como todo el mundo. Pero Celina y yo fuimos a buscar a un sacerdote que nos acompanaba por todas partes, y que en aquel preciso momento se disponia a celebrar la santa misa, por un privilegio especial, en la Santa Casa. Pidiô dos hostias pequenas, que puso en la patena con la hostia grande. Ya comprenderâs, Madré querida, cuâl séria nuestra ilusiôn al recibir las dos juntas la sagrada comuniôn en aquella casa bendita... Fue una alegria totalmente celestial que no se puede expresar en palabras. ^Qué sera entonces cuando recibamos la comuniôn en la morada celestial del rey de los cielos...? Alli ya no veremos que se nos acaba la alegria, ni existirâ ya la tristeza de la partida, y para llevarnos un recuerdo no tendremos que rascar furtivamente las paredes santificadas por la presencia divina, pues su casa sera la nuestra por toda la eternidad.... Dios no quiere darnos su casa de la tierra; se conforma con ensenârnosla para hacernos amar la pobreza y la vida escondida. La que nos reserva es su propio palacio de la gloria, donde ya no le veremos escondido bajo las apariencia de un nino o de una blanca hostia, jjjsino tal cual es en el esplendor de su gloria infinita...!!! El coliseo y las catacumbas Ahora solo me falta ya hablar de Roma. jDe Roma, meta de [60v°] nuestro viaje, donde yo esperaba encontrar el consuelo, pero donde encontré la cruz...! Llegamos a Roma de noche y dormidos. Nos despertaron los empleados de la estaciôn, que gritaban: «Roma, Roma». No era un sueno, jestaba en Roma...! El primer dia lo pasamos extramuros, y fue quizâs el mas delicioso de todos, pues todos los monumentos han conservado su sello de antigüedad, mientras que en el centro de Roma, ante el fausto de los hoteles y de las tiendas, uno tiene la impresiôn de estar en Paris. Aquel paseo por la campiôa romana me ha dejado un gratisimo recuerdo. No hablaré de los lugares que visitamos, pues hay bastantes libros que los describen por extenso, sino solamente de las principales emociones que vivi. Una de las mas dulces fue la que me hizo estremecerme a la vista del Coliseo. Por fin, podia ver aquella arena en la que tantos mârtires habian derramado su sangre por Jesûs, y ya me disponia a besar la tierra que ellos habian santificado. jPero qué deception la mia! El centra no era mas que un montôn de escombros que los peregrinos tenian que conformarse con mirar, pues una valla les impedia entrar. Por otra parte, nadie sintiô la tentation de intentar meterse por en medio de aquellas ruinas... tsPero valia la pena haber venido a Roma y quedarse sin bajar al Coliseo...? Aquello me parecia imposible. Ya no escuchaba las explicationes del guia, solo un pensamiento me rondaba por la cabeza: bajar a la arena... Al ver pasar a un obrero con una escalera, estuve a punto de pedirsela. Afortunadamente no puse en prâctica mi idea, pues me habria tornado por loca... Se dice en el Evangelio que la Magdalena, perseverando junto al sepulcro y agachândose insistentemente para mirar dentro, acabô por ver dos ângeles. Yo, igual que ella, aun reconociendo la imposibilidad de ver cumplidos mis deseos, [61 r°] seguia agachândome hacia las ruinas, adonde queria bajar. Por fin, no vi ângeles, pero si lo que buscaba. Lancé un grito de alegria y le dije a Celina: «jVen corriendo, vamos a poder pasar...!» Inmediatamente sorteamos la valla, hasta la que en aquel sitio llegaban los escombros, y comenzamos a escalar las ruinas, que se hundian bajo nuestros pies. Papa nos miraba, completamente asombrado de nuestra audacia, y no tardé en indicarnos que volviéramos. Pero las dos fugitivas ya no oian nada. Lo mismo que los guerreros sienten aumentar su valor en medio del peligro, asi nuestra alegria iba en aumento en proportion al trabajo que nos costaba alcanzar el objeto de nuestros deseos. Celina, mas previsora que yo, habia escuchado al guia, y acordândose de que éste acababa de senalar un pequeno adoquin marcado con una cruz como el lugar en el que combatian los mârtires, se puso a buscarlo. No tardé en encontrarlo, y, arrodillândonos sobre aquella tierra sagrada, nuestras aimas se fundieron en una misma oraciôn... Al posar mis labios sobre el polvo purpurado por la sangre de los primeros cristianos, me latia fuertemente el corazôn. Pedi la gracia de morir también mârtir por Jesûs, y senti en el fondo del corazôn que mi oraciôn habia sido escuchada... Todo esto sucedié en muy poco tiempo, y después de coger algunas piedras, volvimos hacia los muros en ruinas para volver a comenzar nuestra arriesgada empresa. Papa, al vernos tan contentas, no tuvo valor para renirnos, y me di cuenta de que estaba orgulloso de nuestra valentia... Dios nos protegié visiblemente, pues los peregrinos no se dieron cuenta de nuestra empresa por estar algo mas lejos que nosotros, ocupados sin duda en contemplar las magnificas arcadas, de las que el guia estaba resaltando «las pequenas cornisas y los cupidos colocados sobre ellas». Y asi, ni él ni los «seriores abates» se enteraron de la alegria que embargaba nuestros corazones... También las catacumbas me dejaron una gratisima impresién. Son [61 v°] tal como me las habia imaginado leyendo su descripcién en la vida de los mârtires. La atmésfera que alli se respira esta tan llena de fragancia, que, después de pasar en ellas buena parte de la tarde, me daba la impresién de haber estado tan solo unos instantes... Teniamos que llevarnos algùn recuerdo de las catacumbas. Asi que, dejando que se alejase un poco la procesién, Celina y Teresa se deslizaron las dos juntas hasta el fondo dei antiguo sepulcro de santa Cecilia y cogieron un poco de la tierra santificada por su presencia. Antes del viaje a Roma, yo no tenia especial devocién a esta santa. Pero al visitar su casa, convertida en iglesia, y el lugar de su martirio, al saber que habia sido proclamada reina de la armonia, no por su hermosa voz ni por su talento musical, sino en memoria del canto virginal que hizo oir a su Esposo celestial escondido en el fondo de su corazén, senti por ella algo mas que devocién: una auténtica ternura de amiga... Se convirtié en mi santa predilecta, en mi confidente intima... Todo en ella me fascina, sobre todo su abandono y su confianza sin limites, que la hicieron capaz de virginizar a unas aimas que nunca habian deseado mas alegrias que las de la vida présente... Santa Cecilia se parece a la esposa del Cantar de los Cantares. Veo en ella «un coro en medio de un campo de batalla...» Su vida no fue mas que un canto melodioso, aun en medio de las mayores pruebas, y no me extraria, pues «el santo Evangelio reposaba sobre su corazén» y en su corazén reposaba el Esposo de las virgenes... También la visita a la iglesia de Santa Inès fue para mi muy dulce. Alli iba a visitar en su casa a una amiga de la infancia. Le hablé largamente de la que tan dignamente lleva su nombre, e hice todo lo posible por conseguir una reliquia de la angelical patrona de mi Madré querida para traérsela. [62r°] Pero no pudimos conseguir mas que una piedrecita roja que se desprendié de un rico mosaico cuyo origen se remonta a los tiempos de santa Inès y que ella debié de mirar muchas veces. <,No resulta encantadora la amabilidad de la santa, al regalarnos ella misma lo que buscâbamos y que nos estaba prohibido tomar...? Siempre me ha parecido aquello una delicadeza y una prueba del amor con que la dulce santa Inès mira y protege a mi Madré querida... Audiencia con Leon XIII Seis dias pasamos visitando las principales maravillas de Roma, y el séptimo vi la mayor de todas: «Leon XIII...» Deseaba que llegase aquel dia, y al mismo tiempo lo temia. De él dependia mi vocaciôn, pues la respuesta que debia recibir de Monsenor no habia llegado y habia sabido, Madre querida, por una carta tuya, que ya no estaba muy bien dispuesto en mi favor. Asi que mi ùnica tabla de salvation era el permiso del Santo Padre... Pero para obtenerlo, habia que pedirlo. Tenia que atreverme a hablar «al Papa» delante de todo el mundo. Y simplemente el pensarlo me hacia temblar. Solo Dios sabe, y mi querida Celina, lo que sufri antes de la audiencia. Nunca olvidaré como me acompanô ella en todas mis pruebas; parecia como si mi vocaciôn fuese la suya. (Los sacerdotes de la peregrination se dieron cuenta de como nos queriamos. Una noche estâbamos en una reunion tan numerosa, que faltaban sillas; enfonces Celina me sentô sobre sus rodillas y nos miramos con tanto carino, que un sacerdote exclamé: «jCômo se quieren! jEsas dos hermanas serân siempre inseparables!» Si, nos queriamos; pero nuestro carino era tan puro y tan fuerte, que el pensamiento de la separation no nos inquietaba, pues sabiamos que nada en el mundo, ni siquiera el océano, podria alejarnos una de otra... Celina veia tranquila como mi [62v°] barquilla se iba acercando a la ribera del Carmelo y se resignaba a quedarse en el mar tempestuoso del mundo todo el tiempo que Dios quisiera, segura de que un dia también ella llegaria a la ribera objeto de nuestros deseos...) El domingo 20 de noviembre, vestidas segùn la étiqueta dei Vaticano (es decir, de negro, y con mantilla de encaje por tocado) y adornadas con una gran medalla de Leon XIII que colgaba de una tinta azul y blanca, hicimos nuestra entrada en el Vaticano, en la capilla dei Sumo Pontifice. A las 8, nuestra emotion fue muy profunda al verle entrar para celebrar la santa Misa... Tras bendecir a los numerosos peregrinos congregados a su alrededor, subiô las gradas del altar y nos demostrô con su piedad, digna del Vicario de Jesûs, que era verdaderamente «el Santo Padre». Cuando Jesûs bajô a las manos de su Pontifice, mi corazôn latiô con fuerza y mi oraciôn se hizo ardiente. Sin embargo, la confianza llenaba mi corazôn. El Evangelio de ese dia contenia estas palabras: «No temas, pequeno rebano, porque mi Padre ha tenido a bien daros su reino». No, no temia. Esperaba que muy pronto seria mio el reino del Carmelo. No pensaba entonces en aquellas otras palabras de Jesûs: «Yo os transmito el reino como me lo transmitié mi Padre a mi». Es decir, te reservo cruces y tribulaciones; asi te haras digna de poseer ese reino por el que suspiras. Si fue necesario que Cristo sufriera, para entrar asi en su gloria, si tû quieres tener un sitio a su lado, jtendrâs que beber el câliz que él mismo bebiô...! Ese câliz me lo présenté el Santo Padre, y mis lâgrimas fueron a mezclarse con la amarga bebida que se me ofrecia. Después de la misa de accién de gracias que siguié a la de Su Santidad, comenzé la audiencia. Leon XIII estaba sentado en un gran sillon. Vestia simplemente [63r°] una sotana blanca y una muceta del mismo color, y en la cabeza no llevaba mâs que un pequeno solideo. A su lado estaban, de pie, varios cardenales, arzobispos y obispos, pero yo solo los vi globalmente, pues mi atencién estaba centrada en el Santo Padre. Ibamos desfilando procesionalmente ante él. Cada peregrino, cuando le llegaba su turno, se arrodillaba, besaba el pie y la mano de Leon XIII, recibia su bendicién y dos guardias nobles le tocaban, por ceremonia, indicândole asi que debia levantarse (al peregrino, pues me explico tan mal, que podria entenderse que era al Papa). Antes de entrar en el salon pontificio, yo estaba completamente decidida a hablar; pero senti que mi valor flaqueaba cuando vi a la derecha del Santo Padre jal «Serior Révérony...! Casi en aquel mismo instante nos dijeron de su parte que prohibia hablar a Leon XIII, pues la audiencia se estaba prolongando demasiado... Yo me volvi hacia mi Celina querida para conocer su opinion. «jHablal», me dijo. Un momento después estaba yo a los pies del Santo Padre. Después de besarle la sandalia, me présenté la mano; pero en lugar de besârsela, junté las mias y elevando hacia su rostro mis ojos banados en lâgrimas, exclamé: «jSantisimo Padre, tengo que pediros una gracia muy grande...!» Entonces el Sumo Pontifice incliné hacia mi su cabeza, de manera que mi rostro casi tocaba el suyo, y vi sus ojos negros y profundos que se fijaban en mi y parecian querer penetrarme hasta el fondo del aima. «jSantisimo Padre, en honor de vuestras bodas de oro, permitidme entrar en el Carmelo a los 15 afios... !» Sin duda, la emociôn hacia temblar mi voz. Por lo que el Santo Padre, volviéndose hacia el Sr. Révérony, que me miraba asombrado y disgustado, le dijo: «No comprendo bien». Si Dios lo hubiera permitido, le habria sido fàcil al Sr. Révérony alcanzarme lo que deseaba, pero Dios queria darme cruz, y no consuelo. «Santisimo Padre (respondié el Vicario General), se trata de una nina que desea entrar en el Carmelo a los 15 afios; pero los superiores estàn en estos momentos estudiando la cuestién». «Bueno, hija mia, respondié el Santo Padre miràndome bondadosamente, haz lo que te digan los superiores»: Entonces, apoyando mis manos [63v°] en sus rodillas, hice un ùltimo intento y le dije con voz suplicante: «jSi, Santisimo Padre! Pero si usted dijese que si, todo el mundo estaria de acuerdo». Me miré fijamente y pronuncié estas palabras, recalcando cada silaba: «Vamos... vamos... Entrarâs si Dios lo quiere...» (Y su acento tenia un no sé qué de tan penetrante y convincente, que aùn me parece estar oyéndole). Animada por la bondad del Santo Padre, quise seguir hablando, pero los dos guardias nobles me tocaron cortésmente, para que me levantase; y viendo que con eso no bastaba, me cogieron por los brazos y el Sr. Révérony les ayudé a levantarme, pues seguia con las manos juntas apoyadas en las rodillas del Santo Padre, y tuvieron que arrancarme de sus pies a viva fuerza... Mientras me quitaban de en medio de esa manera, el Santo Padre acercé su mano a mis labios y después la levante para bendecirme. Entonces los ojos se me llenaron de lâgrimas, y el Sr. Révérony pudo contemplar al menos tantos diamantes como habia visto en Bayeux... Los dos guardias nobles me llevaron en volandas, por asi decirlo, hasta la puerta, donde un tercero me dio un medalla de Leon XIII. Celina, que iba detràs de mi, acababa de ser testigo de la escena que acababa de ocurrir. Casi tan emocionada como yo, tuvo no obstante valor para pedir al Santo Padre una bendiciôn para el Carmelo. El Sr. Révérony, con voz, malhumorada, respondiô: «El Carmelo ya esta bendecido». Y el Santo Padre contesté con ternura: «Si, si, jya esta bendecido!» Papâ se habia acercado a los pies de Leon XIII antes que nosotras (con los caballeros). El Sr. Révérony habia estado con él encantador, presentândolo como el padre de dos carmelitas. El Santo Padre, como muestra de especial benevolencia, posé su mano sobre la cabeza venerable de mi querido rey, como marcândole con un sello misterioso en nombre de Aquel de quien era verdadero représentante... Ahora que este padre de cuatro carmelitas esta en el cielo, ya no es la mano dei Pontifice la que reposa sobre su trente, [64r°] profetizândole el martirio... Es la mano del Esposo de las Virgenes, la del Rey de la gloria, la que hace resplandecer la cabeza de su fiel servidor. jY ya nunca esa mano adorada dejarâ de apoyarse en la trente que ella misma ha glorificado... ! Mi papâ querido se llevô un disgusto muy grande cuando, al salir de la audiencia, me encontré deshecha en lâgrimas, e hizo todo lo posible por consolarme; pero en vano... En el fondo del corazôn yo sentia una gran paz, puesto que habia hecho absolutamente todo lo que estaba en mis manos para responder a lo que Dios pedia de mi. Pero esa paz estaba en el fondo, mientras la amargura inundaba mi aima, pues Jesûs callaba. Parecia estar ausente, nada me revelaba su presencia... Tampoco aquel dia el sol se atreviô a brillar, y el hermoso cielo de Italia, cargado de oscuros nubarrones, no cesô de llorar conmigo... Todo habia terminado. El viaje no ténia ya el menor atractivo para mi, pues su objetivo habia fracasado Sin embargo, las ùltimas palabras del Santo Padre deberian haberme consolado: <,no eran, en realidad, una verdadera profecia? A pesar de todos los obstâculos, se realize) lo que Dios quiso. No permitiô a las criaturas hacer lo que ellas querian, sino lo que queria él... Desde hacia algùn tiempo, me habia ofrecido al Nino Jesûs para ser su juguetito. Le habia dicho que no me tratase como a uno de esos juguetes caros que los ninos se contentan con mirar sin atreverse a tocarlos, sino como a una pelotita sin valor que pudiera tirar al suelo, o golpear con el pie, o agujerear, o dejarla en un rincon, o bien, si le apetecia, estrecharla contra su corazôn. En una palabra, queria divertir al Nino Jesûs, agradarle, entregarme a sus caprichos infantiles... Y él habia escuchado mi oraciôn... En Roma Jesûs agujereô su juguetito. Queria ver lo que habia dentro. Y luego, una vez que lo vio, satisfecho de su descubrimiento, dejô caer su [64v°] pelotita y se quedô dormido... ôY qué hizo mientras dormia dulcemente, y qué fue de la pelotita abandonada...? Jesûs sono que seguia divirtiéndose con su juguete, tiràndolo y cogiéndolo una y otra vez; y luego, que, después de haberlo echado a rodar muy lejos, lo estrechaba contra su corazôn sin dejarlo alejarse ya nunca mas de su manita... Imaginate, Madré querida, lo triste que se sentiria la pelotita al verse tirada por el suelo... Sin embargo, no dejé de esperar contra toda esperanza. Unos dias después de la audiencia con el Santo Padre, papa fue a visitar al hermano Simeon, y encontre alli al Sr. Révérony, que se mostrô muy amable. Papa le reproché jovialmente que no me hubiese ayudado en mi dificil empresa, y luego le contô la historia de su reina al hermano Simeon. El venerable anciano escuchô su relato con gran interés, tomo incluso algunas notas y dijo emocionado: «jEstas cosas no se ven en Italia!» Creo que aquella entrevista causé muy buena impresiôn al Sr. Révérony, que a partir de enfonces no dejô de darme muestras de que por fin estaba convencido de mi vocacion. Nâpoles, Asis, regreso a Francia Al dia siguiente de la memorable jornada, tuvimos que salir de madrugada para Nâpoles y Pompeya. El Vesubio, en nuestro honor, no dejô de meter ruido en todo el dia, dejando escapar entre sus canonazos una espesa columna de humo. Las huellas que ha dejado en las ruinas de Pompeya son horribles y muestran el poder de Dios, que «mira a la tierra y la hace temblar, toca los montes y humean...» Me hubiera gustado pasearme sola por entre las ruinas y meditar en la fragilidad de las realidades humanas, pero la cantidad de viajeros quitaba a la ciudad destruida buena parte de su melancôlico encanto... En Nâpoles fue todo lo contrario. La gran cantidad de coches de dos caballos hizo que resultara espléndido nuestro paseo al monasterio de San Martin, situado en la cima de [65r°] una alta colina que dominaba toda la ciudad. Lamentablemente, los caballos que nos conducian se desbocaban a cada paso, y mas de una vez crei llagada mi ùltima hora. Por mas que el cochero repetia continuamente la palabra mâgica de los conductores italianos: «Appipô, appipô...», los pobres caballos estaban empenados en volcar el coche. Por fin, gracias a la protection de nuestros ângeles de la guarda, llegamos a nuestro magnifico hotel. A lo largo de todo nuestro viaje nos alojamos en hoteles principescos. Nunca antes me habia visto rodeada de tanto lujo. Y aqui si que cabe decir que la riqueza no hace la felicidad, pues yo me habria sentido mucho mas feliz bajo un techo de paja con la esperanza del Carmelo, que entre artesonados de oro, escaleras de mârmol blanco y tapices de seda, con amargura en el corazôn... Comprend! bien que la alegria no se halla en las cosas que nos rodean, sino en lo mas intimo de nuestra aima; se la puede poseer lo mismo en una prisiôn que en un palacio. La prueba esta en que yo soy mas feliz en el Carmelo, aun en medio de mis sufrimientos interiores y exteriores, que entonces en el mundo, rodeada de las comodidades de la vida y sobre todo de la ternura dei hogar paterno... Llevaba el aima sumida en la tristeza. Sin embargo, exteriormente era la misma, pues creia que nadie conocia la petition que habia hecho al Santo Padre. Pronto me conventi de lo contrario. Habiéndome quedado sola con Celina en el vagôn (los demâs peregrinos habian bajado a la cantina de la estaciôn, aprovechando unos pocos minutos de parada), vi que el Sr. Legoux, Vicario General de Coutances, abria la puerta y mirândome me decia sonriendo: «^Como esta nuestra pequena carmelita...?» Entonces comprend! que toda la peregrination conocia mi secreto. Gracias a Dios, nadie me hablô sobre ello, pero, por la simpatia con que me miraban, me di cuenta de que mi petition no les habia producido mala [65v°] impresiôn, sino todo lo contrario... En la pequena ciudad de Asis tuve ocasiôn de subir al coche del Sr. Révérony, un honor que no le fue concedido a ninguna dama durante todo el viaje. Te cuento como consegui ese privilegio. Después de visiter los lugares impregnados por el aroma de las virtudes de san Francisco y santa Clara, terminâmes en el monasterio de Santa Inès, hermana de santa Clara. Yo habia estado contemplando a mis anchas la cabeza de la santa y cuando me retiraba, una de las ùltimas, me di cuenta de que habia perdido el cinturôn. Lo busqué en medio de la muchedumbre. Un sacerdote se compadecié de mi y me ayudé; pero después de habérmelo encontrado, le vi alejarse, y yo me quedé sola buscando, pues aunque ténia el cinturôn no me lo podia poner, pues faltaba la hebilla... Por fin, la vi brillar en un rincôn. Cogerla y ajustarla al cinturôn no me llevô mucho tiempo, pero todo el trabajo anterior si que me lo habia llevado. Asi que me quedé de una pieza al ver que estaba sola al salir de la iglesia. Todos los coches, y eran muchos, habian desaparecido, excepto el del Sr. Révérony. <,Qué decision tomar? ^Echarme a correr detrâs de los coches, que ya no se veian, exponiéndome a perder el tren, con la consiguiente preocupaciôn de mi querido papa, o bien pedir un sitio en la calesa del Sr. Révérony...? Me decidi por esta ùltima solution. Con la mayor amabilidad y lo menos apurada que pude, a pesar de mi apuro, le expuse mi critica situation y lo puse a él mismo en un apuro, pues su coche iba lleno de los mas distinguidos caballeros de la peregrination. Imposible encontrar una plaza libre. Pero un caballero muy galante se apresurô a bajar, me hizo ocupar su asiento, y se puso él modestamente al lado del cochero. Parecia una ardilla atrapada en un cepo, y estaba muy lejos de encontrarme a gusto, rodeada de todos aquellos personajes ilustres, y sobre todo del mas temible de todos ellos, trente al cual iba sentada... Sin embargo, estuvo muy [66r°] amable conmigo, interrumpiendo de vez en cuando su conversation con los caballeros para hablarme del Carmelo. Antes de llegar a la estaciôn, todos aquellos grandes personajes sacaron sus grandes monederos para dar una propina al cochero (que ya estaba pagado). Yo hice lo mismo, y saqué mi diminuto monedero, pero el Sr. Révérony no me permitiô sacar mis pretiosas moneditas y prefiriô dar él una grande de las suyas por los dos. En otra ocasiôn volvi a encontrarme a su lado en el omnibus. Estuvo mas amable todavia, y me prometiô hacer todo lo que pudiera para que entrase en el Carmelo... Aunque estos breves encuentros pusieron un poco de bâlsamo en mis Hagas, no pudieron evitar que el regreso fuese mucho menos placentero que la ida, pues ya no ténia la esperanza «del Santo Padre». No encontraba ayuda alguna en la tierra, que me parecia un desierto agostado y sin agua. Solo en Dios tenia puesta toda mi esperanza... Acababa de conocer por experiencia que vale mas recurrir a él que a sus santos... La tristeza de mi alma no fue obstaculo para que pusiese un gran interés en los santos lugares que visitâbamos. En Florencia tuve la dicha de contemplar a santa Maria Magdalena de Pazzis, colocada en medio del coro de las carmelitas, que nos abrieron la reja. Como no sabiamos que ibamos a disfrutar de tal privilegio, y muchas personas deseaban hacer tocar sus rosarios en el sepulcro de la santa, no habia nadie mas que yo que pudiese pasar la mano por entre la reja que nos separaba de él. Por eso, todos me traian sus rosarios, y yo me sentia muy orgullosa de mi oficio... Siempre ténia que encontrar la forma de tocarlo todo. Asi, en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén (en Roma) pudimos venerar varios fragmentes de la verdadera Cruz, dos espinas y uno de los sagrados clavos, encerrado en un magnifico relicario de oro labrado, pero sin cristal, por lo que, al venerar la sagrada reliquia, encontré la forma de pasar mi dedito por una [66v°] de las aberturas del relicario y pude tocar el clavo que bané la sangre de Jesûs... La verdad es que era demasiado atrevida... Por suerte, Dios, que conoce el fondo de los corazones, sabe que mi intencién era pura y que por nada dei mundo hubiera querido desagradarle. Me portaba con él como un nino que piensa que todo le esta permitido y mira como suyos los tesoros de su padre. Todavia hoy sigo sin comprender por qué en Italia se excomulga tan fàcilmente a las mujeres. A cada paso nos decian: «jNo entréis aqui... No entréis alla, que quedaréis excomulgadas...!» jPobres mujeres! jQué despreciadas son...! Sin embargo, ellas aman a Dios en nûmero mucho mayor que los hombres, y durante la pasién de Nuestro Senor las mujeres tuvieron mas valor que los apéstoles, pues desafiaron los insultos de los soldados y se atrevieron en enjugar la Faz adorable de Jesûs... Seguramente por eso él permite que el desprecio sea su lote en la tierra, ya que lo escogié también para si mismo... En el cielo demostrarâ claramente que sus pensamientos no son los de los hombres, pues enfonces los ûltimos seràn los primeros... Mas de una vez, durante el viaje, no tuve la paciencia de esperar al cielo para ser la primera... Un dia en que visitâbamos un convento de Padres carmelitas, no me conformé con seguir a los peregrinos por las galerias exteriores y me meti por los claustro interiores... De pronto vi a un anciano carmelita que desde lejos me hacia senas de que me alejase; pero yo, en vez de marcharme, me acerqué a él y, senalàndole los cuadros del claustro, le di a entender por senas que eran bonitos. El se dio cuenta, por mis cabellos que caian sobre la espalda y por mi aspecto juvenil, que era una nina, me sonrié con bondad y se alejé, al ver que no tenia delante de él a una enemiga. Si hubiese podido hablarle en italiano, le habria dicho que era un futura carmelita; pero por culpa de los constructores de la torre de Babel, no pude hacerlo. Después de visitar también Pisa y Génova, volvimos a Francia. En el trayecto, [67r°] el panorama era magnifico. A veces bordeabamos el mar, y la via del tren pasaba tan cerca de él, que me parecia que las olas iban a llegar hasta nosotros (aquel espectâculo fue debido a una tempestad, y era de noche, lo que hacia que la escena fuese aùn mas impresionante). Otras veces atravesabamos llanuras cubiertas de naranjos con su fruta ya madura, o de verdes olivos de escaso follaje, o de esbeltas palmeras... A la caida de la tarde, veiamos los numerosos puertecitos de mar iluminarse con multitud de luces, mientras en el cielo empezaban a brillar las primeras estrellas... Y a la vista de todas aquellas cosas, que yo miraba por primera y por ùltima vez en mi vida, jmi alma se llenaba de poesia...! Pero las veia desvanecerse sin la menor pena. Mi corazén aspiraba a otras maravillas. Habia contemplado ya bastante las bellezas de la tierra, y solo las del cielo eran ya el objeto de sus deseos. Y para ofrecérselas a las almas, jqueria convertirme en prisionera ...! Très meses de espera Mas antes de ver abrirse ante mi las puertas de la bendita prision por la que suspiraba, tenia aùn que luchar y que sufrir. Lo presentia al volver a Francia. Sin embargo, mi confianza era tan grande, que no perdi la esperanza de que me permitieran entrar en el Carmelo el 25 de diciembre... Apenas llegamos a Lisieux, nuestra primera visita fue para el Carmelo. jQué encuentro aquél...! jTeniamos tantas cosas que decimos después de un mes de separacién, mes que me parecié larguisimo y en el que aprendi mas que en muchos afios...! jQué dulce fue para mi, Madre querida, volverte a ver y abrirte mi pobre aima herida! jA ti, que sabias comprenderme tan bien; a ti, a quien bastaba una palabra o una mirada para adivinarlo todo! Me abandoné con entera confianza. Habia hecho todo lo que dependia de mi, todo, hasta hablarle al Santo Padre; por lo que ya no sabia qué mas ténia que hacer. Tù me dijiste que escribiese a Monsenor, recordândole su promesa. Lo hice enseguida lo mejor que supe, pero en unos términos que a nuestro tio le parecieron demasiado [67v°] ingenuos. El rehizo la carta. Cuando yo iba a echarla al correo, recibi una tuya, diciéndome que no escribiese, que esperase unos dias mas. Obedeci enseguida, pues estaba segura de que ésa era la mejor forma de no equivocarme. Por fin, diez dias antes de Navidad, jsaliô mi carta! Plenamente convencida de que la respuesta no se haria esperar, todas las mahanas iba a correos con papa después de misa, pensando encontrar alli el permiso para echarme a volar; pero cada mafiana me traia una nueva deception, que sin embargo no hacia vacilar mi fe... Pedia a Jesûs que rompiese mis ataduras. Y las rompiô, pero de una forma totalmente diferente a como yo esperaba... Llegô la fiesta de Navidad, y Jesûs no despertô... Dejô en el suelo a su pelotita, sin echarle siquiera una mirada... Al ir a la Misa de Gallo llevaba roto el corazôn. jTenia tantas esperanzas de asistir a ella tras las rejas del Carmelo...! Esta prueba fue muy dura para mi fe. Pero Aquel cuyo corazôn vela mientras él duerme me hizo comprender que él obra auténticos milagros y cambia la montanas de lugar en favor de quienes tienen una fe como un grano de mostaza, pero que con sus intimos, con su Madre, él no hace milagros hasta haber probado su fe. <,No dejô morir a Lâzaro, a pesar de que Marta y Maria le habian hecho saber que estaba enfermo...? Y en las bodas de Canâ, cuando la Virgen le pidiô que ayudara a los anfitriones, <,no le contesté que todavia no habia llegado su hora...? Pero después de la prueba, jqué recompensa! jEl agua se convierte en vino...! jLâzaro resucita...! Asi actuô Jesûs con su Teresita: después de haberla probado durante mucho tiempo, colmô todos los deseos de su corazôn... Por la tarde de aquel radiante dia de fiesta, que yo pasé llorando, fui a visitar a las carmelitas. Me llevé una gran sorpresa cuando, al abrir la [68r°] reja, vi un precioso Nino Jesûs que tenia en la mano una pelota en la que estaba escrito mi nombre. Las carmelitas, en lugar de Jesûs, que era demasiado pequeno todavia para hablar, me cantaron una canciôn compuesta por mi Madré querida. Cada una de sus palabras derramaba en mi aima un dulce consuelo. Jamâs olvidaré aquella delicadeza del corazôn maternai que siempre me colmô de los mas exquisitos detalles de ternura... Después de dar las gracias derramando dulces lâgrimas, les conté la sorpresa que me habia dado mi querida Celina al volver de la Misa de Gallo. En mi habitation, en medio de una preciosa jofaina, habia encontrado un barquito que llevaba al Nino Jesûs dormido con una pelotita a su lado. En la blanca vela Celina habia escrito estas palabras: «Duermo, pero mi corazôn vêla», y en el barco esta sola palabra: «jAbandono!» jAy!, si Jesûs no hablaba todavia a su pequena prometida, si sus ojos divinos seguian cerrados, por lo menos se revelaba a ella por medio de otras aimas que comprendian todas las delicadezas y todo el amor de su corazôn... El primer dia del ano 1888, Jesûs me hizo una vez mas el regalo de su cruz. Pero esta vez la llevé yo sola, pues fue tanto mas dolorosa cuanto menos la comprendia... Una carta de Paulina me comunicaba que la respuesta de Monsenor habia llegado el 28, fiesta de los Santos Inocentes, pero que no me lo habia hecho saber porque se habia decidido que mi entrada no tuviera lugar hasta después de la cuaresma. Al pensar en una espera tan larga, no pude contener las lâgrimas. Esta prueba tuvo para mi un carâcter muy particular. Veia mis ataduras rotas por parte dei mundo, pero ahora era el area santa la que negaba la entrada a la pobre palomita... Convengo en que debi parecer poco razonable al no aceptar gozosa esos très meses de destierro. Pero creo también que esta prueba, aunque no lo pareciese, fue muy grande y me ayudô a crecer mucho en el abandono y en las demâs virtudes. [68v°] <,Cômo transcurrieron estos très meses tan ricos en gracias para mi aima...? Al principio me vino a la cabeza la idea de no molestarme en llevar una vida tan ordenada como solia. Pero pronto comprend! el valor de aquel tiempo que se me concedia, y decidi entregarme con mâs intensidad que nunca a una vida seria y mortificada. Cuando digo mortificada, no es para hacer creer que hiciera penitencias, pues nunca las he hecho. Lejos de parecerme a esas aimas grandes que desde la ninez practicaron toda serie de mortificaciones, yo no sentia por ellas el menor atractivo. Esto se debia, sin duda, a mi flojedad, pues hubiera podido encontrar, como Celina, mis pequenos recursos para mortificarme. En vez de eso, siempre me dejé mecer entre algodones y cebarcomo un pajarito que no necesita hacer penitencia... Mis mortificaciones consistian en doblegar mi voluntad, siempre dispuesta a salirse con la suya; en callar cualquier palabra de réplica; en prestar pequenos servicio sin hacerlos valer; en no apoyar la espalda cuando estaba sentada, etc., etc... Con la pràctica de estas naderias me fui preparando para ser la prometida de Jesûs, y no sabria decir cuan dulces recuerdos me ha dejado esta espera... Très meses se pasan muy pronto, y por fin llegô el momento tan ardientemente deseado. CAPITULO VII PRIMEROS ANOS EN EL CARMELO (1888-1890) El lunes 9 de abril, dia en que el Carmelo celebraba la fiesta de la Anunciaciôn, trasladada a causa de la cuaresma, fue el dia elegido para mi entrada. La vispera, toda la familia se reuniô en torno a la mesa, a la que yo iba a sentarme por ùltima vez. jAy, qué desgarradoras son estas reuniones intimas...! Cuando una quisiera pasar inadvertida, te prodigan las caricias y las palabras mâs tiernas, y te hacen mâs duro el sacrificio de la separaciôn... Mi rey querido apenas hablaba, pero su mirada se posaba en mi con amor... Mi tia lloraba de vez en cuando, y mi tio me dispensaba mil atenciones de carino. También Juana y Maria me colmaban de delicadezas, sobre todo Maria, que, [69r°] llevândome aparté, me pidiô perdôn por todo lo que creia haberme hecho sufrir. Y finalmente, mi querida Leonia, que habia vuelto de la Visitaciôn hacia algunos meses, me colmaba como nadie de besos y caricias. Solo de Celina no he dicho nada. Pero ya puedes imaginarte, Madre querida, como transcurriô la ùltima noche en que dormimos juntas... En la manana del gran dia, tras echar una ùltima mirada a los Buissonnets, nido câlido de mi ninez que ya no volveria a ver, parti del brazo de mi querido rey para subir a la montana del Carmelo... Al igual que la vispera, toda la familia se reuniô para escuchar la santa Misa y recibir la comuniôn. En cuanto Jesûs bajô al corazôn de mis parientes queridos, ya no escuché a mi alrededor mas que sollozos. Yo fui la ûnica que no llorô, pero senti latir mi corazôn con tanta fuerza, que, cuando vinieron a decirnos que nos acercâramos a la puerta claustral, me parecia imposible dar un solo paso. Me acerqué, sin embargo, pero preguntândome si no iria a morirme, a causa de los fuertes latidos de mi corazôn... jAh, qué momento aquél! Hay que pasar por él para entenderlo... Mi emociôn no se tradujo al exterior. Después de abrazar a todos los miembros de mi familia querida, me puse de rodillas ante mi incomparable padre, pidiéndole su bendiciôn. Para dârmela, también él se puso de rodillas, y me bendijo llorando... jEl espectâculo de aquel anciano ofreciendo su hija al Senor, cuando aûn estaba en la primavera de la vida, tuvo que hacer sonreir a los ângeles...! Pocos instantes después, se cerraron tras de mi las puertas del arca santa y recibi los abrazos de las hermanas queridas que me habian hecho de madrés y a las que en adelante tomaria por modelo de mis actos... Por fin, mis deseos se veian cumplidos. Mi aima sentia una PAZ tan dulce y tan profunda, que no acierto a [69v°] describirla. Y desde hace siete anos y medio esta paz intima me ha acompanado siempre, y no me ha abandonado ni siquiera en medio de las mayores tribulaciones. Como a todas las postulantes, inmediatamente después de mi entrada, me llevaron al coro. Estaba en penumbra, porque estaba expuesto el Santisimo, y lo primero que atrajo mi mirada fueron los ojos de nuestra santa Madre Genoveva, que se clavaron en mi. Estuve un momento arrodillada a sus pies, dando gracias a Dios por el don que me concedia de conocer a una santa, y luego segui a nuestra Madre Maria de Gonzaga a los diferentes lugares de la comunidad. Todo me parecia maravilloso. Me creia transportada a un desierto. Nuestra celdita, sobre todo, me encantaba. Pero la alegria que sentia era una alegria serena. Ni el mas ligero céfiro hacia ondular las tranquilas aguas sobre las que navegaba mi barquilla, ni una sola nube oscurecia mi cielo azul... Si, me sentia plenamente compensada de todas mis pruebas... jCon qué alegria tan honda repetia estas palabras: «Estoy aqui, para siempre, para siempre...»! Aquella dicha no era efimera, no se desvaneceria con las ilusiones de los primeros dias. jLas ilusiones! Dios me concediô la gracia de no llevar NINGUNA al entrar en el Carmelo. Encontre la vida religiosa tai como me la habia imaginado. Ningùn sacrificio me extraho. Y sin embargo, tù sabes bien, Madré querida, que mis primeros pasos encontraron mas espinas que rosas... Si, el sufrimiento me tendiô los brazos, y yo me arrojé en ellos con amor... A los pies de Jesûs-Hostia, en el interrogatorio que precediô a mi profesiôn, déclaré lo que venia a hacer en el Carmelo: «He venido para salvar aimas, y, sobre todo, para orar por los sacerdotes». Cuando se quiere alcanzar una meta, hay que poner los medios para ello. Jesûs me hizo comprender que las aimas queria dârmelas por medio de la cruz; y mi anhelo de sufrir creciô a medida que aumentaba el sufrimiento. Durante cinco ahos, éste fue mi camino. Pero, [70r°] al exterior, nada revelaba mi sufrimiento, tanto mas doloroso cuanto que solo yo lo conocia. jQué sorpresas nos llevaremos al fin dei mundo cuando leamos la historia de las aimas...! jY cuântas personas se quedarân asombradas al conocer el camino por el que fue conducida la mia...! Confesiôn con el P. Pichon Esto es tan verdad, que dos meses después de mi entrada, cuando vino el P. Pichon para la profesiôn de sor Maria del Sagrado Corazôn, se quedô sorprendido al ver lo que Dios estaba obrando en mi aima, y me dijo que, la vispera, al verme hacer oraciôn en el coro, mi fervor le pareciô totalmente infantil y muy dulce mi camino. Mi entrevista con el Padre fue para mi un consuelo muy grande, aunque velado por las lâgrimas a causa de la dificultad que encontré para abrirle mi aima. Hice, no obstante, una confesiôn general, como nunca la habia hecho. Al terminar, el Padre me dijo estas palabras, las mâs consoladoras que jamas hayan resonado en los oidos de mi alma: «En presencia de Dios, de la Santisima Virgen y de todos los santos, declaro que nunca has cometido ni un solo pecado mortal». Y luego anadiô: Da gracias a Dios por todo lo que hace por ti, pues, si te abandonase, en vez de ser un pequeno angel, sérias un pequeno demonio. iNo, no me costô nada creerlo! Sabia lo débil e imperfecta que era. Pero la gratitud embargaba mi alma. Tenia tanto miedo de haber empanado la vestidura de mi bautismo, que una garantia como aquélla, salida de la boca de un director espiritual como los queria nuestra Madre santa Teresa -es decir, que uniesen la ciencia y la virtud-, me parecia como salida de la misma boca de Jesûs... El Padre me dijo también estas palabras que se me grabaron dulcemente en el corazôn: «Hija mia, que Nuestro Senor sea siempre tu superior y tu maestra de novicias». Teresa y sus superioras De hecho, lo fue. Y también «mi director espiritual». No quiero decir con esto que mi aima estuviese cerrada a cal y canto para mis superioras. No, mâs bien siempre he procurado que fuese para ellas un libro [70v°] abierto. Pero nuestra Madre estaba enferma con frecuencia y ténia poco tiempo para ocuparse de mi. Sé que me queria mucho y que hablaba muy bien de mi. Sin embargo, Dios permitiô que, sin darse cuenta, fuese MUY DURA. No podia cruzarme con ella sin tener que besar el suelo. Y lo mismo ocurria en las escasas conferencias espirituales que ténia con ella... jQué gracia inestimable...! jCômo actuaba Dios visiblemente a través de la que estaba en su lugar...! ^Qué habria sido de mi si, como pensaba la gente del mundo, hubiese sido «el juguete» de la comunidad...? Quizâs, en lugar de ver a Nuestro Senor en mis superioras, no me hubiera fijado mâs que en las personas; y enfonces mi corazôn, que habia estado tan protegido en el mundo, se habria atado humanamente en el claustro... Gracias a Dios, no cai en esa trampa. Cierto, que yo queria mucho a nuestra Madre, pero con un afecto puro que me elevaba hacia el Esposo de mi aima... Nuestra maestra de novicias era una verdadera santa, el tipo acabado de las primitivas carmelitas. Yo pasaba todo el dia a su lado, pues era la que me ensenaba a trabajar. Su bondad para conmigo no tenia limites, y, sin embargo, mi aima no lograba expansionarse con ella... Me suponia un gran esfuerzo hacer con ella la conferencia espiritual. Como no estaba acostumbrada a hablar de mi aima, no sabia como expresar lo que sucedia en mi interior. Una Madré ya mayor intuyô un dia lo que me pasaba y me dijo, sonriendo, en la recreaciôn: -«Hijita, me parece que tù no debes de tener gran cosa que decir a las superioras».-«ôPor qué dice eso, Madré...?» -«Porque tu aima es extremadamente sencilla ; y cuando seas perfecta, seras mas sencilla todavia, pues cuanto uno mas se acerca a Dios, mas se simplifica». Aquella anciana Madre tenia razon. No obstante, la dificultad que yo tenia para abrir mi alma, aun cuando proviniese de mi sencillez, era un auténtico problema para mi. Lo reconozco hoy que, sin dejar de ser sencilla, [71 r°] expreso con gran facilidad lo que pienso. He dicho que Jesûs habia sido «mi director espiritual». Cuando entré en el Carmelo, conoci al que podia haberlo sido. Pero apenas me habia admitido entre el nûmero de sus hijas, tuvo que partir para el exilio... Asi que solo lo conoci para perderle enseguida... Reducida a no recibir de él mas que una carta al afio, por doce que yo le escribia, pronto mi corazôn se volviô hacia el Director de los directores, y él fue quien me instruyô en esa ciencia escondida a los sabios y a los prudentes, que él quiere revelar a los mas pequenos... La Santa Faz La florecita trasplantada a la montana del Carmelo tenia que abrirse a la sombra de la cruz; las lagrimas y la sangre de Jesûs fueron su rocio, y su Faz adorable velada por el liante fue su sol... Hasta enfonces todavia no habia yo sondeado la profundidad de los tesoros escondidos en la Santa Faz. Fuiste tû, Madre querida, quien me enseno a conocerlos. Lo mismo que, hacia anos, nos habias precedido a las demâs en el Carmelo, asi también fuiste tû la primera en penetrar los misterios de amor ocultos en el rostro de nuestro Esposo. Enfonces tû me llamaste, y comprend!... Comprend! en qué consistia la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me hizo ver que la verdadera sabiduria consiste en «querer ser ignorada y tenida en nada», en «cifrar la propia alegria en el desprecio de si mismo». Si, yo queria que «mi rostro», como el de Jesûs, «estuviera verdaderamente escondido, y que nadie en la tierra me reconociese». Tenia sed de sufrir y de ser olvidada... jQué misericordioso es el camino por donde me ha llevado siempre Dios! Nunca me ha hecho desear algo que luego no me haya concedido. Por eso, su câliz amargo siempre me ha parecido delicioso... Pasadas las fiestas radiantes del mes de mayo -las fiestas de la profesiôn y de la torna de velo [71v°] de nuestra querida Maria, la mayor de la familia, a quien la mas pequena tuvo la dicha de coronar el dia de sus bodas-, tenia que visitarnos la tribulation... Ya el ano anterior, en el mes de mayo, papa habia sufrido un ataque de parâlisis en las piernas, y la cosa nos preocupô mucho. Pero la fuerte constitution de mi querido rey hizo que se recuperara pronto, y nuestros temores desaparecieron. Sin embargo, durante el viaje a Roma, notamos mas de una vez que se cansaba fâcilmente y que no estaba tan alegre como de costumbre... Lo que yo observé, sobre todo, fueron los progresos que papa hacia en la perfection. A ejemplo de san Francisco de Sales, habia llegado a dominar su impulsividad natural hasta tai punto, que parecia tener el temperamento mas dulce del mundo... Las cosas de la tierra apenas parecian rozarle, y se sobreponia fâcilmente a las contrariedades de la vida. En una palabra, Dios lo inundaba de consuelos. Durante sus visitas diarias al Santisimo, se le llenaban con frecuencia los ojos de lâgrimas y su rostro reflejaba una dicha celestial... Cuando Leonia saliô de la Visitation, no se disgustô ni se quejo a Dios porque no hubiera escuchado las orationes que le habia dirigido para obtener la vocation de su querida hija. Hasta fue a buscarla con cierta alegria... Y he aqui con qué fe acepté papa la separation de su reinecita. Se la anuncié en estos términos a sus amigos de Alençon: «Queridisimos amigos: jTeresa, mi reinecita, entré ayer en el Carmelo...! Solo Dios puede exigir tal sacrificio... No me tengâis lâstima, pues mi corazôn rebosa de alegria.» Habia llegado la hora de que un servidor tan fiel recibiera el premio de sus trabajos. Y era justo que su salario fuera parecido al que Dios dio al Rey del cielo, a su Hijo ûnico... Papa acababa de hacer a Dios ofrenda de un altar, y él fue la victima escogida para ser inmolada en él con el Cordero sin mancha. [72r°] Tù ya conoces, Madré querida, nuestras amarguras del mes de junio -y, sobre todo, las del dia 24- del afio 1888. Esos recuerdos han quedado demasiado grabados en el fondo de nuestros corazones para que haga falta escribirlos... jCuânto sufrimos, Madré querida...! jY aquello no era mas que el principio de nuestra tribulacién...! Toma de hâbito Entretanto, habia llegado la fecha de mi toma de hâbito. Fui aprobada por el capitulo conventual. Pero <,cômo pensar en una ceremonia solemne? Ya se hablaba de darme el santo hâbito sin hacerme salir de la clausura, cuando se opté por esperar. Contra toda esperanza, nuestro padre querido se repuso de su segundo ataque, y Monsenor fijô la ceremonia para el dia 10 de enero. La espera habia sido larga, pero, también, jqué hermosa fue la fiesta...! No falté nada, nada, ni siquiera la nieve... No sé si te he hablado ya de mi amor a la nieve... Cuando aùn era muy pequena, me fascinaba su blancura. Uno de mis mayores deleites era pasearme bajo los copos de nieve. <,De donde me venia esta aficién a la nieve...? Tal vez de que, siendo yo una florecita invernal, el primer ropaje con que mis ojos de nina vieron adornada a la naturaleza debié ser su manto blanco... Lo cierto es que siempre habia deseado que, el dia de mi toma de hâbito, la naturaleza estuviese vestida de blanco como yo. La vispera de ese hermoso dia, yo miraba tristemente el cielo plomizo, del que de vez en cuando se desprendia una lluvia fina; pero la temperatura era tan suave, que ya no esperaba que nevase. A la manana siguiente, el cielo no habia cambiado. Sin embargo, la fiesta résulté maravillosa, y la flor mâs bella, la mâs preciosa de todas, fue mi rey querido. Nunca habia estado tan guapo y tan digno... Fue la admiraciôn de todo el mundo. Aquel dia fue su triunfo, su ùltima fiesta aqui en la tierra. Habia entregado todas sus hijas a Dios, pues cuando Celina le confié su vocacion, él habia llorado de alegria, y habia ido a dar gracias a Quien «le hacia el honor de tomar para si a todas sus hijas». [72v°] Al final de la ceremonia, Monsenor entonô el Te Deum. Un sacerdote traté de advertirle que aquel cântico solo se cantaba en las profesiones, pero ya estaba entonado, y el himno de acciôn de gracias se cantô hasta el final. <,No debia ser completa aquella fiesta, si en ella se resumian todas las demâs...? Después de abrazar por ùltima vez a mi rey querido, volvi a entrar en la clausura. Lo primero que vi en el claustro fue a «mi Nino Jesûs color rosa» sonriéndome en medio de flores y de luces. Inmediatamente después mi mirada se posé sobre los copos de nieve... jEl patio estaba blanco, como yo! jQué delicadeza la de Jesûs! En atencién a los deseos de su prometida, le regalaba nieve... jNieve! <,Qué mortal, por poderoso que sea, puede hacer caer nieve del cielo para hechizar a su amada...? Tal vez la gente del mundo se hizo esta pregunta; lo cierto es que la nieve de mi toma de hâbito les parecié un pequeno milagro y que toda la ciudad se extrané. Les parecié rara mi aficién por la nieve... jTanto mejor! Eso hizo resaltar aûn mas la incomprensible condescendenda del Esposo de las virgenes..., de ese Dios que siente un carino especial por los lirios blancos como la NIEVE... Monsenor entré en clausura después de la ceremonia, y estuvo conmigo muy paternal. Creo que estaba orgulloso de que lo hubiera conseguido, y decia a todo el mundo que yo era «su hijita». Siempre que Su Excelencia volvié a visitarnos después de aquella hermosa fiesta, se mostré muy bueno conmigo. Me acuerdo muy especialmente de su visita con ocasién dei centenario de N. P. san Juan de la Cruz. Me tomé la cabeza entre sus manos y me acaricié de mil maneras. jNunca me habia visto tan honrada! En aquel momento Dios me hizo pensar en las caricias [73r°] que un dia él me prodigarâ delante de los ângeles y los santos, de las que me daba ya en este mundo una tenue imagen. Por eso, fue muy grande el consuelo que senti... Enfermedad de papa Como acabo de decir, la jornada del 10 de enero fue el triunfo de mi rey. Yo la comparo a la entrada de Jesûs en Jerusalén el Domingo de Ramos. Su gloria de un dia, como la de nuestro divino Maestro, fue seguida de una pasién dolorosa, y esa pasién no fue solo para él. Asi como los dolores de Jesûs atravesaron como una espada el corazôn de su divina Madré, asi también se desgarraron nuestros corazones ante los sufrimientos de aquel a quien mas tiernamente amâbamos en la tierra... Recuerdo que en el mes de junio de 1888, cuando empezaron nuestras primeras angustias, yo decia: «Sufro mucho, pero creo que puedo soportar todavia mayores sufrimientos». No sospechaba entonces los que Dios me tenia reservados... No sabia que el 12 de febrero, un mes después de mi toma de hâbito, nuestro padre querido beberia el mas amargo, el mas humiliante de todos los calices... j jjNo, ese dia ya no dije que podia sufrir todavia mas...!!! Las palabras no pueden expresar nuestras angustias; por eso, no intentaré describirlas. Algùn dia, en el cielo, nos gustarà hablar de nuestras gloriosas tribulaciones, <,no nos alegramos ya ahora de haberlas sufrido...? Si, los très afios del martirio de papa me parecen los mas preciosos, los mas fructiferos de toda nuestra vida. No los cambiaria por todos los éxtasis y revelaciones de los santos. Mi corazén rebosa de gratitud al pensar en ese tesoro que debe de despertar una santa envidia en los ângeles de la corte celestial... Mi deseo de sufrir se vio colmado. No obstante, mi amor al sufrimiento no decrecié, por lo que pronto mi alma participé también en los sufrimientos de mi [73v°] corazén. La sequedad se hizo mi pan de cada dia. Mas aunque estaba privada de todo consuelo, era la mas feliz de las criaturas, pues veia cumplidos todos mis deseos... jMadre mia querida, qué hermosa ha sido nuestra gran tribulation, ya que de todos nuestros corazones no brotaron mas que suspiros de amor y de gratitud...! No era ya caminar por los senderos de la perfection: jvolabamos las cinco! Las dos pobres desterraditas de Caen, aunque estaban en el mundo, no eran ya del mundo... jY qué maravillas opéré el dolor en el alma de mi Celina querida...! Todas las cartas que escribié en esas fechas estân impregnadas de resignation y de amor...